Israel da sepultura a sus muertos lejos de casa: “No me da tiempo a enterrar a todos mis amigos”
Los familiares de los asesinados por Hamás cerca de Gaza se ven obligados a organizar el sepelio en otros lugares porque sus localidades están arrasadas o son zona militar cerrada
Israel se ve obligada a dar sepultura a los asesinados por Hamás lejos de sus lugares de residencia que, hasta el 7 de octubre, día del ataque, estaban junto a la franja de Gaza. Esas localidades permanecen hoy arrasadas y declaradas zona militar cerrada. Es allí, además, donde el ejército prepara la invasión terrestre de ese enclave palestino. “No me da tiempo a acudir a enterrar a todos mis amigos”, lamenta Hugo Wolaj, de 46 años. Milagrosamente, comenta, se salvó junto a su mujer y sus tres hijas, de 15, 13 y 11 años, de la carnicería que los milicianos yihadistas perpetraron en el kibutz Beeri, donde habitaban.
En la cara opuesta, sus vecinos de la familia Even. Pasado el mediodía del domingo, Wolaj deambula con papeles en la mano organizando el entierro de cuatro de sus seis miembros en el cementerio del kibutz Revivim. En los féretros llegan Chen, el padre (45 años); Rinat, la madre (44), y dos de sus hijos, Alon (16) e Ido (14). Se salvaron Tomer (11) y Nir (8). Los pequeños siguen vivos porque quedaron debajo de los cuerpos de sus padres y sus hermanos, relata un pariente que ha acudido a dar el último adiós a la familia, pero que prefiere no ser citado. Otros cuatro asesinados en Beeri, aparte de los Even, reciben sepultura durante el domingo en Revivim ante unas 300 personas.
Los habitantes de los kibutz atacados ese sábado por Hamás, cuando murieron 1.400 personas, no saben cuándo ni cómo ni dónde van a retomar sus vidas. Ese ataque, cuya respuesta por parte israelí ha dejado ya 4.385 muertos en la Franja, según el Ministerio de Sanidad, ha supuesto un descomunal mazazo en un país obsesionado con la seguridad. Algunos, incluso, desconocen si van a poder regresar alguna vez a sus casas.
“No sé si podremos volver”, reconoce Wolaj en medio del trasiego de féretros cubiertos por la bandera nacional, coronas de flores, plegarias, lágrimas y abrazos. Sobre las tumbas, los presentes van depositando piedras (tradición judía), flores y hasta algún objeto personal como una bufanda del equipo de baloncesto Hapoel Jerusalén. “No sabemos todavía cómo vamos a hacer, pero regresaremos a Beeri y levantaremos de nuevo nuestra comunidad en nombre de los muertos”, vaticina, por su parte, tratando de aferrarse a cierto optimismo, Gil Cohen, uno de los responsables del kibutz.
“Será un reto llevar a la gente de vuelta” a sus casas, entiende Avraham Rotshten, de 68 años y residente en Tel Aviv. Se dedica al comercio de semillas de importación, por lo que, cuenta, conoce bien la zona de los alrededores de Gaza donde tuvo lugar el ataque porque va con frecuencia a las zonas de cultivos. “Quien no esté preocupado en estos momentos, no es normal”. “Vivimos como auténticos zombis”, añade refiriéndose a la catarsis colectiva por la que están pasando.
El cementerio del kibutz Revivim, en el desierto del Negev y a medio centenar de kilómetros tierra adentro desde Gaza, es el emplazamiento provisional donde van siendo trasladados los cuerpos de la comunidad de Beeri. Como consecuencia de la matanza, Hugo Wolaj es ahora el encargado de gestionar los funerales de sus compañeros del kibutz Beeri, donde se instaló en 1992, cuando tenía 15 años. “El jueves enterramos a 12, el viernes a 6 o 7, hoy 17… Son más de 100”, asegura coincidiendo con las cifras de víctimas mortales ofrecidas por fuentes militares, que calculan que el día 7 perdieron la vida en torno a un centenar del millar de habitantes. “Beeri no era solo un pueblo, era una comunidad donde reinaba la solidaridad”, remarca Wolaj, de origen argentino.
De la lista de 120 víctimas, se han identificado ya 70 cuerpos. De otros 50 queda por saber su identidad o si fueron hechos rehenes por Hamás y se encuentran en Gaza, explica Gal Cohen. Miembros del grupo de rescate especializado Zaka realizan todavía estos días labores de búsqueda de cadáveres entre los restos de las viviendas de ese kibutz, como comprobó EL PAÍS el viernes. “Esperamos, más adelante, poder llevar de vuelta los cuerpos a Beeri, al menos de todos los que quieran”, afirma.
“Tendrán que darles una solución temporal. Los cuerpos creo que podrán estar enterrados aquí un año”, comenta una persona próxima a la familia Even que pide mantener su anonimato. “Los vecinos de los kibutz desean seguir en comunidad, donde sea. Eso tendrán que acordarlo con el Gobierno, pero de momento no se habla de eso, se habla de lo inmediato. Porque hay algún kibutz que ha quedado borrado del mapa”, añade.
“Lo primero que hicimos fue contactar con una empresa de seguridad para poner rejas en casa. Este es el tipo de cosas que se me pasan ahora por la cabeza”, cuenta entre lágrimas Inbal, una mujer de 35 años presente también en los entierros. Reside en la ciudad de Beerseba, a una treintena de kilómetros del kibutz Revivim y a esa misma distancia en línea recta de Gaza, junto a su marido y tres hijas de siete años, cuatro y 18 meses.
“Estoy feliz de no tener niños, que son los que más van a combatir, aunque mis tres hijas pasarán también por el ejército”, afirma refiriéndose a la obligatoriedad del servicio militar tanto para ellos como para ellas. Inbal trabaja en la Universidad Ben Gurión, que estos días ha cancelado su actividad y que cuenta con decenas de víctimas entre los asesinados, los desaparecidos y los secuestrados. “Algunos estaban en la rave”, comenta en referencia a la fiesta en la que irrumpieron los miembros de Hamás matando a 260 de los asistentes.
Una parte importante de los vecinos de Beeri viven ahora instalados provisionalmente en un hotel a orillas del mar Muerto. Desde allí se desplazan a enterrar a los que van identificando. Mientras, tratan de sobrevivir con ayuda de vino, cerveza, canciones y llantos, explica Wolaj. “Estoy bien, fuerte”, afirma, refiriéndose a su estado mental, “aunque casi no me quedan fuerzas ni para llorar”.
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