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Segundo debate presidencial
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El miedo contra la nostalgia

Meade y Anaya venden el temor al cambio que representa el favorito en las encuestas, López Obrador, y éste a su vez un futuro lleno de añoranza

López Obrador y Anaya en un momento del debate.
López Obrador y Anaya en un momento del debate.

El segundo debate presidencial en México transcurrió entre bostezos e insultos. A lo primero contribuyó probablemente el formato de town hall, con preguntas de ciudadanos seleccionados previamente; los temas previstos –política exterior, migración, comercio…- que permitieron a los aspirantes escaparse por la senda de las buenas intenciones y unos moderadores empeñados en exigir concreción a unos candidatos mucho más interesados en el intercambio de golpes. Para lo segundo fue decisiva la actitud de Ricardo Anaya, que buscó durante buena parte de la noche el cuerpo a cuerpo con Andrés Manuel López Obrador para intentar sacarlo de sus casillas. Las escaramuzas, a las que después se sumó José Antonio Meade, se saldaron con un cruce de réplicas en las que se llamaron “mentiroso”, “farsante”, “canallita”, “engaña tontos”, “hipócrita”, entre otras lindezas, y de las que fue Meade quien salió mejor librado al ofrecer una imagen más serena y un conocimiento más técnico de los problemas de México. 

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Las encuestas dirán en los próximos días quién mejoró y quién no en sus expectativas electorales, pero la campaña mexicana sigue caracterizándose a falta ya de un solo debate y a poco más de un mes para el voto como un duelo entre el miedo y la nostalgia. 

Curiosamente, los candidatos de partidos con experiencia de poder, Meade y Anaya, venden el miedo al cambio que representa el favorito en las encuestas, López Obrador, y éste su a vez ofrece un futuro teñido de nostalgia, de volver a ser si no grandes como prometió Trump a la aterrada clase media americana venida a menos, al menos honrados. Más sorprendente aún es que el PRI y el PAN actúen como oposición y que sea el aspirante de siempre el rival a vencer. De ahí, esa patética queja de los partidarios de Anaya y Meade de que el líder de Morena lleva 18 años en campaña y ellos solo unos pocos meses. Un argumento fácil de desbaratar si se piensa en qué mejor propaganda electoral puede haber que las realizaciones llevadas a cabo desde el Gobierno en 12 y seis años, respectivamente. 

Ya es obvio, pese a haberse jugado con la idea durante meses, que no hay ningún Macron en el escenario político mexicano, nadie como hizo el presidente francés capaz de vencer a la vez al miedo y a la nostalgia de los votantes de Le Pen. Meade se lanzó a la carrera como el menos priísta de los priístas, el rostro humano del partido histórico, el candidato ciudadano sin pecado original. Meses después y estancado en las encuestas, cuando como él mismo ha dicho está por comenzar la segunda parte de la final, reapareció con la chamarra roja del PRI abrazado al clavo ardiendo de los más veteranos del partido.

Anaya comenzó dividiendo a su propio partido y construyendo una coalición –PAN, PRD y Movimiento Ciudadano- en la que los distintos socios más que sumar fuerzas las restaron al diluirse su identidad. Continuó disputándole a López Obrador su monopolio como candidato antisistema cuando se sintió atacado por la Fiscalía en manos del Gobierno, reviró después para ofrecerle un pacto al presidente Peña Nieto y ha terminado encarnando el pánico a López Obrador del establishment empresarial. Al final, ambos han acabado jugando en el terreno más favorable a López Obrador, el del carisma personal, al marcar distancias con sus propios partidos o lo que queda de ellos y ninguno de los dos ha conseguido marcar la agenda de la campaña. 

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Ese papel lo cumple de momento en exclusiva López Obrador, que con sus declaraciones, una mezcla variopinta de ataques y marchas atrás, y sin apenas concreción sigue marcando el ritmo con tres ideas-fuerza bien simples: vamos a unir a todos los Méxicos; la situación social, económica y política del país no puede empeorar más y el futuro está en un pasado en el que reinaba la bondad y la justicia y del que él es una especie de eslabón perdido.

¿Ganará el miedo al mañana o la nostalgia del pasado?

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