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Columna
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Conllevancia europea

Cameron pretende imponer de forma unilateral al resto de la UE su idea de Europa

Lluís Bassets

David Cameron quiere la cuadratura del círculo. No le basta una relación especial como la que ya tiene el Reino Unido con la Unión Europea —los opting-outs o claúsulas de exención, que aplican para el euro, Schengen, la carta de derechos fundamentales y los asuntos de Justicia e Interior— sino que quiere una UE acomodada a los euroescépticos y solo así se ve capaz de evitar la salida de su país, que es lo que significaría la derrota en el referéndum que se ha comprometido a celebrar antes de que termine 2017.

Todos y cada uno de los socios europeos han incorporado su propio bagaje a la unión, pero nadie ha impuesto unilateralmente hasta ahora su idea de Europa al conjunto, que es lo que quiere hacer Cameron. Lo hace al menos en dos de las cuatro reformas que ha exigido en su discurso del martes y simultáneamente en una carta dirigida al presidente del Consejo Europeo, el polaco Donald Tusk. Quiere que el euro deje de ser la moneda europea para convertirse en una moneda más, con lo que su adopción dejaría de ser el horizonte para todos los socios, quedando así desvirtuada la Unión Económica y Monetaria. Y quiere también limitar la libre circulación de las personas dentro de la UE, una de las cuatro libertades del Mercado Único, reducido en su concepto a una mera zona de libre circulación de capitales, mercancías y servicios.

Estos dos cambios se explican por un tercero, más simbólico pero no menos trascendente. Cameron detesta la frase inscrita en el Tratado de Roma, en 1957, que declara como objetivo “una unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa”, y que es la que explica el camino que pasa por el mercado único, sigue con el euro, y aspira a seguir todavía más lejos, se supone que hacia una unión que algún día será política.

La fuerza del chantaje de Cameron a la UE es proporcional a la aportación de Reino Unido: el tamaño de su economía, la segunda de Europa; su especial vínculo con Estados Unidos; su vocación y potencia militar; su asiento permanente en el Consejo de Seguridad, y la City de Londres, la gran capital financiera europea y global. La salida sería un retroceso y un golpe a la integración en un momento que ya es por sí mismo de desintegración europea, pero además tendría un cierto efecto centrífugo y de dominó: sobre Escocia, sobre Irlanda del Norte y en toda la UE; también gracias al rebote escocés, en Cataluña.

Hay un parentesco entre todos los secesionismos, sea respecto a la UE, sea respecto a alguno de sus Estados miembros. Y también hay un parentesco en la respuesta que requieren, que Ortega y Gasset famosamente caracterizó en 1931, en el debate del Estatuto de Cataluña, cuando identificó la solución al problema catalán como la cuadratura del círculo. No habiendo fórmula definitiva alguna, solo se puede conllevar. Y esa conllevancia, entre catalanes y españoles o británicos y europeos continentales, es precisamente otra forma designar lo que es el espacio público de convivencia compartido, es decir, España y Europa.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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