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El negociador de Johnson para el Brexit dimite y aumenta la debilidad del Gobierno conservador

David Frost abandona su puesto por su descontento con el endurecimiento de las restricciones para frenar la variante ómicron y la subida de algunos impuestos

Boris Johnson
Boris Johnson, en primer plano, con David Frost, el 30 de diciembre de 2020.LEON NEAL (Getty Images)
Rafa de Miguel

El político en quien Boris Johnson puso toda confianza para negociar las partes conflictivas del Brexit con la Unión Europea, David Frost (56 años), ha decidido abandonar su puesto para expresar su oposición a la deriva actual del Gobierno británico. Según ha adelantado este sábado a última hora de la noche el diario tabloide Daily Mail. Frost, un conservador convertido a euroescéptico furibundo y hombre fiel a Johnson, ha propiciado con su anuncio un enorme golpe a un primer ministro que ya vivía estas semanas sus horas más bajas.

Frost, a quien Johnson había convencido para aguantar en su puesto de ministro para las Relaciones con la UE hasta el próximo enero, ha acelerado su decisión después de haberse filtrado a los medios sus intenciones. “Estoy decepcionado de que este plan se haya hecho público, y en estas circunstancias creo que lo correcto es que abandone mi puesto de modo inmediato”, ha escrito al primer ministro. Oficialmente, Frost no ha decidido abandonar el Gobierno por el Brexit. Sus razones, manifestadas en la carta que envió al primer ministro la semana pasada, tienen que ver con las medidas de Downing Street que más han irritado en las últimas semanas al ala dura y neoliberal del Partido Conservador: el endurecimiento de las restricciones sociales para hacer frente a la amenaza de la variante ómicron; la subida ya decidida de algunos impuestos y la anunciada para otros; y las rígidas políticas económicas comprometidas por el Gobierno de Johnson para alcanzar el objetivo de neutralidad de emisiones de dióxido de carbono para 2050.

La salida de Frost tiene una doble lectura. Por una parte, el hecho de que el hombre al que Johnson puso al timón de las negociaciones del Brexit para mantener la llama de esa cruzada tire la toalla es una nueva señal de la crisis que atraviesa el actual Gobierno británico. A las vacilantes respuestas frente a la amenaza de la variante ómicron, que han provocado una rebelión interna de casi 100 diputados conservadores contra Johnson, se suma el enorme desgaste de la credibilidad política del primer ministro con el asunto de las fiestas prohibidas en Downing Street durante el confinamiento o los dudosos gastos para decorar el apartamento del matrimonio Johnson. En las elecciones parciales de la circunscripción de North Shropshire, celebradas el pasado jueves, los votantes de una región profundamente conservadora desde hace 200 años dieron la espalda al Gobierno y votaron mayoritariamente a la candidata liberaldemócrata.

El fanatismo desplegado por Frost en sus negociaciones con el vicepresidente de la Comisión Europea, Maros Sefcovic, en torno al conflictivo Protocolo de Irlanda del Norte, estaban colocando a Johnson en una situación muy delicada. Lo último que necesitaba su Gobierno era una guerra comercial con Bruselas, en un momento en que la economía sale con vacilación del golpe de la pandemia y de las fricciones provocadas por el propio Brexit.

Frost introdujo una rigidez dogmática en las conversaciones, que incluyó la exigencia de última hora de que el Tribunal de Justicia de la UE (TJUE) dejara de ser el órgano supervisor de las reglas del mercado interior en Irlanda del Norte. Bruselas, que ofreció una relajación generosa de los controles aduaneros entre Gran Bretaña e Irlanda del Norte, nunca aceptó la exigencia maximalista de Frost. La tensión llegó a extremos casi intolerables, hasta que Londres comenzó a dar señales de flexibilidad y cesión.

La semana pasada, un alto funcionario que mantuvo una conversación telefónica con corresponsales de la UE en Londres, dio la señal de que había un giro de estrategia. Londres ya no iba a exigir, de momento, la desaparición del TJUE de Irlanda del Norte. Se centraría, como había pedido Bruselas desde un principio, en solucionar los problemas prácticos de los controles aduaneros y las normas fitosanitarias. Frost tuvo que salir de inmediato a intentar matizar —que no desmentir— una información que le dejaba a él en posición delicada. Pero lo cierto es que en sus reuniones del miércoles y viernes con Sefcovic confirmó un cambio de estrategia que iba en contra de la que había sido su posición inflexible durante todo este tiempo.

“Como si ya no lo supiéramos, lord Frost ha decido abandonar un Gobierno en situación de caos. Este país necesita liderazgo, y no un primer ministro debilitado en el que han perdido la fe sus diputados y ministros. Johnson tiene que pedir perdón a los ciudadanos y explicar de una vez cuáles son su planes”, ha escrito en Twitter Jenny Chapman, el portavoz para el Brexit de los laboristas.

Los políticos unionistas de Irlanda del Norte, que han presionado hasta ahora al Gobierno de Johnson para que prescindiera unilateralmente de un protocolo que consideraron siempre una traición, han lamentado la decisión de Frost. “Su dimisión es un momento importante para el Gobierno de Johnson, pero se trata de algo descomunal para todos aquellos que creímos que Frost cumpliría con Irlanda del Norte”, ha escrito Arlene Foster, la exlíder del Partido Democrático Unionista, quien dimitió precisamente por la aprobación del Protocolo.

El tratado, una solución para impedir el levantamiento de una nueva frontera en Irlanda que reavivara el conflicto apagado por el Acuerdo de Viernes Santo de 1998, mantenía a Irlanda del Norte dentro del mercado interior de la UE. Londres lleva meses retrasando los controles aduaneros a lo que le obligaba un acuerdo que firmó el propio Johnson, como solución necesaria para lograr su anhelado Brexit.

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Sobre la firma

Rafa de Miguel
Es el corresponsal de EL PAÍS para el Reino Unido e Irlanda. Fue el primer corresponsal de CNN+ en EE UU, donde cubrió el 11-S. Ha dirigido los Servicios Informativos de la SER, fue redactor Jefe de España y Director Adjunto de EL PAÍS. Licenciado en Derecho y Máster en Periodismo por la Escuela de EL PAÍS/UNAM.

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