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El nuevo líder laborista esgrime un tono constructivo en el Parlamento británico

La Cámara de los Comunes ensaya una sesión de control por videoconferencia

Rafa de Miguel
El líder laborista, Keir Starmer, pregunta este miércoles al ministro de Exteriores, Dominic Raab, en una Cámara de los Comunes casi vacía.
El líder laborista, Keir Starmer, pregunta este miércoles al ministro de Exteriores, Dominic Raab, en una Cámara de los Comunes casi vacía.- (AFP)

La tentación era enorme. El Reino Unido atraviesa su mayor crisis en décadas. La lentitud del Gobierno en reaccionar ante la pandemia del coronavirus ya es incontestable. Downing Street sigue descabezado, mientras Boris Johnson se recupera de la covid-19. Keir Starmer se estrenaba este miércoles como líder de la oposición laborista frente al ministro de Exteriores (y primer ministro en funciones), Dominic Raab, notablemente inferior a Johnson en su habilidad dialéctica y sutileza combativa. Y sin embargo, la sesión de control (Question Time) ha sido un remanso de paz. En gran parte porque Starmer ha decidido equilibrar la presión con un discurso responsable, consciente de que sus primeros cien días en el puesto serán medidos bajo circunstancias extremas y extrañas y no puede permitirse un solo error. Pero también porque una Cámara de los Comunes prácticamente vacía, en la que se oía el eco de las intervenciones por videoconferencia de los diputados, ha servido para resaltar el tono asombrosamente civilizado de la oratoria parlamentaria británica cuando desaparece el jaleo y hooliganismo de los diputados que se apiñan habitualmente en los bancos corridos de cuero verde. Solo Raab y Starmer, junto a un puñado de parlamentarios, estaban físicamente presentes en Westminster.

Paradójicamente, el líder de la oposición ha logrado poner contra las cuerdas al primer ministro en funciones con media docena de golpes precisos. Starmer participó como abogado en las grandes causas de la izquierda contra el Gobierno conservador de Margaret Thatcher, y dirigió la Crown Prosecution Service (Fiscalía General del Estado) durante cinco años. Su habilidad casi quirúrgica para diseccionar cualquier asunto, sin recurrir a la visceralidad ideológica de su predecesor, Jeremy Corbyn, ha resultado eficaz. “Prometí desde el comienzo que realizaríamos una oposición constructiva. A todos nos interesa que el Gobierno tenga éxito en esta batalla, y tendrá mi respaldo en todo lo que haga bien. Pero también pondré en cuestión su política cuando lo haga mal”, comenzaba su intervención el líder laborista. Sin adjetivos ni exageraciones, ha preguntado a Raab por los tres asuntos en los que el Gobierno británico se ha visto enredado en las tres últimas semanas: el número de test realizados, la escasez de material de protección para el personal sanitario, y la cantidad de médicos, enfermeros o trabajadores de los servicios sociales que han fallecido desde que estalló la pandemia.

Antes de que cayera víctima de la enfermedad, Johnson prometió 250.000 pruebas diarias. Días después, su ministro de Sanidad, Matt Hancock, vistió como un elaborado plan nacional lo que a todas luces era una rectificación al entusiasmo inicial del primer ministro. Se comprometió a realizar en el Reino Unido 100.000 test diarios para finales de abril. “Ayer [por el martes] se realizaron 18.000 pruebas, menos incluso que las 19.000 que se hicieron el día anterior. Muy por debajo del objetivo de las 100.000 prometidas. ¿Qué va a hacer el Gobierno en los próximos ocho días para alcanzar esa meta?", preguntaba Starmer a Raab.

“Debo corregirle. Tenemos en estos momentos una capacidad para realizar 40.000 test diarios. Y veremos un crecimiento exponencial de las pruebas en los próximos días”, esgrimía el ministro de Exteriores en una respuesta claramente elaborada de antemano.

“No necesitaba la corrección. Hablo de test, no de capacidad. ¿Por qué el Gobierno no puede realizar todas esas pruebas diarias si asegura que está dentro de sus posibilidades?”, acorralaba a su rival el líder de la oposición. Starmer incidía en el contraste que el Gobierno británico sufre, como otros Gobiernos, entre los anuncios precipitados de una estrategia de respuesta y la lentitud con que responde en la realidad. Muchos trabajadores clave que necesitan someterse al test no disponen de vehículo propio ni de transporte público para acudir a los centros volantes de prueba desplegados por el Ejecutivo, y la atención domiciliaria no alcanza a todos los puntos que la requieren.

Ha sido, en cualquier caso, una simple pregunta la que ha descolocado a Raab: ¿Cuántos miembros del personal sanitario y del personal de residencias y centros sociales han fallecido desde que comenzó la pandemia? “Según los últimos datos, creo que son 69 los fallecidos en el Servicio Nacional de Salud (NHS, en sus siglas en inglés). No tengo la cifra precisa de las residencias, porque resulta más difícil de establecer que la de residentes fallecidos”, se disculpaba el ministro. “Me decepciona esa respuesta, y le pongo sobre aviso: Volveré a hacerla la semana que viene”, respondía Starmer.

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Apenas quince diputados han participado en la sesión de control, y el tono de todos ha sido de respeto y contención. Solo tres de ellos estaban presentes en la Cámara de los Comunes, a distancia prudencial de sus colegas. Unos pequeños cartelitos verdes y rojos establecían la distancia mínima exigida a los asistentes. Las pantallas colocadas en alto sobre las bancadas enfrentadas mostraban a los parlamentarios que la presidencia de la Cámara había concedido previamente el turno de intervención, desde sus confinamientos domiciliarios. Laboristas y tories han ceñido sus preguntas a preocupaciones concretas de sus respectivas circunscripciones, como las ayudas del Gobierno al sector hostelero. Hasta el portavoz del Partido Nacional Escocés, Ian Blackford, que introducía la necesidad de una renta mínima universal, puso la nota de color con su colección de balones de fútbol al fondo del despacho. Y curiosamente, la única intervención con un tono mínimamente incendiario ha sido la del conservador Peter Bone, quien cargó contra los excesos de los bancos a la hora de cobrar intereses a sus clientes, en tiempos de necesidad, y reclamaba que arrimaran el hombro. Y curiosamente, la única intervención con un tono mínimamente incendiario ha sido la del conservador Peter Bone, quien cargó contra los excesos de los bancos a la hora de cobrar intereses a sus clientes, en tiempos de necesidad, y reclamaba que arrimaran el hombro.

Fue Ed Davey, el líder en funciones de los liberales demócratas, quien intuyó con su pregunta el futuro a medio plazo de la política en el Reino Unido, cuando preguntó a Raab si respaldaba una comisión de investigación sobre la gestión de la crisis del coronavirus. “Sin duda hay lecciones por aprender, pero la ciudadanía quiere ahora que nos centremos en lo urgente”, respondía el sustituto de Johnson. Será más adelante, si la crisis acaba siendo controlada, cuando Westminster vuelva a rugir de nuevo y el presidente de la Cámara deba echar mano del grito de “Order!”, que este miércoles no se oyó ni una sola vez.






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Sobre la firma

Rafa de Miguel
Es el corresponsal de EL PAÍS para el Reino Unido e Irlanda. Fue el primer corresponsal de CNN+ en EE UU, donde cubrió el 11-S. Ha dirigido los Servicios Informativos de la SER, fue redactor Jefe de España y Director Adjunto de EL PAÍS. Licenciado en Derecho y Máster en Periodismo por la Escuela de EL PAÍS/UNAM.

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