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Islamo-izquierdismo, la última guerra cultural francesa

Las universidades defienden su independencia ante una iniciativa del Gobierno de Macron para investigar la infiltración en las aulas de nuevas teorías raciales

Manifestación contra la discriminación de los musulmanes, en noviembre de 2019 en París.
Manifestación contra la discriminación de los musulmanes, en noviembre de 2019 en París.GEOFFROY VAN DER HASSELT (AFP)
Marc Bassets

Es el neologismo del momento en Francia: islamo-izquierdismo, o la alianza entre los islamistas y la extrema izquierda. En realidad, nadie se pone de acuerdo sobre su significado exacto ni hasta qué punto se trata de un fenómeno real o imaginado.

De un lado, están quienes temen que ideas radicales y antidemocráticas estén conquistando la universidad francesa. Y del otro, quienes ven una intromisión del poder político en la autonomía universitaria.

El Gobierno francés cree que el islamo-izquierdismo se está infiltrando en la enseñanza superior de la mano de las nuevas teorías raciales. Otros mencionan las teorías de género y de clase, que convergen con la racial en los llamados estudios interseccionales. Sostienen, por ejemplo, que las manifestaciones del pasado verano contra los actos violentos o racistas de la policía francesa trasladaban de forma artificial un problema de EE UU, sociedad marcada por el racismo, a un país como Francia, que oficialmente no reconoce la pertenencia racial de sus ciudadanos.

Las autoridades académicas consideran que el anuncio, por parte de la ministra de Universidades, Frédérique Vidal, de una investigación sobre la supuesta infiltración islamo-izquierdista en la universidad supone un asalto inaceptable a la libertad académica. Y cuestionan la validez del término: se ha usado para designar a quienes en la izquierda denuncian la existencia de una islamofobia sistémica en Francia, o a quienes ha criticado las limitaciones para el uso del velo islámico en nombre de los derechos de las minorías.

“El islamo-izquierdismo no se puede cuantificar, por eso sería necesaria una investigación imparcial”, defiende por teléfono el historiador Pierre-André Taguieff, que en la primera década del siglo definió y popularizó el término de islamo-izquierdismo. Taguieff ve “una penetración del activismo político en las universidades” y “una autodestrucción de la universidad como lugar de libre debate por parte de ambientes extremistas”.

En una entrevista con el diario Libération, el economista estrella Thomas Piketty declara, al contrario, no conocer “a ningún investigador del que, ni de cerca ni de lejos, se pueda sospechar cualquier complacencia con los yihadistas”. “Esta lógica de sospecha generalizada solo puede llevar a la polarización y al diálogo de apodos”, dice Piketty que, en su último libro, Capital e ideología, aborda la historia del colonialismo. “Frédérique Vidal debe marcharse”, añade.

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La tormenta político-universitaria ocurre cuando la Asamblea Nacional acaba de aprobar una ley que busca controlar mejor a los agitadores ideológicos del islamismo. Y llega unos meses después de la decapitación, a manos de un yihadista, de Samuel Paty, un profesor de instituto que en sus clases mostraba las caricaturas de Mahoma, el profeta de los musulmanes, publicadas hace años por el semanario Charlie Hebdo. “Pienso que el islamo-izquierdismo gangrena la sociedad en su conjunto y la universidad no es impermeable, forma parte de la sociedad”, declaró Vidal el domingo pasado en la cadena CNews. “Lo que observamos en las universidades es que, en efecto, hay gente que aprovecha el aura de su título, o el aura que tienen, para defender ideas radicales o militantes”.

El martes pasado, en la sesión de control en la Asamblea Nacional, la ministra anunció que pedirá al Consejo Nacional de la Investigación Científica (CNRS, el equivalente al CSIC español) “que se haga un balance del conjunto de investigaciones que se desarrollan en este país”. El objetivo es distinguir entre “investigación científica” y “militante”. Al día siguiente, el portavoz del Gobierno, Gabriel Attal, se distanció de la iniciativa. Y aseguró que el presidente francés, Emmanuel Macron siente “un apego absoluto a la independencia de los docentes-investigadores”.

La rectificación del portavoz fue insuficiente para la cúpula académica. “El islamo-izquierdismo, eslogan político usado en el debate público, no se corresponde a ninguna realidad científica”, dice un comunicado del CNRS. “El CNRS condena, en particular, las tentativas de deslegitimación de diferentes campos de la investigación, como los estudios poscoloniales, los estudios interseccionales o los trabajos sobre el término de raza, o cualquier otro campo del conocimiento”. La Conferencia de Rectores francesa también protestó.

Valores universales

Los apoyos más entusiastas a la iniciativa de la ministra Vidal han venido del campo conservador. Para la ultraderecha, islamo-izquierdismo es un término de uso corriente, el reverso de islamofobia, otra palabra discutida. El debate también divide a la izquierda: una izquierda que podría llamarse universalista —apegada a la idea de una República de ciudadanos independientes y de valores universales como los derechos humanos— frente a otra en la que ocupa un papel destacado la identidad de raza o género, y que en nombre de la defensa de los marginados se ha acercado a veces a figuras y grupos islamistas.

Todo eso sucede con el trasfondo del recelo eterno de Francia hacia EE UU. Algunos ven en este fenómeno como una importación a Francia de las llamadas guerras culturales estadounidenses y de las modas de los campus y de la izquierda de este país. La paradoja es que muchas de las teorías made in USA sobre el género, la raza o las clases sociales tienen su origen en pensadores franceses de los años setenta como Michel Foucault o Jacques Derrida.

Unos y otros se acusan de macartismo, de promover una caza de brujas como la del senador estadounidense Joe McCarthy a mediados del siglo XX contra los supuestos infiltrados comunistas en EE UU. Ven en el campo adverso una policía del pensamiento para controlar las universidades y excluir a quienes piensan distinto.

“Creo que estamos ante el mismo terrorismo intelectual que en los años cincuenta y sesenta el comunismo estalinista imponía en la universidad y la investigación”, dice Taguieff. “También hay aspectos macartistas: se hacen listas negras de reaccionarios, islamófobos, racistas. Se les prohíbe hablar y se boicotea sus libros y se les denuncia”. Taguieff, sin embargo, no cree, al contrario que la ministra, que estas corrientes “gangrenen toda la sociedad”. “Es minoritario, pero dinámico y atractivo”, dice. “Hay una seducción de la radicalidad, del extremismo, y un odio hacia la moderación”, añade.

Macron mira a la derecha

“Emmanuel Macron juega con fuego a través de sus ministros”, juzga el diario de centroizquierda Le Monde en un editorial sobre la polémica del islamo-izquierdismo en Francia. Los ministros son dos. Una es Frédérique Vidal, la ministra de Universidades, una figura de segundo rango en el Gobierno que esta semana ha propuesto investigar el llamado islamo-izquierdismo en la universidad francesa. El segundo es el titular de Interior, Gérald Darmanin, quien, desde que fue nombrado el pasado verano, no ha dejado de multiplicar los guiños a la derecha más dura. El último episodio ocurrió el 11 de febrero durante un debate televisivo entre Darmanin y Marine Le Pen, líder del partido de extrema derecha Reagrupamiento Nacional y, según los sondeos, probable rival del presidente Macron en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en mayo de 2022. Durante el debate, Le Pen se deshizo en elogios con El separatismo islamista, un libro recién publicado y firmado por el ministro del Interior. “Aparte de algunas incoherencias, yo habría podido firmar este libro”, dijo. En un momento, mientras contrastaban sus propuestas para combatir el islamismo, Darmanin intentó ironizar sobre las posiciones variables de Le Pen y acabó afirmando: “Constato que usted es más blanda que nosotros”. Las intervenciones, en pocos días, de Vidal y Darmanin, incomodan al ala progresista del partido de Macron, que en 2017 llegó al poder proclamando que no era ni de izquierdas ni de derechas. Y alimentan la idea según la cual el presidente de la República calcula que la reelección el año próximo se disputará en la derecha, y que debe ocupar el espacio de Los Republicanos —el antiguo partido de la derecha tradicional, del que proviene Darmanin— para batir a Le Pen.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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