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La moribunda Françafrique sigue viva en los palacios parisinos de los dictadores del continente

La sucesión de golpes de Estado en viejas colonias francesas saca de nuevo a la luz el rico patrimonio acumulado por dirigentes africanos en la capital, desde hace años en manos de la justicia

Una mujer camina junto al palacete supuestamente propiedad del expresidente gabonés Ali Bongo en París (Francia) este viernes.
Una mujer camina junto al palacete supuestamente propiedad del expresidente gabonés Ali Bongo en París (Francia) este viernes.Samuel Aranda
Marc Bassets

Hay un París secreto que escapa a la mirada de los turistas y los parisinos. Es un París de palacetes dieciochescos y edificios señoriales en barrios acomodados, en calles donde parece que nunca ocurra nada. Pero ocurre mucho.

Durante años, presidentes y dictadores africanos, déspotas amigos de Francia, hombres que llevaban décadas en el poder sostenidos por la vieja potencia colonial, compraron estas residencias con millones cuya procedencia a menudo era difícil de justificar. Alguno fueron condenados; otros están bajo investigación judicial.

Ahora, la sucesión de golpes de Estado en el África francófona —el último, el que el 30 de agosto desalojó en Gabón a Ali Bongo, sucesor de su padre Omar— saca a la luz esta ciudad a la vez oculta y bien visible. Bienvenidos al París de la moribunda Françafrique, a un paseo por los restos de una época que esta misma semana, con la retirada de Francia de Níger, se ha acercado aún más a su final.

Los palacetes y apartamentos en los barrios más caros de la capital son la plasmación material, en el corazón de la vieja Europa, del turbio entramado de intereses económicos, políticos y militares que Francia y sus socios africanos tejieron tras la descolonización de los años sesenta. Omar Bongo resumió la Françafrique mejor que nadie: “África sin Francia es un coche sin chófer; Francia sin África, un coche sin carburante”.

Está, de un lado, el París que todos conocemos, el de los museos, el de los grandes bulevares y el que se admira desde el Sena a bordo de los bateaux mouche, los barcos para turistas. Y luego está el otro.

“Safari Tour de la Françafrique”, bautizaron al itinerario turístico Xavier Harel y Julien Solé, autores del cómic L’argent fou de la Françafrique (El dinero loco de la Françafrique), un cómic basado en una investigación periodística sobre el llamado “caso de los bienes mal adquiridos”. En 2021, un tribunal francés condenó definitivamente a Teodorín Obiang, vicepresidente de Guinea Ecuatorial e hijo del presidente, Teodoro Obiang, por adquisición fraudulenta de un patrimonio en Francia. La pena fue de tres años de prisión en libertad condicional, una multa de 30 millones y la confiscación de sus bienes.

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Saqueo e impunidad

Harel, autor también de Afrique, pilllage à huis clos (África, saqueo a puerta cerrada) y periodista de investigación, explica: “Estas propiedades ilustran la impunidad de las relaciones entre el Elíseo, los servicios secretos franceses y estos países. Ilustran el saqueo por parte de estos regímenes de las riquezas de países como Gabón, Congo, Camerún, de países donde hay petróleo que permitió a los regímenes seguir en el poder durante décadas.”

No es mal lugar, para empezar el paseo, el 42 de la avenida Foch, que parte del Arco del Triunfo hacia el parque del Bois de Boulogne, en el oeste de la ciudad: 140 metros de ancho, 1.300 metros de longitud, el lujo y la calma de los distritos occidentales de la ciudad.

Tres miembros de seguridad controlan el acceso al palacete de París supuestamente propiedad de Ali Bongo, donde esta semana Victoria Beckham presentó una colección de moda.
Tres miembros de seguridad controlan el acceso al palacete de París supuestamente propiedad de Ali Bongo, donde esta semana Victoria Beckham presentó una colección de moda. Samuel Aranda

En el momento de la condena por desvío de fondos y blanqueo de dinero a Obiang hijo, las miradas se concentraron en la joya más preciada de este patrimonio: el 42 de la avenida Foch, en el distrito 16. Se trata del hotel particular, o palacete, de cinco pisos con buhardilla, 3.000 metros cuadrados con cine, baño turco, y mármol y grifos dorados, estimado en 107 millones de euros, según detalló la prensa. En 2011 —esta es la escena inicial de El dinero loco de la Françafrique—, la policía se había incautado de los Porsche, Ferrari, Bugatti y Maserati del dirigente guineano.

La valla del 42 de la avenida Foch está hoy cerrada, como las persianas. Pero el régimen no ha dejado de considerarlo su propiedad. Una bandera de Guinea Ecuatorial cuelga de un balcón, y una placa gastada en la entrada dice, en castellano y francés; “Embajada de Guinea Ecuatorial”.

“Los investigadores lograron establecer que no había ninguna actividad de orden diplomático en este edificio”, explica Benjamin Guy, de Transparencia Internacional, una organización decisiva para llevar ante la justicia a los sospechosos del saqueo. “Guinea Ecuatorial, por medio de varios recursos, defendió que el edificio no era propiedad de Teodorín, sino que servía de Embajada en Francia, lo que factualmente era falso”. Añade Guy: “Hay una confusión entre los fondos y el presupuesto del Estado y el patrimonio de los dirigentes del Estado”.

La confusión entre lo que pertenece al Estado y lo que pertenece al jefe del Estado o su familia es un clásico. La lista de investigados en Francia incluye al clan del presidente congoleño Denis Sassou Nguesso. El caso Bongo está pendiente de juicio.

La existencia de este patrimonio difícilmente se habría conocido sin el empeño de personas como Jean Merckaert, coautor de un informe de la ONG CCFD-Terre Solidaire que en 2007 destapó el escándalo y activó las investigaciones. Dice Merckaert: “Hemos marcado puntos contra la impunidad: ya no es tan fácil que haya dirigentes que se enriquezcan sin vergüenza para encontrar un refugio tan fácil en países como Francia, y también en Estados Unidos, Canadá, Bélgica o incluso en España. Algo que hace 20 años ni se debatía, ahora se cuestiona, y quienes desean tener segundas residencias deben tomar atajos para enmascarar aún más la propiedad”.

En la acumulación de patrimonio, pocos igualan a los Bongo, al mando de Gabón durante 56 años. El grupo comunista del Ayuntamiento de París ha propuesto convertir estas residencias en vivienda social, informa Le Parisien.

Omar y después su hijo, Ali, eran imbatibles: un recuento reciente del diario Libération fijaba en 28 las propiedades francesas de la familia, 21 en París y siete en Niza. Libération publicó un mapa de París que podría pasar por el catálogo de una inmobiliaria de alto standing. Permite descubrir que los Obiang y los Bongo eran vecinos en la avenida Foch; los gaboneses tenían casa en el número 52. Quién sabe si se cruzaban paseando al perro.

A los Bongo, y a otros dirigentes de la Françafrique, les gustaba el distrito 16, donde el precio del metro cuadrado puede alcanzar los 18.000 euros, según el portal Se Loger, y es posible disfrutar un relativo anonimato sin esconderse, ver sin ser visto. Como los personajes de Marcel Proust: aristócratas o burgueses con ínfulas que a finales del siglo XIX se compraban en la zona hoteles particulares y paseaban por las zonas arboladas de la avenida “como si fuese su propio jardín”.

La ruta por el jardín parisino de la Françafrique podría seguir por el bulevar Lannes, dos residencias en edificios distintos, al borde del Bois de Boulogne. Y después, habría que cruzar el río hasta el distrito 7, a la rue Edmond Valentin, número 8, con la torre Eiffel al fondo. En el edificio de al lado vivió James Joyce.

Destino final: 49-51, rue de Université, palacio del siglo XVIII que hace unos años fue la residencia del diseñador Karl Lagerfeld. Ali Bongo lo compró en 2010 por más de 100 millones de euros, según Le Monde. Ahora se alquila para eventos. El viernes, ante el portalón azul de esta calle casi siempre tranquila, había una aglomeración de guardias de seguridad, curiosos y fotógrafos en la entrada. Era Victoria Beckham que presentaba su colección.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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