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Columna
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Los “locos” zapatean en el escenario

No se les tomaba en serio y hoy tienen el poder atómico y el de destruir la Amazonia

Eliane Brum
El presidente electo Jair Bolsonaro en una conferencia.
El presidente electo Jair Bolsonaro en una conferencia. ADRIANO MACHADO (REUTERS)

En las últimas décadas, había el consenso de que, ante los disparates que se decían en las redes y en otros espacios, la mejor estrategia era no responder. Contestar a personas claramente malintencionadas e intelectualmente deshonestas, en su búsqueda furiosa por la fama, era legitimarlas como interlocutoras y darles crédito a lo que decían. Y, así, servir de escalera para que adquirieran más visibilidad. En portugués, el dicho que expresa esa idea es: “No aplaudas a un loco para que no baile”. La elección de Donald Trump, de otros populistas de extrema derecha y ahora de Jair Bolsonaro en Brasil ha revelado que ha sido un error que va a costar muy caro.

No se percibió que, con internet, los “locos” ya tenían un escenario en el que bailar —las redes sociales y el Youtube—, al igual que la capacidad de multiplicarlo sin que se les molestara con el WhatsApp. Las falsas teorías que inventaban se leían como si fueran serias y fiables. Los escenarios habían cambiado de lugar y los “locos” bailaban sin que se les confrontara con hechos ni las ideas les molestaran. Los aplausos iban en aumento, mientras los ilustrados torcían el gesto o dibujaban una sonrisa de superior ironía.

Los “locos” no solo bailaron, sino que zapatearon. A continuación, empezaron a afirmar sus pensamientos como “verdades”. Y verdades únicas. El siguiente paso fue conquistar el poder. Hoy, los “locos” no solo ocupan los principales escenarios, sino que tienen el poder atómico de hacer estallar el mundo, como Trump, o de acabar con la Amazonia, como Bolsonaro.

Si la elección de Trump ya había expuesto esta realidad, la de Bolsonaro es todavía más emblemática. En el caso de Trump, al menos podría argumentarse que el presidente estadounidense era un exitoso hombre de negocios, algo bastante valorado en el país de los “hombres hechos a sí mismos”, expresión utilizada para encubrir desigualdades decisivas para el destino de cada uno. En el caso de Bolsonaro, a pesar de que se presenta y lo presentan como “capitán retirado”, el presidente electo se ha pasado los últimos 28 años ejerciendo de político profesional con poca o ninguna importancia para las grandes decisiones del Congreso, abriéndose espacio en las noticias solo como personaje burlesco. Consiguió salir elegido sin ni siquiera participar en los debates de la segunda vuelta —o exactamente por eso—, porque dominaba los escenarios que importaban para ganar las elecciones.

Bolsonaro, al que llaman “mito”, es un mitómano

Aunque Bolsonaro sea investido oficialmente solo en enero, es evidente que el gobierno de Michel Temer terminó el 28 de octubre, cuando el diputado venció las elecciones. Hoy, los brasileños se dan cuenta de que lo que parecía ser un universo paralelo, que solo en situaciones excepcionales se cruzaba con el real, se ha convertido en lo que podemos denominar realidad. El hombre que ya gobierna Brasil, al que sus seguidores llaman “mito”, es un “mitómano”.

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Lo que sabemos hasta ahora es que Bolsonaro venera a tres figuras masculinas: Carlos Alberto Brilhante Ustra, un militar y torturador de la dictadura (1964-1985); Olavo de Carvalho, que se presenta como filósofo y se popularizó en internet tras ser columnista de grandes vehículos de comunicación, y Donald Trump. Ustra despunta como la referencia ética de Bolsonaro, Carvalho como su gurú intelectual y Trump es su modelo como líder. De momento, tenemos una trinidad. Y, en este punto, Bolsonaro podría interrumpirnos para afirmar que Dios está por encima de todo, ya que Dios ha pasado a ser un activo en la economía política que rige el Brasil actual.

La trinidad de Bolsonaro está compuesta por un torturador, un gurú y... Trump

A Carlos Alberto Brilhante Ustra ya lo he descrito ampliamente. La justicia brasileña lo ha reconocido como torturador y, según testigos, sería el responsable de, por lo menos, 50 asesinatos. Como torturador, fue capaz de apalizar a embarazadas y llevar a niños a que vieran el cuerpo destruido de sus padres. Olavo de Carvalho ya ha dicho que está en contra de las campañas de vacunación, en un país que ve como enfermedades que se consideraban erradicadas vuelven a ser una amenaza debido a la baja cobertura vacunal. Vive en Estados Unidos desde el 2005 e imparte cursos de filosofía en vídeos transmitidos por internet. En una reciente entrevista a la periodista Júlia Zaremba, en la Folha de S. Paulo, al preguntarle sobre la educación sexual en las escuelas, Carvalho manifestó:

“Cuanta más educación sexual hay, más cochinadas se hacen en las escuelas. A fin de cuentas, se está enseñando a los niños a dar el culo, a chupar pollas, a apretarle los pezones a otro en público. Creen que la educación sexual es buena, pero en realidad es mala. El Estado no tiene que meterse en la educación sexual de nadie”.

La credibilidad ya no se construye con una reputación basada en conocimientos expuestos al debate, sino con una percepción emocional de “autenticidad”

El lenguaje que el mentor intelectual del nuevo presidente de Brasil lleva hasta la prensa formal es el que rige internet. No hay ninguna base para lo que afirma, no hay ni un solo caso confirmado de que a algún niño se le haya enseñado en la escuela a “dar el culo, a chupar pollas, a apretarle los pezones a otro en público”. Eso, hasta ahora, no existe como hecho. Pero eso no importa. Las afirmaciones no tienen por qué estar arraigadas en hechos, solo hace falta decirlas. La verdad se ha convertido en autoverdad. Y la credibilidad ya no se construye con una reputación de conocimientos puestos a prueba y expuestos al debate, sino con la percepción emocional de “autenticidad” del que la consume.

Es “verdad” porque Olavo de Carvalho dice que es verdad lo que claramente se ha inventado. Y es “verdad” porque, individualmente, cada seguidor de Olavo de Carvalho ha decidido que es verdad. Y, desde el 29 de octubre, el día siguiente a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Brasil, es verdad también porque Olavo de Carvalho es la referencia intelectual del futuro presidente de la (todavía) octava economía del mundo.

A partir de sus autoverdades, Olavo de Carvalho ha recomendado a dos ministros para el nuevo gobierno: el de Asuntos Exteriores, el diplomático Ernesto Araújo, y el de Educación, el colombiano establecido en Brasil Ricardo Vélez Rodríguez. En la misma entrevista, Carvalho describe el proceso por el que consiguió que se aceptaran sus propuestas:

“Lo puse en el Facebook, creo que también lo puse en el área de mensajes (de la red social) de Eduardo Bolsonaro. Eso fue todo. Sé que Bolsonaro lee lo que escribo y vemos que se lo toma bastante en serio. Y me siento muy halagado. (...) Sugerí esos dos nombres porque, simplemente, se me ocurrieron en aquel momento”.

La polémica elección del ministro de Educación explicitó la forma en que el nuevo gobierno ya ha empezado a operar. Al primer recomendado, Mozart Neves Ramos, director del Instituto Ayrton Senna, lo tumbaron los evangélicos porque sería “izquierdista”. A continuación, se pensó en el fiscal Guilherme Schelb, cercano al líder evangélico Silas Malafaia y defensor del proyecto “Escuela Sin Partido”, que pretende censurar contenidos y profesores. Al salir de la reunión con Bolsonaro, Schelb hizo la siguiente afirmación a la prensa:

“A niños de 8 o 9 años no les puedo poner deberes, como se está haciendo, para que discutan sobre el género, sobre qué es sexo grupal, cómo tienen relaciones dos hombres, qué es una mamada. Eso es una discusión de género, es una violación de la dignidad del niño”.

Como la autoverdad dispensa los hechos, a Schelb nadie le molestó con el inconveniente de probar lo que decía. Como por ejemplo: ¿en qué escuelas y en cuántas escuelas del país los niños de 8 y 9 años aprenden qué es una mamada o cómo tienen relaciones dos hombres? ¿Dónde están los deberes en que un niño de 8 o 9 años tiene que describir una mamada o cómo tienen relaciones dos hombres?

A la sociedad le hacen creer que las aulas son una orgía constante mientras esconden los problemas reales en las sombras

Habría que preguntarle dónde sucede esto y en qué proporción sucede en el país. Y el fiscal tendría que responder. Con pruebas verificadas. Pero no hay necesidad de probarlo. Solo hace falta decirlo. Lo que sea. Y así crece en el país el número de personas que creen que el día a día en las aulas brasileñas es una orgía constante, cuando los problemas reales —el bajo salario de los profesores y la comprobada baja calidad de la enseñanza en Brasil— se esconden convenientemente en las sombras.

Dicho de otro modo: el problema inventado se vuelve más real que el problema que de hecho existe y que condena a millones de brasileños a las consecuencias de una educación fallida, limitando su acceso al mundo y las posibilidades de tener una vida plena.

Finalmente, Bolsonaro siguió la recomendación de su gurú, Olavo de Carvalho: entre las diferentes creencias de Vélez Rodríguez, el futuro ministro de Educación, está la de defender que el 31 de marzo de 1964, fecha del golpe que originó una dictadura de 21 años, “es un día que hay que recordar y celebrar”. También critica la Comisión de la Verdad, que investigó las torturas, los secuestros y asesinatos cometidos por agentes del Estado durante el régimen de excepción: “La infeliz ‘Comisión de la Verdad’, que, en mi opinión, consistió más en una escenificación para la ‘omisión de la verdad’, fue la iniciativa más absurda que los petralhas (los que apoyan al Partido de los Trabajadores) han intentado imponer”. En los próximos meses, la sociedad brasileña descubrirá cómo será que el área de educación esté comandada por alguien que falsea hechos históricos.

Vélez Rodríguez fue el segundo nombre que recomendó Olavo de Carvalho. El primero fue Ernesto Araújo. Las creencias del futuro ministro de Asuntos Exteriores ya se han convertido en ridículo internacional. En su blog, denominado Metapolítica 17 (número electoral de Bolsonaro), creado para apoyar a su futuro jefe, Araújo afirma que el cambio climático es una “ideología de izquierdas”. También acusa al Partido de los Trabajadores (PT) y a la izquierda de “criminalizar el deseo del hombre por la mujer, las películas de Disney, la carne roja” y “el aire acondicionado”. Llegó a escribir que el PT “quiere impedir que nazcan niños”, porque, para la izquierda, “cualquier bebé es un riesgo para el planeta porque hará aumentar las emisiones de carbono”.

Al acumular falsedades, Araújo omitió una verdad comprobada y documentada sobre su candidato y ahora jefe: durante las últimas dos décadas, Bolsonaro ha defendido la esterilización de las mujeres y un rígido control de la natalidad como medios para combatir la pobreza y la criminalidad. Pero ¿a quién le importan los hechos cuando sus seguidores se creen cualquier mentira que él diga que es verdad?

El problema es que ninguna de las afirmaciones escritas del futuro ministro de Asuntos Exteriores son una broma. Al contrario. Son muy serias. Primero, porque Bolsonaro y parte de su entorno manipulan esas mismas mentiras. Segundo, porque los seguidores del presidente electo creen que son verdades. Tercero, porque ya empiezan a generar consecuencias. Brasil ha desistido de ser la sede de la próxima Cumbre del Clima, la COP25, en 2019, una distinción que el Gobierno brasileño pidió y, dos meses atrás, el presidente Michel Temer conmemoró. Bolsonaro afirmó que había participado en esa decisión y había recomendado a su futuro ministro, Ernesto Araújo, que evitara que se realizara en Brasil el evento del clima más importante.

Está en curso la sexta extinción en masa en la trayectoria del planeta, la primera provocada por los humanos

El liderazgo en el debate de la crisis climática es el único que Brasil podría disputar, por tener en su territorio la mayor parte de la mayor selva tropical del planeta, estratégica para el control del calentamiento global. El país también es el más biodiverso del mundo. Entre 1970 y 2014, la humanidad destruyó el 60% de todos los mamíferos, pájaros, peces y réptiles del planeta. Desde que los humanos surgieron en la Tierra, ya han desaparecido la mitad de las plantas. El continente suramericano es uno de los que más rápidamente está perdiendo biodiversidad. Está en curso la sexta extinción en masa en la trayectoria del planeta, la primera provocada por los humanos.

Hasta la elección de Bolsonaro, Brasil ejercía el papel de protagonista en el debate del clima y la biodiversidad en el escenario mundial. Estos son los dos mayores desafíos de la actualidad, porque afectan a todas las otras áreas, incluso —y con fuerza— a la agroindustria. Actualmente, en Katowice, en Polonia, se está realizando la COP24. Gracias a las declaraciones de Bolsonaro y Araújo, Brasil es una mala noticia. Como lo fue a finales de noviembre, durante la Cumbre Mundial de la Biodiversidad.

Cuando aceptó la invitación para ser el futuro ministro de Asuntos Exteriores, Araújo abrió una cuenta en Twitter. Como su jefe, quiere hablar directamente con sus seguidores. Recientemente, escribió un texto en el que defendía que su nombramiento representaría un “mandato popular” en el ministerio. Sus creencias supuestamente representarían la voluntad del pueblo en el exterior. Araújo intenta seguir el mismo camino que su padrino, Olavo de Carvalho. Hablando directamente con sus seguidores y descalificando cualquier mediador, como la prensa, la academia e incluso sus colegas, Araújo no tiene que probar lo que dice ni confrontar sus afirmaciones con hechos. Habla solo. Pero, para que eso sea legítimo, como miembro de un gobierno populista, tiene que convencer al pueblo de que habla por el pueblo. O que el pueblo habla por su boca.

En determinado momento, escribe: “¿Y el pueblo brasileño? ¿No se preocupan con lo que el pueblo brasileño piense de ustedes? ¿Saben quién es el pueblo brasileño? ¿Lo han visto? ¿Han visto a la chica que espera el autobús a las 4h de la mañana para ir a trabajar, con miedo a que la atraquen o la violen? ¿A la mujer que lleva a su hija enferma en una silla de ruedas precaria, empujándola de hospital en hospital sin conseguir que la atiendan? ¿Al chico triste que vende trapos en el semáforo todo el día bajo el sol para conseguir comer? ¿A la mujer que pide dinero para comprar medicamentos, pero en realidad es para comprar crack y olvidarse un poco de la vida? ¿Al otro chico que cruza la calle con muletas, con una mochila rota en la espalda, en la que ha pegado el adhesivo de Bolsonaro, quizá con la esperanza de dar dignidad y sentido a su lucha diaria? ¿O al padre de familia que tiene una herida en la pierna que no cicatriza nunca porque tiene que trabajar tres turnos para poder alimentar a sus hijos? Ahí está el pueblo brasileño, no está en el New York Times”.

Que el ministro de Asuntos Exteriores no crea en el cambio climático no quiere decir que el planeta va a dejar de calentarse y afectar a la vida de millones de personas

Como Araújo pretende hablar directamente con “el pueblo”, pero en una vía de sentido único, donde él habla y el pueblo traga, prefiere no explicarle al pueblo que son los más pobres los que sufrirán el mayor impacto de los cambios climáticos. Las personas en regiones de baja renta tienen siete veces más posibilidades de morir cuando están expuestas a riesgos naturales que la población de regiones de alta renta. Los más pobres también tiene seis veces más posibilidades de herirse o de necesitar desplazarse, abandonando sus tierras y casas. Brasil pierde más de 6.400 millones de reales (1.650 millones de dólares) al año con eventos extremos, como tormentas e inundaciones, provocados por cambios climáticos.

La crisis del clima no solo refleja la desigualdad abismal de Brasil, sino que la amplía. Estas mismas personas que Araújo afirma conocer —y sus críticos no— son las que sufrirán más por tener un ministro de Asuntos Exteriores como él. Que Araújo no crea en el cambio climático no quiere decir que el planeta va a dejar de calentarse y afectar a la vida de millones de personas también en Brasil.

Al final del texto, el ministro se traiciona. Una parte del pueblo, aquella que no concuerda con él, no entiende nada. El ministro con “mandato popular” le dice al “pueblo” que tiene de dejar que los que saben y han estudiado tomen las decisiones: “Si repudias la ‘ideología del PT’, pero no sabes qué es, perdona, pero no estás capacitado para combatirla y retirarla del Ministerio de Asuntos Exteriores o de donde sea. Al contrario, estás ayudando a perpetuarla bajo nuevas formas. Si la prioridad es extraer la ideología de dentro del ministerio, ¿no te parece conveniente tener a un ministro capaz de entender la ideología que existe dentro del ministerio? ¿A alguien que la estudia en los libros desde hace años y no simplemente ha escuchado alguna referencia en algún momento del programa Globo Repórter?”.

Como todo puede ser mucho peor, Brasil no solo tiene un ministro de Asuntos Exteriores desastroso, sino dos. La semana pasada, el presidente electo mandó a uno de sus hijos, el diputado Eduardo Bolsonaro, a adular a Donald Trump, el tercer personaje de su trinidad. Como destacó Matias Spektor, en el periódico Folha de S. Paulo: “Su hijo llegó adquiriendo compromisos en una agenda que el Gobierno estadounidense aprecia: Cuba, Jerusalén, China y Venezuela. No pidió nada a cambio, a parte de la deferencia estadounidense a Bolsonaro. Como Trump no respeta a quien hace concesiones unilaterales, el equipo de Bolsonaro se desvalorizó. (...) Se trata de una creencia irracional que ignora la predilección de Trump por arrancar concesiones a sus principales socios a cambio de nada. (...) Los estadounidenses se van a poner las botas”.

¿Cómo pretende la familia Bolsonaro conseguir los mejores acuerdos para Brasil llevando la gorra de quien se sienta al otro lado de la mesa de negociaciones?

Mientras cumplía la agenda oficial en Washington, el hijo del presidente electo llevaba una gorra que ponía “Trump 2020”. Quizá la mayoría comprenda lo embarazoso que es que un representante del presidente electo de Brasil lleve una gorra que defienda la reelección del actual presidente estadounidense. Es como si Brasil llevara una gorra de Trump 2020. ¿Cómo espera negociar los intereses del país en buenas condiciones a partir de esta posición de subordinación explícita, como si fuera un fan que llevara en la cabeza el nombre de su ídolo? Su padre no lo hizo mejor durante la visita a Brasil del asesor de Trump, John Bolton. Como si fuera un subordinado, le hizo el saludo militar. Y no fue correspondido.

Pues eso. Los “locos” ya están bailando en el escenario, no necesitan que nadie les ponga un escenario. Ni siquiera que los aplaudan los sectores que creían que tenían el monopolio de los aplausos. Al bailar, afirman que los hechos son fake news y que la ciencia es fake news. Como están en posiciones de poder, y uno de ellos será el próximo presidente de Brasil, los periódicos se ven obligados a reproducir sus discursos y su baile.

Ellos gobernarán las universidades. Ellos decidirán la política científica. Ellos pueden convertir en ley el proyecto Escuela Sin Partido, estableciendo la censura con la excusa de combatir un problema que no existe. Y todo indica que podrán desmantelar el Sistema Único de Salud en aras de la sanidad privada. El destino de la Amazonia y de sus pueblos lo determinarán los que quieren abrir la selva a la explotación.

Cuando muchos se creen el mismo delirio, ¿qué sucede con la realidad?

Ernesto Araújo se convirtió en el hazmerreír internacional porque sus afirmaciones son absurdas. No se sostienen cuando se comparan con los hechos. Pero cuando muchos se creen el mismo delirio, ¿qué sucede con la realidad? Esta pregunta es crucial en este momento. Y un desafío para el que tenemos que construir una respuesta. Y rápido.

Cuando ya no hay una base común de hechos a partir de la cual se puede hablar, no hay lenguaje posible. Por ejemplo: en las últimas décadas, religiosos fundamentalistas han defendido que la teoría de la evolución, de Charles Darwin, debería enseñarse en las escuelas junto al “creacionismo”, creencia según la cual todo fue creado por Dios. Según ellos, las dos son equivalentes. La cuestión es que esta afirmación equivale a decir que una silla y una naranja son lo mismo. No lo son.

La evolución es una teoría científica, el creacionismo es una creencia religiosa. La primera tuvo que probarse por métodos científicos. Aunque no te la creas, los procesos que la teoría de la evolución describe continuarán existiendo y actuando. La segunda puedes creértela o no y nunca podrá probarse por métodos científicos. Las dos no se mezclan ni se comparan. Mezclarlas supondría que dejáramos de comprender una parte de la ciencia que hace que el mundo funcione, y también supondría que la dimensión mítica de los textos religiosos se perdiera en lo que tienen de más poético.

Lo mismo vale para el cambio climático provocado por la acción humana. No es una cuestión de creencia o de fe. Está demostrado por los mejores científicos del mundo. Es tan evidente que la mayoría ya puede notarlo incluso en una investigación empírica, en su propia experiencia cotidiana. Aunque el futuro del ministro de Asuntos Exteriores de Brasil crea que el calentamiento global es una “ideología de izquierdas”, el planeta no va a dejar de calentarse por su creencia. Solo los niños pequeños creen que algo va a dejar de existir si fingen que no existe.

¿Cómo restablecer el lenguaje para que podamos tener una base mínima común a partir de la cual podamos volver a conversar?

Pero al tratar hechos como creencias —o como “ideología”—, tanto Araújo como el presidente electo pueden impedir que Brasil haga lo que tiene que hacer para reducir las emisiones de CO2, las principales responsables del calentamiento global, al igual que pueden impedir que Brasil tome medidas para adaptarse a lo que vendrá. Tenemos solo 12 años para impedir que el planeta se caliente más de 1,5 grados centígrados. Si sube más, los efectos serán catastróficos. Es grave que, de estos 12 años, durante por lo menos cuatro Brasil tendrá en el poder a personas que confunden hechos con creencias. O, para su propio interés, afirman que lo que es un hecho es la “ideología” de los demás.

La segunda pregunta crucial en este momento es: ¿cómo restablecer el lenguaje para que podamos tener una base mínima común a partir de la cual podamos volver a conversar? También tenemos que construir una respuesta. Y rápido.

La tercera es cómo devolver el significado a las palabras. Por ejemplo: una naranja. De nuevo. Tú y yo tenemos que concordar en que una naranja es una naranja. Si yo digo que una naranja es una silla, ¿cómo vamos a hablar? Podemos discutir qué tipo de naranja es mejor, cómo mejorar la producción de naranjas, de qué forma podemos ampliar el acceso de todos al consumo de naranjas, etc. Pero no podemos discutir si una naranja es una silla o una naranja, si no, no avanzaremos en ninguna de las cuestiones importantes sobre la naranja. Todo lo que es relevante, como su valor nutricional y la evidencia de que los más pobres no pueden comprar o plantar naranjas, quedará bloqueado en un callejón sin salida, al insistir el interlocutor que la naranja es una silla.

No es una cuestión de opinión que la naranja sea una naranja y no una silla. Tampoco hay hechos alternativos. Hay hechos. No hay una alternativa en que la naranja es una silla. Sin embargo, actualmente, el truco de tratar naranjas como sillas para impedir el debate se utiliza en abundancia.

Mientras llaman comunista a la mitad de la población brasileña sin que lo haya sido nunca, los temas que afectan a la vida de las personas se deciden sin la participación popular

Si se vacían las palabras de significado común, no se puede dialogar. Es lo que sucede con la palabra “comunismo”, entre muchas otras. No hay una base mínima de entendimiento de lo que es comunismo. Por lo tanto, todo lo que a los seguidores de Bolsonaro no les gusta o todo lo que les estimulan a atacar se denomina “comunismo”, al igual que a todos los que consideran sus enemigos los llaman “comunistas”.

Sin embargo, el significado de comunismo está casi totalmente perdido. Y, de esta forma, se bloquea el diálogo, porque para una parte de la sociedad brasileña la naranja ya se ha convertido en silla. Mientras llaman “comunista” a la mitad de la población brasileña sin que lo haya sido nunca o lo haya querido ser, los temas que afectan directamente a la vida de las personas se deciden sin debate ni la participación popular, como, por ejemplo, la reforma de las pensiones.

Los “locos” que hoy bailan en todos los escenarios no están tan locos. Más bien parecen muy listos. Está claro que algunos creen que, por ejemplo, la crisis climática es “climatismo” o una “ideología de izquierdas”, como dice Araújo. Pero la mayoría sabe que afirmar eso es casi tan estúpido como decir que la Tierra es plana. Y después de alarmar mucho con el tema, pasan a la siguiente etapa del guion. ¿Cuál es?

Mientras los seguidores de Bolsonaro se distraen con el baile de la invasión extranjera, sus amigos toman la Amazonia

Afirmar que sí, claro que el calentamiento global es un hecho, pero “los países ricos ya han destruido todas sus riquezas naturales y ahora utilizan la crisis climática para manipular a países como Brasil”. Solo hace falta seguir las declaraciones recientes de Bolsonaro y de otros de su entorno para constatar que la estrategia que utilizarán para mantener a sus seguidores será reavivar la falsa acusación de que los indígenas y las ONG internacionales quieren apropiarse de la Amazonia de Brasil. La mentira de la amenaza a la soberanía nacional nunca dejó de mantenerse activa en la disputa por la Amazonia. Pero, en tiempos de WhatsApp, puede llegar a mucha más gente que esté dispuesta a creérsela. Ya ha empezado.

Mientras los brasileños se distraen con el baile de los “locos”, los ruralistas intentan avanzar en su propósito de abrir las tierras indígenas a la explotación. Cabe recordar, una vez más, que las tierras indígenas son del dominio de la Federación. Los indígenas solo tienen el usufructo exclusivo. Cuando Bolsonaro compara a los indígenas en las reservas con “animales en un zoo” y dice que los indígenas “quieren ser personas como nosotros”, quieren poder vender y arrendar las tierras, no está siendo solo racista.

También está manipulando. Sus amigos quieren que las tierras públicas se conviertan en tierras privadas, que puedan venderse y arrendarse y explotarse. Mientras hacen el baile de la invasión extranjera, van tomando la selva por dentro. El nacionalismo de los seguidores de Bolsonaro hace el saludo militar no solo a Estados Unidos, sino también a los grandes terratenientes y a las corporaciones y las empresas mineras transnacionales.

Una parte del entorno de Bolsonaro cree que puede controlar al niño mimado y caprichoso. ¿De verdad?

En un futuro muy próximo veremos qué pasa cuando un delirio colectivo, construido a partir de mentiras persistentes presentadas como verdades únicas, se confronta con la realidad. A veces parece que Bolsonaro cree que todo sucederá solo porque él dice que sucederá. Dice, luego desdice, después dice que se han inventado que dijo lo que dijo. En resumen: dice cualquier cosa y lo opuesto. En algunos sentidos, Bolsonaro parece un niño extasiado con el éxito que tiene en el mundo de los adultos, con sus gorras y los muñequitos de sus ídolos. Una parte del entorno de Bolsonaro, que no es tonta, cree que puede controlar al niño mimado y caprichoso y convencerlo a actuar según sus intereses. Ya lo veremos.

En algún momento, los seguidores de Bolsonaro descubrirán que no pueden sentarse en la naranja ni comerse la silla

La confrontación de las promesas con el ejercicio del poder ya ha empezado. ¿Cómo explicar que serán más de 20 ministerios y no los 15 prometidos? ¿O cómo explicar las consecuencias de trasladar la embajada a Jerusalén, faltando al respeto a socios comerciales importantes, como los árabes? ¿Como relacionarse con China, gran importador de productos brasileños, tras hacer el saludo militar a Trump en medio de una guerra comercial entre las dos potencias? ¿Cómo lidiar con los impactos que todo esto tendrá en la economía y en la vida de los más pobres? ¿Cómo justificar que los ambulatorios podrán quedarse sin médicos porque los cubanos se han ido y los brasileños no quieren ocupar los lugares más difíciles y con menos infraestructura? ¿Cómo gestionar un posible aumento de los embarazos en la adolescencia, de los contagios de sida y enfermedades de transmisión sexual por falta de políticas públicas de prevención y educación sexual en las escuelas?

La realidad es irreductible. Es entonces cuando los seguidores descubren que no pueden sentarse en la naranja ni comerse la silla. Bolsonaro y sus amigos ya han empezado a vivir esta confrontación. Sus seguidores todavía no lo han entendido. Pero lo entenderán.

La izquierda se mostró incapaz de construir un proyecto capaz de unir a las personas, y eso no es culpa de Bolsonaro

Quien se anima con esa idea, sin embargo, debería avergonzarse. Quien sufre primero y sufre más en una sociedad desigual son los pobres. Si los “locos” están bailando en el escenario es también porque la mayoría de la población brasileña fue excluida del diálogo incluso durante gran parte del período democrático e incluso durante gran parte de los gobiernos del PT. Aunque Bolsonaro haya conseguido unir a las personas en torno no a un proyecto, sino a un afecto —el odio—, su gran número de seguidores sintió que formaba parte de algo. Desde 2013, ya había quedado muy claro que la sociedad brasileña deseaba participar más.

Durante parte de su permanencia en el poder, el PT también invirtió más en los afectos que en la construcción de un proyecto con las personas. Paró de dialogar, no pensó que necesitara más las calles y lo expulsaron de ellas en 2013. Después de que el PT se corrompiera en el poder, y no me refiero solo a la corrupción financiera, la izquierda se mostró incapaz de construir un proyecto capaz de unir a las personas. Y eso no es culpa de Bolsonaro. No sirve de nada acusar al otro de tener un proyecto de destrucción. Hay que lidiar con las propias ruinas y presentar un proyecto de reconstrucción y reinvención de Brasil que convenza a las personas porque se hace en conjunto con ellas.

La mayor victoria de Bolsonaro es cuando su oponente habla como él

Por si alguien todavía no lo ha entendido: para disputar una idea de Brasil, hay que, primero, tener una idea; segundo, convencer a la mayoría de los brasileños de que este es el mejor proyecto para mejorar sus vidas; tercero, intentar volver a bailar en el escenario para recomponer el lenguaje, restablecer la importancia de los hechos y devolver la sustancia a las palabras. No será fácil.

En estas elecciones, a Brasil lo han deshilachado hasta casi rasgarlo. En algunos puntos, se ha rasgado. Quizá el mayor triunfo de Bolsonaro haya sido bloquear cualquier posibilidad de diálogo. Este proceso no lo inició él ni es su mayor responsable. Pero, sin bloquear el diálogo, Bolsonaro probablemente no hubiera ganado las elecciones. Hoy, de un lado y del otro, las personas solo saben descalificar y destruir. Los que denuncian a Bolsonaro no han entendido que, al adoptar el mismo vocabulario y la misma sintaxis, solo en sentido contrario, se igualan a él. Y le dan la mayor victoria que puede tener. En este sentido, el del odio, Bolsonaro ha unificado al país. Todos odian. No hay complemento en esta gramática. Odiar se agota en el propio verbo, pero el sustantivo destruido es el cuerpo de los más frágiles.

Quien quiera resistir a la reducción de Brasil, en tantos sentidos, tiene que, primero, resistir en el lenguaje. Diferenciarse, también para poder acoger. La única forma de volver a conversar es volviendo a conversar. Aunque para eso tengamos que hablar sobre naranjas y sillas.

Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes – o Avesso da Lenda, A Vida Que Ninguém vê, O Olho da Rua, A Menina Quebrada, Meus Desacontecimentos, y de la novela Uma Duas. Sitio web: desacontecimentos.com. E-mail: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter: @brumelianebrum/ Facebook: @brumelianebrum

Traducción: Meritxell Almarza

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