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Las drogas y la violencia rompen la tranquila Bruselas

La capital belga ha vivido este año una cifra inédita de asesinatos, al menos seis, y otros actos violentos relacionados con el tráfico de drogas. Bélgica tiene en Amberes uno de los principales puertos de entrada de cocaína en Europa

Bruselas
Dos agentes de aduanas buscan drogas en un contenedor el 11 de julio de 2023 en el puerto de Amberes (Bélgica).Thierry Monasse (Getty Images)
Silvia Ayuso

En una tranquila mañana de agosto en la que, por fin, el sol sale tímidamente en uno de los veranos más lluviosos que se recuerdan en Bruselas, la barriada de Peterbos, en el límite de la capital belga, parece adormecida. Los bloques de viviendas sencillas y baratas se apelotonan en una manzana rodeada de jardines que los separa de otros edificios más nuevos y hasta de grandes casas unifamiliares. Salvo por algunos jóvenes agazapados en los soportales que siguen con poco disimulo a todo visitante ajeno al vecindario, poco hace pensar que Peterbos sea uno de los principales centros de venta de droga de la capital belga. Pero las apariencias engañan. “Se avisan unos a otros, tienen un sistema de silbidos y señales para alertar de la policía”, cuenta una vecina que lleva varias décadas viviendo frente a la barriada.

La venta de estupefacientes, y los conflictos que conlleva, no se suelen desbordar a otras partes del barrio, reconocen ella y otro vecino que pasea su perro por los alrededores y que prefieren no dar su nombre. Pero ambos evitan entrar en Peterbos a toda costa. La policía ha aumentado sus patrullas por el área, como también en otras partes conflictivas de la ciudad, sobre todo en los alrededores de las estaciones de tren de Midi y Nord, en plena capital.

Tanto autoridades locales como altos responsables policiales han lanzado un grito de alerta en las últimas semanas, temerosos de que la situación se vaya de las manos. El miedo confeso es que Bruselas se convierta en una nueva Marsella, la ciudad portuaria francesa donde las bandas dominan completamente algunas barriadas y hasta hacen ostentación de las armas militares con las que protagonizan frecuentes enfrentamientos con grupos rivales y la policía.

No es ningún secreto que Bélgica tiene un grave problema con el tráfico de drogas muy difícil de combatir —el ministro de Justicia y su familia fueron puestos el año pasado bajo protección policial extra tras filtrarse que unos narcotraficantes pretendían secuestrarlos—. Pero hasta ahora, la mayor parte de los incidentes estaban localizados en Amberes, uno de los mayores puertos de Europa y la principal entrada de la cocaína de América Latina. Una serie de actos de extrema violencia relacionados con ajustes de cuentas entre bandas de narcos en la capital belga ha hecho saltar las alarmas.

En un gesto inusual, casi media docena de los más altos responsables de la policía judicial federal de Bruselas, incluido su director, Eric Jacobs, decidieron dar un paso al frente a comienzos de mes y, en una entrevista con el diario Le Soir, advirtieron de “un nivel de violencia jamás visto antes”. Desde hace un tiempo, las fuerzas de seguridad capitalinas se ven ante “casos de secuestros, torturas, disparos con armas de guerra, lanzamientos de granadas, ataques con cócteles molotov y homicidios”, relataron al rotativo.

Desde el 1 de enero, en Bruselas se han producido al menos seis muertes violentas relacionadas con el tráfico de droga, entre ellas una por arma de fuego y tres con arma blanca, según un recuento de ese diario. Una cifra que ya triplica los dos homicidios por narcotráfico registrados en 2022. Además, ha habido 20 heridos graves que requirieron hospitalización y otros 41 más leves. Se han registrado un total de casi 70 ataques en los primeros seis meses del año, la mitad de los cuales fueron cometidos con un arma blanca. La policía trabaja también en cinco casos de secuestros entre bandas rivales —que, en Bruselas, son principalmente albanesas frente a la predominancia marroquí en Amberes—, la misma cifra que en todo el año pasado entero. Y estos son solo los casos conocidos. Muchas agresiones, torturas o secuestros se producen lejos del radar de la policía, que teme que lo que se sabe sea solo la punta del iceberg.

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Que Bélgica es un territorio de tránsito ideal para los narcotraficantes no es nuevo, recuerda el criminólogo Michaël Dantinne: en apenas 30.000 kilómetros cuadrados, con buenas carreteras, tienen en Amberes el segundo mayor puerto marítimo europeo, el tercer puerto fluvial en Lieja y cuatro fronteras (Alemania, Francia, Luxemburgo y Países Bajos).

Pero Dantinne, profesor de Criminología en la Universidad de Lieja, prefiere ser cauto con las cifras y declaraciones que abundan entre los políticos, como hablar de “narcoterrorismo”, extremo que considera exagerado en el caso belga. Hay que ver, explica por correo electrónico, si se trata efectivamente de un aumento de la violencia o de la “visibilidad” de la misma. “Puede que esta violencia, que hasta ahora estaba escondida, sea hoy más visible. ¿Por qué? Estamos, claramente, ante una competencia reforzada entre los mercados de narcóticos, porque se han visto desestabilizados por las investigaciones”, afirma. El experto se refiere a las múltiples operaciones antidroga realizadas en Europa y Dubái, uno de los puntos desde donde los narcos dirigen el tráfico de estupefacientes desde que se logró piratear en 2021 la red de conversaciones encriptadas SkyECC que usaban muchas mafias. Esta situación ha llevado a una “reconfiguración del mercado que parece estar acompañada de guerras de territorios”, que es lo que parece estar pasando ahora en Bruselas, agrega Dantinne.

Tras la muerte en enero de Firdaous, una niña de 11 años que recibió un disparo en el corazón durante un ataque a una residencia en Amberes —su tío es un conocido capo de la droga—, el primer ministro, Alexander De Croo, anunció un nuevo plan. Entre otros, incluye el nombramiento de una comisaria nacional antidrogas, la creación de un cuerpo de policía encargado de la seguridad portuaria en Amberes, una aduana más dura con el objetivo de lograr el escaneo “del 100%” de los contenedores sospechosos antes de que acabe el año y multas más fuertes para los consumidores: entre 75 y 150 euros por posesión de pequeñas cantidades de cannabis y hasta 1.000 euros por posesión de cocaína.

Las medidas por ahora no parecen haber desanimado a las mafias. Las autoridades belgas revelaron a mediados de julio que se habían incautado en el puerto de Amberes de más de 43 toneladas de cocaína, 2.800 kilos de heroína y 161 kilos de MDMA (éxtasis) en los primeros seis meses del año. Solo en lo que concierne a la cocaína, las cifras ya son un 21% superior a las incautadas durante el mismo periodo de 2022 y mayores que todo lo aprehendido en 2017 (41,16 toneladas). Dos semanas después del balance semestral, la aduana informaba de que se habían decomisado otros 1.879 kilos de cocaína en el mismo puerto.

Esta pasada semana, la aduana holandesa anunciaba también un alijo récord en el puerto de Róterdam: más de ocho toneladas de cocaína escondidas en un contenedor de bananas procedentes de Panamá. Este país, junto con Ecuador y Brasil, son los principales puntos de partida de la cocaína que llega a Amberes y Róterdam, mayoritariamente escondida en alguno de los miles de contenedores que se descargan diariamente en estos puertos europeos.

El criminólogo no puede esconder un cierto fatalismo. “Es una lucha imposible. Creer que un día se va a lograr hacer desaparecer del todo el tráfico de estupefacientes, es una ilusión”, advierte Dantinne. Aun así, reconoce, no se puede arrojar la toalla. “Desde luego, no es una razón para no hacer nada”.

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Sobre la firma

Silvia Ayuso
Corresponsal en Bruselas, después de contar Francia durante un lustro desde París. Se incorporó al equipo de EL PAÍS en Washington en 2014. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, comenzó su carrera en la agencia Efe y continuó en la alemana Dpa, para la que fue corresponsal en Santiago de Chile, La Habana y Washington.

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