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Serbia estrecha el cerco en torno a los rusos críticos con Putin residentes en el país

Varios opositores a la invasión de Ucrania reciben órdenes de expulsión de Belgrado por atentar supuestamente contra “la seguridad nacional”

Guerra Rusia Ucrania
Evgueni Irzhanski y su esposa Elizabeth, ciudadanos rusos residentes en Serbia y críticos con la invasión de Ucrania, muestran sus documentos de expulsión, el viernes 8 de septiembre, en Belgrado.
Francisco Peregil

Serbia ha acogido a decenas de miles de emigrantes rusos críticos con la invasión de Ucrania desde que comenzó la guerra a gran escala en febrero de 2022. La mayoría de ellos han podido pronunciarse libremente contra la política de Vladímir Putin, a pesar de que el Gobierno serbio mantiene estrechas relaciones con el Kremlin. Pero ahora, algunos de los activistas rusos más destacados aseguran haber recibido órdenes judiciales donde se les conmina a abandonar el país por atentar contra “la seguridad nacional”.

El ruso Evgueni Irzhanski, de 41 años, posee un documento del Ministerio del Interior de Serbia, con fecha del lunes 28 de agosto, donde se le invitaba a abandonar el país en el plazo de siete días. Este antiguo consultor de ventas organiza conciertos en Serbia a los que suelen acudir rusos. En el último de ellos, celebrado el pasado junio, se cantaron varias canciones en contra de la invasión. Su esposa Elizabeth, de 37 años, ilustradora y artista, también tiene otra orden de expulsión.

“Las autoridades”, explica Irzhanski,me pidieron que fuera a la Oficina de Extranjería. Fui el lunes 28 de agosto y me cancelaron la residencia con efecto inmediato. Me obligaron a abandonar el país en siete días. Este plazo terminó el lunes 4 de septiembre”. El matrimonio ruso optó entonces por recurrir ante un tribunal superior. “He apelado”, explica Irzhanski, “para que al menos me expliquen por qué soy una amenaza para la seguridad nacional. También pedí la suspensión de la orden de expulsión. Pero el tribunal se negó a suspenderla, así que lo más probable es que abandone el país en los próximos días. Tengo intención de continuar la lucha en los tribunales serbios desde el extranjero”.

Este periódico intentó sin éxito recabar la versión del Ministerio del Interior serbio. Irzhanski cree que la razón por la que le quieren expulsar puede estar relacionada con el hecho de que tanto él como su esposa han colaborado con la Sociedad Democrática Rusa de Belgrado, una organización crítica con el presidente Putin y la invasión de Ucrania. Esta organización fue fundada por sus compatriotas Peter Nikitin, de 41 años, y Vladímir Volojonski, de 44. Ellos también han recibido órdenes de expulsión. También han recurrido ante la justicia y ahora intentan denunciar sus casos en medios internacionales, como Le Monde.

El presidente serbio, Aleksandar Vucic, mantiene un difícil equilibrio entre su afán para que su país ingrese en la Unión Europea, y sus estrechos vínculos con Moscú. Belgrado condenó la agresión rusa en la ONU, pero se negó a secundar las sanciones impuestas por Occidente. El presidente acusó a Nikitin el pasado mayo en una conferencia de prensa de ser un “lobbista de los intereses ucranios”, tras haber participado el activista ruso en una protesta de la oposición.

Nikitin, un jurista internacional que trabaja en Belgrado como traductor de textos legales, cree que las órdenes de expulsión han llegado por petición directa de Moscú. “Las actividades antibelicistas de Vladímir Volojonski y mías no son en absoluto una amenaza para el régimen del presidente Vucic. De hecho, son incluso útiles, ya que puede utilizarlas para mostrar a Occidente que Serbia es un país democrático donde se permiten opiniones diferentes y todo el mundo puede protestar, incluso contra Putin y la guerra”.

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El cofundador de la Sociedad Democrática Rusa de Belgrado cree que los conciertos que organizó Evgueni Irzhanski, y por los que ha podido granjearse la orden de expulsión, eran eventos cerrados; no contaban con la asistencia del público serbio ni eran de su interés. Nikitin asegura que, a pesar de que algunas de las canciones que allí se interpretaron tenían un mensaje antibelicista, no se anunciaron ni promocionaron ni se conocieron en general como actos contra la guerra o contra Putin. “Y desde luego”, añade Nikitin, “no tuvieron ninguna repercusión en la política interna serbia. Además, los conciertos rusos son rentables para la economía de Belgrado”. Para este activista ruso resulta revelador que las decisiones de expulsión las tomara Serbia después de que Aleksandar Vulin, el jefe de sus servicios secretos (la BIA, Bezbednosno Informativna Agencija) asistiera en mayo en Moscú a una “conferencia de seguridad internacional”.

“Putin no es Rusia”

Peter Nikitin esgrime que el principal mensaje que su asociación transmite a Serbia y al mundo es: “Putin no es Rusia”. “Evidentemente”, argumenta, “esa idea perjudica al régimen de Putin. Por eso pidió a Vulin que acabe con nuestras actividades en el país”.

Nikitin es consciente de que en la sociedad serbia son una minoría quienes apoyan abiertamente a Ucrania. “En este país, hay varias corrientes de opinión. Por un lado, están los que repiten la propaganda de Putin: ‘Ucrania no tiene derecho a existir, Putin no tuvo más remedio que atacar debido a la amenaza de la OTAN, Ucrania se lo merece debido a los supuestos crímenes contra los rusos étnicos’. Por otro, están los que creen que la invasión en realidad es una guerra entre Rusia y Occidente librada en Ucrania. Estos también creen que Estados Unidos y la OTAN han iniciado la guerra. Y por último, están los proucranios, que son una minoría”.

Por su parte, Vladímir Volojonski, analista de datos y cofundador de la Sociedad Democrática Rusa de Belgrado, cree que las órdenes y amenazas de expulsión que están recibiendo no se deben a un cambio de estrategia en el Gobierno serbio. Lo achaca, sobre todo, a la voluntad de Vulin, el jefe de los servicios secretos. Sobre las razones de fondo para expulsarlos, tampoco lo tiene claro. “No tenemos ninguna declaración oficial clara sobre qué es exactamente lo que hemos hecho mal. Puede que haya una petición expresa de la Embajada rusa. Puede que teman una posible participación de activistas rusos en la política serbia”.

Desinformados por “la propaganda rusa”

Volojonski pretende dejar el país en los próximos días para marcharse a Alemania. El activista piensa que la decisión del Gobierno serbio de impulsar las expulsiones de activistas críticos no está asentada sobre razones económicas. “Serbia depende del gas ruso”, admite, “pero el gas es mucho menos importante para Serbia que las relaciones económicas con la UE”. El activista opina que en realidad esa dependencia hacia Rusia obedece más bien a las “relaciones seculares” entre ambos pueblos. “Los serbios se han acostumbrado a depender de Rusia, la consideran su principal defensor en el mundo de las grandes potencias. Sería más racional que el Gobierno serbio adoptara una posición más cercana a la UE, pero esto sería percibido muy negativamente por muchos ciudadanos”.

“En realidad”, esgrime Volojonski, “los serbios saben muy poco sobre cómo va la guerra y lo que está ocurriendo en Ucrania. Sus fuentes de información, sobre todo, son los tabloides alineados con el Gobierno, que se nutren de la propaganda del Ministerio de Defensa ruso. En estas crónicas la guerra se presenta como si un comentarista deportivo relatase el partido de su equipo nacional contra el enemigo”.

Los tres consultados consideran que la presencia de un gran número de rusos en Belgrado ha dejado claro a muchos serbios que Putin no es Rusia y no se alegran cuando el taxista, para congraciarse con ellos, levanta el pulgar hacia arriba y dice alegremente “¡Putin!”. “Los serbios no quieren molestarnos”, concluye Volojonski, “así que ahora este tipo de incidentes ocurren con mucha menos frecuencia. Pero eso no significa que los serbios hayan cambiado de opinión sobre la guerra”.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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