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El rescate de Rayan saca lo mejor de Marruecos

Las muestras de solidaridad en Marruecos en la tragedia del niño fallecido ha despertado la admiración dentro y fuera del país

Cientos de marroquíes siguieron el rescate de Rayan, en la aldea de Egrán, desde cerca este sábado. Foto: FADEL SENNA (AFP)
Francisco Peregil
Egrán (Marruecos) -

Egrán, la aldea donde vivía el pequeño Rayan, amaneció este domingo casi vacía. Tres chiquillos sacaban seis cabras a comer a las nueve de la mañana. Los últimos periodistas iban recogiendo sus enseres. El monte estaba lleno de pequeños envases vacíos de botellas de agua, uno de los pocos rastros que dejaron los cientos de jóvenes que acompañaron el rescate durante varias noches. A un lugar de gente pobre estuvieron llegando pobres de todas partes de Marruecos. Y muchos encontraron cobijo para dormir. Pero ahora, el hogar del niño que sacaron muerto tras pasar cuatro días enterrado en un pozo parecía más vacío que nunca. La familia había desaparecido, exhausta tras tantas noches en vela.

Quedaba en la casa de Rayan algún miembro de las fuerzas auxiliares de gendarmería. El hombre charlaba con quienes iban llegando, les mostraba la inmensa brecha que se abrió en cuatro días y hasta sujetó a un reportero para que no pisara justo encima del agujero de 45 centímetros de diámetros por el que cayó Rayan. El pozo estaba pegado a la casa, junto a una pared. Y ahora, bajo la vivienda queda un enorme terraplén de más de 30 metros donde da miedo hasta asomarse.

Todo ese paisaje que se ve desde la casa de Rayan, esas montañas del Rif donde la gente malvive con la siembra del hachís, está lleno de barrancos empinados, de carreteras de polvo muy estrechas, de lugares donde puede sobrevenir un gran susto en cualquier momento. La vida es dura en lugares como Egrán. Y Marruecos está lleno de aldeas como esa, donde la gente vive al día, con su horno de piedra en la puerta de casa.

Tal vez por eso, porque saben que la familia de Egrán es una de tantas que luchan por el pan de cada día, muchos marroquíes se tomaron el rescate de Rayan como algo propio, como si el niño les tocase algo. Hasta el último minuto, incluso cuando los socorristas sacaron su cuerpo sin vida, el sábado a las 21:32, los cientos de jóvenes que estaban allí creían que había salido con vida. Pero enseguida los medios marroquíes difundieron el mensaje del Palacio Real en el que el rey Mohamed VI transmitía sus condolencias a la familia.

El mensaje decía que “Su Majestad” había seguido muy de cerca el rescate y había dado instrucciones para emplear “todos los esfuerzos posibles” para salvar al niño. “Pero la voluntad de Dios es imparable y el niño ha respondido a la llamada del Altísimo”, señalaba. El monarca agradeció el despliegue de “solidaridad” mostrado hacia la familia del niño.

En la casa de Rayan, a las 11 de la noche del sábado una mujer de la familia comenzó a gritar y dos hombres la agarraron y la metieron dentro de una habitación. Tras la noticia de la muerte, el sufrimiento se llevaba en silencio. Todo el mundo en ese momento intentaba ayudar en la aldea de Rayan al que tenía al lado. Ya fuera ofreciéndose para llevar a alguien en coche al pueblo más cercano, a unos 15 kilómetros, o aportando un cargador de teléfono, o simplemente sonriendo al desconocido.

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Buena parte del país pareció inmerso durante los cuatro días de rescate en ese sentimiento de fraternidad. Los jugadores marroquíes internacionales como el exmadridista Ashraf Hakimi escribían mensajes en las redes sociales. Desde Argelia, el país con el que Marruecos sostiene un conflicto diplomático que se ha agravado en el último año, el rescate era la noticia más seguida. Jugadores argelinos famosos como Youcef Belaili, Riyad Mahrez e Ismaël Bennacer enviaron mensajes de apoyo a la familia. La política de hostilidades entre Argelia y Marruecos seguirá su curso. Nadie puede esperar otra cosa, de momento. Pero la solidaridad entre pueblos muy próximos también persiste.

Mensaje del Papa

Desde la otra orilla del Mediterráneo también llegaban los mensajes. Este domingo, mientras tres niños de la aldea recogían en un saco la basura, muy lejos de allí, en la plaza de San Pedro, de Roma, el papa Francisco enviaba en francés un mensaje de agradecimiento a la nación: “Todo el pueblo estaba allí para salvar a un solo niño”. Llegaron también los pésames de casi todas las embajadas en Marruecos, así como un mensaje del presidente francés Emmanuel Macron dirigido a la familia de Rayan y al pueblo marroquí, donde decía que compartía la pena.

El caso de Rayan ha sacado a la luz, también entre muchos marroquíes, el rescate de Julen, el 26 de enero de 2019 en Totalán (Málaga). Rayan tenía cinco años y Julen, dos. El diámetro del pozo de Julen medía 25 centímetros y el de Rayan, 45. El agujero de Rayan tenía una profundidad de 32 metros y el de Julen, alrededor de 100. La operación de salvamento del niño marroquí duró cuatro días y la del español, trece. La autopsia definitiva de Julen, difundida tres meses después de su rescate, reveló que el niño había muerto por dos golpes sufridos al precipitarse por el pozo. Falleció el día mismo de la caída, el 13 de enero. Rayan, sin embargo, se encontraba con vida cuando cayó el pasado martes, según indicaron a este diario varios familiares, que habían conseguido grabarle en vídeo introduciendo un teléfono con una cuerda.

Los dramas en Marruecos, como en todas partes, siempre existieron. El pasado 24 de enero, por ejemplo, fallecieron calcinados tres niños nigerianos, todos ellos menores de siete años, cuando ardió la chabola en la que se encontraban, en las afueras de Nador, frente a Melilla. La madre, que se encontraba con ellos, murió solo días después a causa de las quemaduras.

Sin embargo, ha sido el drama de Rayan el que ha mantenido al país en vilo. Y el que ha sacado lo mejor de cada uno.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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