‘Caso Colosio’: ¿Quién le cree al poder?
Desde tiempos del candidato asesinado, el prestigio del Estado cuando se trata de hacer justicia anda por los suelos
Hace ya veinticinco años que fue asesinado a tiros en Tijuana Luis Donaldo Colosio, delfín del entonces presidente Carlos Salinas y candidato del PRI a la presidencia. Desde el primer momento su homicidio pasó a formar parte del folclor mexicano. No existían aún los memes, pero en las calles, escuelas, talleres y oficinas del país se contaron decenas de chistes siniestros con Colosio como protagonista. Las accidentadas investigaciones oficiales fueron motivo de toda clase de especulaciones, de cartones y columnas en los diarios, de discusiones en la intimidad de las familias. El tema se volvió tradición nacional: cada año vuelve a los encabezados y los diarios revuelcan las notas que ilustran las teorías de profesionales o amateurs, que, como suele suceder cuando un caso no se cierra satisfactoriamente, no han dejado de aumentar. Todo mundo en México, incluso quien era demasiado pequeño o no había nacido, parece tener una opinión sobre los hechos de aquel 23 de marzo. Hasta Netflix, que aprovechó esta semana para poner a circular una serie alusiva. El caso Colosio es nuestro propio caso Kennedy…
Pero más allá del folclor, el aniversario obliga a varios recordatorios incómodos. Por ejemplo, que el fracaso para convencer al país de la teoría oficial abonó muchísimo al descrédito del poder en México. Y que la ineptitud judicial para esclarecer la muerte del hombre que iba a ser presidente abrió una brecha incontenible para la incredulidad cotidiana: porque si el poder, institucional o criminal, era capaz de deshacerse del “ungido”, ¿qué podía esperarle a un mexicano cualquiera?
Las tinieblas que rodearon al crimen siguen sin disiparse. Pese a que se detuvo en flagrancia a un asesino (Mario Aburto, quien sigue preso), la madeja de teorías, dichos, matices y desmentidos de los fiscales especiales, y del Gobierno en general, nunca fue desenredada. Se habló de conspiración y luego se optó por la teoría del tirador único, a la vez que la prensa especializada recibía un bombardeo de filtraciones sobre las señales ominosas y los pleitos soterrados y abiertos al interior del Gobierno de Carlos Salinas que rodearon el asesinato. Pero para la mayor parte del público, siempre resultó inverosímil que un presunto “lobo solitario” como Aburto (a quien nunca se le pudo hacer decir una frase coherente en los interrogatorios y que cambió de versión varias veces, alegando que se le sacaron confesiones bajo tortura) resultara el único sentenciado. Sobre todo porque, hemos de recordar, a la muerte de Colosio la precedió un clima enrarecido por el asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas en Guadalajara en 1993. Y la siguió el asesinato del secretario general del PRI, José Francisco Ruiz Massieu, la desaparición del diputado Manuel Muñoz Rocha, imputado en su muerte, y el arresto y prisión del hermano de Carlos Salinas, Raúl, acusado de ser su autor intelectual (un decenio después se le exoneró...)
A pesar de tantos arrestos, procesos, expedientes, indagaciones, informes y comisiones, y de tantas idas y vueltas, un cuarto de siglo después son pocos quienes están convencidos de que los asesinos hayan recibido castigo y sepamos la verdad. Y las consecuencias de la farsa institucional enturbiaron cualquier indagación posterior, desde Aguas Blancas a Ayotzinapa, pasando por las muertes accidentales de secretarios de Estado y conocidos episodios de represión, ejecuciones extrajudiciales, etcétera. ¿Por qué es ahora que salta por doquier la famosa consigna de “fue el Estado” cada vez que se comete un crimen de cierta envergadura en el país? Muy sencillo: porque, desde tiempos de Colosio, el prestigio del Estado cuando se trata de hacer justicia anda por los suelos. Y luego de tantos años de tenebras, harían falta mucho trabajo y resultados contundentes para restaurarlo.
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