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La foto de la niña guaraní que bebe agua del suelo tiene una historia detrás

La publicación de la imagen se viraliza y exhibe la cruda realidad de esa comunidad indígena en Argentina

La foto que tomó Patricia Fernández el 13 de diciembre.
La foto que tomó Patricia Fernández el 13 de diciembre.Misiones Online
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“¿Tenés sed, tenés calor?”, le pregunta Patricia Fernández a una niña que como única respuesta asiente con la cabeza. Una foto tomada por Fernández, que recorrió el mundo, la muestra lamiendo un charco de agua en una plaza céntrica de la ciudad de Posadas (a 1.100 km de Buenos Aires), bajo un calor sofocante que superaba los 40 grados. Todo ocurre en el corazón del acuífero guaraní, una de las mayores reservas de agua dulce del planeta. Nada se sabe de la pequeña, ni como se llama, ni cuantos años tiene. Su mamá y sus hermanos, presentes en la escena, no hablan español y apenas esbozan algunas palabras en guaraní. Todos ellos pertenecen a una comunidad del pueblo Mbya Guaraní cuyos miembros se acercan al centro de la ciudad para pedir limosna.

“Esta situación se repite hace ocho años”, confirma Fernández en diálogo con EL PAÍS. La mujer trabaja para el sitio Misiones Online y capturó la escena con la voluntad de acercar una solución, al menos transitoria, para una injusticia que nació a principios del siglo XVII, con la fundación de la primera reducción jesuita en la región. “El tema me tocaba de cerca porque vivo a pocos metros y cuando me mudé yo estaba embarazada. Veía a las mamás con sus hijos, ahí tome conciencia y comencé a ayudarlas”. Apenas publicada, la foto se hizo viral y gracias al aporte de empresarios, aparecieron por la plaza dos camionetas con agua mineral, helados de palito y otras golosinas. Pero sólo significó un parche, para un problema mucho más amplio.

Para el titular de Asuntos Guaraníes de Misiones, Arnulfo Verón, “es sólo una foto”. En diálogo con Radio Libertad calificó la imagen como “trágica” y la comparó con la foto de Aylan Kurdi, el niño sirio que apareció muerto en la playa de la isla griega de Kos, y hasta con la que tomó Kevin Carter en Sudán y muestra a un niño a punto de morir, con un cuervo esperando a su lado. Verón dice que existen 2110 familias mbyás Guaraní en toda la provincia de Misiones, que viven en 107 asentamientos. Pero aclara que sólo unas 20 o 30 piden ayuda en la ciudad, una actividad que “entre todos debemos evitar que siga sucediendo”. “El 100% de los indígenas tiene acceso a la asignación por hijo, tienen viviendas y reciben ayuda de programas. Mientras la gente le siga dando moneda y comida, seguirán en la ciudad”, opina Verón.

El Censo Nacional de Población de 2010 reveló la existencia de 7379 personas que se autoreconocen como mbyás en todo el país, 6349 de los cuales viven en la provincia de Misiones. “El 87% de las familias tiene acceso al agua potable y a la electricidad y más del 90% de los niños tienen acceso a la educación”, dice Verón. “Siempre hay un adulto detrás, por eso no hay que darle moneda a ningún niño. Nosotros le damos la herramienta y no van a parar a sus tierras”, completa.

“No es una realidad generalizada”, responde una integrante de la comunidad Tekoá Arandú (lugar de sabiduría, en idioma guaraní) de Pozo Azul que teme dar su identidad. “Existe una pobreza estructural entre las comunidades y hay clientelismo con algunos caciques amigos de Verón, pero también hay una exposición muy grande a las tecnologías de las ciudades. Muchos jóvenes que ahora están mendigando son estudiantes pero hoy están ahogados, no encuentran respuestas y sus propias familias no los pueden contener”, dice. “Las comunidades que viven cerca de las ciudades están expuestas a mayor consumismo. Mientras nosotros, al norte de la provincia, conservamos nuestros montes, ellos a su alrededor tienen casinos y bares”, grafica. Aunque lejos de la ciudad existen un problema mayor, la forestación industrial y las enfermedades que ellas conllevan.

“Las comunidades viven rodeadas de pinos donde antes había monte”, dice el diputado provincial Martín Sereno, del Partido Agrario y Social. De 100 aldeas, hay 30 que no tienen agua ni luz, a otras 30 no les han reconocido aun la propiedad comunitaria de la tierra y no tienen caminos. La mayoría está afectada por la plantación de pinos de la firma chilena Arauco (exAlto Paraná), empresa que condensa más de la mitad de la actividad maderera en la provincia. “Si estas familias (las de la plaza) tuvieran la posibilidad de un trabajo o tierras para cultivar, algo indispensable para los indígenas, no tendrían la necesidad de abandonar sus casas para ir a mendigar”, resume la mujer de Pozo Azul. Así, el problema no parece ser sólo la foto de una niña bebiendo de un charco de agua.

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