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Un jurado militar condena las torturas de la CIA a un terrorista de Al Qaeda: “Es una vergüenza para EE UU”

Majid Khan, preso en Guantánamo, narró al tribunal los brutales abusos físicos y psicológicos a los que fue sometido. “Mientras más cooperaba, más me torturaban”

Antonia Laborde
Imagen de Majid Khan en 2018, proporcionada por el Centro de Derechos Constitucionales.
Imagen de Majid Khan en 2018, proporcionada por el Centro de Derechos Constitucionales.AP

El paquistaní Majid Khan fue uno de los terroristas que Estados Unidos buscó borrar del mapa después de los atentados del 11-S de 2001. La CIA lo retuvo durante tres años (de 2003 a 2006) en prisiones secretas creadas por la agencia de inteligencia en diferentes países para obtener información sobre las operaciones de Al Qaeda. El pasado jueves por la noche, Khan, ahora de 41 años, se convirtió en el primer recluso de lo que se conoce como black sites en narrar públicamente los brutales métodos de interrogación a los que fue sometido. “Mientras más cooperaba, más me torturaban”, dijo ante un jurado militar en la base estadounidense de Guantánamo. La vista acabó con una condena a 26 años de prisión. Pero siete de los ocho miembros del jurado militar, a petición de la defensa del acusado, pidieron al Pentágono el indulto por los abusos cometidos por los agentes sobre el preso: “Es una mancha en la fibra moral de EE UU”, dice la carta de los militares obtenida el pasado domingo por The New York Times.

La carta tiene sobre todo una carga simbólica; un informe del Senado de 2014 tras una larga investigación ya constató que decenas de presos sufrieron brutales técnicas de interrogatorio o torturas en instalaciones secretas. Khan, además, acaricia la libertad en febrero próximo o en 2025 a más tardar, ya que hace años se convirtió en colaborador del Gobierno estadounidense y confesó varios delitos, lo que llevó a un acuerdo del Pentágono con el equipo legal del pakistaní. Este pacto no era conocido por el jurado militar, que en cualquier caso, debía oír el caso.

Khan llegó a Estados Unidos junto a su familia cuando tenía 16 años. Se graduó en un instituto de la ciudad de Baltimore y trabajaba para una empresa de telecomunicaciones cuando se produjeron los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono. Ya en 2002 viajó a Pakistán, donde se encontró con varios miembros de su familia vinculados al grupo terrorista Al Qaeda, responsable de los ataques. Lo invitaron a unirse a la organización terrorista. Su madre había muerto recientemente y se sentía “perdido y vulnerable”, dijo ante el jurado. “Fui estúpido, increíblemente estúpido. Pero prometieron aliviar mi dolor y purificar mis pecados. Prometieron redimirme y yo les creí”, añadió.

A partir de entonces, participó en varios planes de ataque de Al Qaeda. En 2003 entregó 50.000 dólares [unos 43.165 euros) a una filial del grupo terrorista, dinero que se utilizó en un atentado que dejó 11 muertos y decenas de heridos en un hotel Marriott en Yakarta (Indonesia) en agosto de ese año, cinco meses después de su captura por parte de la CIA. Para entonces, el Ejército norteamericano y la agencia de inteligencia ya estaban utilizando las llamadas “técnicas de interrogatorio reforzadas” como la asfixia simulada por agua (waterboarding) en instalaciones secretas para obtener confesiones que sirvieran a la guerra contra el terrorismo iniciada por la Administración del presidente George W. Bush tras el 11-S.

Cuando Khan se negó a beber agua, los agentes de la CIA le colocaron una manguera en el recto. “Conectaron un extremo al grifo, me pusieron el otro en el recto y abrieron el agua”, narró al jurado. La tortura le provocó la pérdida de control de sus intestinos y aún hoy tiene hemorroides. Cuando se negó a comer le metieron puré en lugar de agua. También le insertaron tubos de alimentación por la nariz y la garganta. Recibió palizas mientras estaba desnudo y encadenado, a veces a una pared y otras a una viga con los brazos en alto.

Lo trataron “como a un perro”, y lo mantuvieron durante largos periodos en una oscuridad absoluta. Cuando lo trasladaban en avión de una prisión a otra, le ponían pañales y cinta adhesiva en los ojos. Según su relato, confesó todo lo que sabía, pero los agentes siempre querían más y comenzó a inventar información.

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“Este abuso no tuvo ningún valor práctico en términos de inteligencia, o cualquier otro beneficio tangible para los intereses de Estados Unidos”, dice la carta de los miembros del jurado militar. “El trato al señor Khan en manos del personal estadounidense debería ser una fuente de vergüenza para el Gobierno de EE UU”, agregaron. El programa de interrogatorios violentos para minar la moral de los prisioneros finalizó en 2009, durante la Administración de Barack Obama, pero la oscura mancha en la reputación de la CIA prevalece.

En 2006, Khan fue trasladado a la prisión de Guantánamo, donde finalmente pudo acceder a un abogado. Durante nueve años estuvo preso sin cargos. En 2012 se declaró culpable de cuatro delitos de terrorismo. Al no tener la ciudadanía estadounidense, fue tratado como un “enemigo beligerante extranjero sin privilegios”. Por eso ha sido juzgado por una comisión militar, y “técnicamente no se le concedieron los derechos de los ciudadanos estadounidenses”, como describieron los siete jurados de la carta, en la que destacaban que por haberse declarado culpable y mostrar remordimiento por el dolor causado a las víctimas y sus familiares, merecía el perdón.

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Sobre la firma

Antonia Laborde
Periodista en Chile desde 2022, antes estuvo cuatro años como corresponsal en la oficina de Washington. Ha trabajado en Telemundo (España), en el periódico económico Pulso (Chile) y en el medio online El Definido (Chile). Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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