_
_
_
_
_

“Rezamos para que Dios nos proteja”

Largas colas e incertidumbre en una elección clave en Kenia en la que los ciudadanos deciden si votar fieles a su etnia o a un programa político

Un oficial de Policía keniano hace guardia mientras votantes hacen cola en el exterior de un colegio electoral, este martes en Nairobi.
Un oficial de Policía keniano hace guardia mientras votantes hacen cola en el exterior de un colegio electoral, este martes en Nairobi.DANIEL IRUNGU (EFE)

Kenia ha acudido a sus sextas elecciones multipartidistas este martes con un sentimiento encontrado para hacer oír su voz: o activar la renovación del presidente Uhuru Kenyatta, perteneciente a la etnia kikuyu, que ha gobernado junto a los kalenjins desde 1963, o darle paso a la coalición liderada por Raila Odinga, de la etnia luo. El país africano de 48,5 millones de habitantes se enfrenta así, muy dividido, a la decisión de votar por mantener la fidelidad a su grupo étnico para conservar la cuota de poder en términos de favores económicos y clientelares que ha ido floreciendo durante años, o apostar por un programa político. Con el miedo de fondo a que se repitiese la ola de violencia poselectoral de 2007, los kenianos han afrontado colas de horas para depositar su voto. A primera hora de la noche Kenyatta tenía una ligera ventaja en el recuento provisional.

La narrativa de las elecciones pacíficas ha circulado en los medios locales, artistas que han puesto su empeño en enviar mensajes de amor al prójimo o incluso algunas multinacionales que han diseñado anuncios para Internet. 19,6 millones de kenianos estaban llamados a las urnas con un dispositivo de seguridad de más de 150.000 agentes —muchos más que los 95.000 que se movilizaron en 2013— que velaban para que las elecciones transcurrieran en paz y evitar, a toda costa, que se repitiese lo ocurrido en 2007, cuando la negativa de Odinga a aceptar los resultados derivó en un enfrentamiento violento. Kenia es un pequeño continente con 42 grupos étnicos que se encuentran generalmente concentrados por áreas aunque conviviendo con otros vecinos. El análisis muestra la convergencia de un sistema político bipolar con marcadas tendencias étnicas, que no ideológicas: la NASA, de Odinga, representa una firme coalición entre lúos, luhyas, pueblos costeros y algunos kambas; y el Jubilee, de Kenyatta, que se aferra al poder kikuyu en connivencia con los kalenjin —los dos grupos que han dominado Kenia desde 1963—.

La preciada tierra Kikuyu

La zona central del país fueron las tierras fértiles que utilizaron los colonos británicos para cultivar café y té y hacer de la venta de estos productos uno de los más exitosos negocios de la nación. Ahora también se le añade el negocio de las rosas que ha convertido a Kenia en el tercer mayor productor del mundo de esta preciada flor. Esta región es la tierra de los kikuyos, etnia del actual presidente Uhuru Kenyatta, quien se debe a los suyos, a los ancianos que recomendaron a los de su grupo a censarse en sus casas de origen para que este feudo permaneciera blindado durante las elecciones. Muchos de los masivos desplazamientos que tuvieron lugar hace una década se iniciaron aquí.

Muchos han sido los que han decidido marcharse a sus lugares de origen provocando que el parque de autobuses interurbano de Nairobi estuviera este martes sin servicios regulares maquillando, al menos por un día, la fama de ser la ciudad con el peor tráfico del continente. Este Estado policial que se ha desarrollado para las elecciones tiene que ver con la dulce membrana que han construido los políticos del partido Jubilee subrayando la idea de paz, aunque no de justicia. La Corte Penal Internacional (CPI) acusó a Uhuru Kenyatta y su vicepresidente William Ruto por avivar la ola de violencia de 2007 y 2008. Pero entonces, las declaraciones de Kenyatta de querer abandonar la CPI por considerarla neocolonial, la desaparición de algunos testigos o la falta de pruebas hicieron que sus cargos fueran archivados. Al menos hasta que se recuenten los votos en los próximos días.

La ciudad de Nairobi refleja un plan: el de segregación de clases desde los tiempos coloniales. “Es la urbe de las oportunidades donde puedes ganar mucha plata o el lugar donde morir lentamente”, explicaba Michael, un observador local en el Eastleigh. En este barrio, conocido como la pequeña Mogadiscio —porque está habitado mayoritariamente por inmigrantes somalíes— y situado a 10 minutos de los rascacielos del corazón de la ciudad, decenas de hombres con suriyah (vestimenta tradicional masculina para los musulmanes) blancas y marrones escapaban del sol que comenzaba a clavarse en las paredes repletas de pósters con líderes islámicos convertidos en representantes del Parlamento.

La emigración de las zonas rurales hacia este epicentro económico de África del Este ha provocado que el sueño de El Dorado nairobiense para familias sin recursos tropiece sin excepción en algunos de los suburbios de la capital, como el de Kibera. Considerado como uno de los slums más grandes del continente, muchos de sus habitantes habían decidido permanecer alerta toda la noche mezclando copiosas tazas de té con empanadas de harina y carne picada. Este lugar fue uno de los focos de la violencia de hace una década, uno de los gérmenes donde las mafias de jóvenes alcoholizados y desangrados de futuro fueron incentivados por los líderes políticos para abrir una zanja de la que surgieron los miedos de sus propios habitantes: la instrumentalización de la etnia.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

El voto musulmán en Kenia

La población musulmana de Kenia se concentra en la costa índica donde mantienen su idiosincrasia junto a la de la cultura suahili e india. Sin embargo, tras los ataques terroristas de la milicia somalí Al Shabab al centro comercial Westgate de 2013, o a la Universidad de Garissa en 2015, esta comunidad ha sido estigmatizada por el actual gobierno provocando olas de protestas. El canal catarí Al Jazeera publicó un documental de investigación en el que entrevistaba a algunos de los miembros de escuadrones de asesinos contratados desde la Administración de Kenyatta y por el que se encendió un acalorado debate en el país.

Allí, era donde estaba previsto que el líder opositor Raila Odinga hiciera su aparición. Una buena campaña de marketing de última hora. Un helicóptero sobrevolaba la zona mientras el veterano político llegaba en un coche descapotable saludando a los suyos a las 11.30 horas. Cientos de periodistas esperaban la foto del día: la imagen de la última oportunidad para este septuagenario.

La otra fotografía tenía lugar en Mathare, el otro de los suburbios más importantes del país, donde apuraban el cierre de los colegios electorales con colas de hasta cuatro horas. “Estamos preparados para lo que pueda pasar, pero rezamos para que Dios nos proteja”. Estas eran las palabras de Mathilde que hacía malabares para depositar las distintas papeletas en las seis urnas con un recién nacido a la espalda y otro al que le daba el pecho. Antes del 15 de agosto se conocerán los resultados.

Los posibles escenarios tras los resultados

Escenario 1: Elecciones creíbles y pacíficas. El vencedor y el perdedor aceptarán los resultados por lo que la transición del poder se hará de forma suave.

Escenario 2: Elecciones creíbles, pero que pueden derivar en violencia si Uhuru Kenyatta o Raila Odinga pierden y no aceptan el resultado.

Escenario 3: Elecciones pacíficas, pero no creíbles. El poder del aparato de seguridad que se desplegará masivamente forzará a una falsa sensación de paz donde la gente será coaccionada a aceptar los resultados.

Escenario 4: Elecciones ni pacíficas, ni creíbles. El resultado puede derivar en una explosión de violencia, incluso con la presencia del poderoso aparato de seguridad.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_