Hitler tiene futuro
Una parte de aquellas condiciones se producen ahora, cuando 60 millones de personas, según cifras de Naciones Unidas, vagan de frontera en frontera huyendo de las matanzas, las guerras civiles y los regímenes totalitarios, y muchos de ellos dejan sus vidas cuando intentan alcanzar los países que puedan proporcionarles el asilo. Nada les hace más vulnerables como los territorios sin ley, donde el Estado se ha apartado, ha sido destruido o se ha convertido en una estructura fallida y sin efectividad, tal como Snyder pudo estudiar y cuantificar comparativamente respecto a las matanzas de judíos en el conjunto de Europa.
En el corazón del monstruo totalitario nazi o en los países de Europa occidental ocupados, como Francia o Países Bajos, los judíos contaban con una tenue protección que no existía en los países bálticos, en Polonia o en la Unión Soviética ocupada por los alemanes, donde reinaba la simple y brutal ley de la selva. Las mayores matanzas y el exterminio en masa de Auschwitz se produjeron en la Europa oriental, donde los Estados habían sido arrasados, en algunos casos dos veces, primero por Stalin y después por Hitler, y las víctimas eran los judíos que habían sido totalmente desposeídos de sus derechos por expulsión de sus países o por la desaparición de los Estados.
La advertencia de Snyder se centra, naturalmente, en las condiciones políticas para que pueda producirse de nuevo un genocidio, pero también apela a las conciencias individuales. “Si se destruyesen los Estados, se corrompiesen las instituciones locales y los incentivos económicos se encaminasen hacia el asesinato, pocos de nosotros mostraríamos un comportamiento ejemplar”, asegura. Ni somos “éticamente superiores a los europeos de los años 30 y 40” ni somos “menos vulnerables al tipo de ideas que Hitler promulgó e hizo realidad con tanto éxito”.
Hay una buena conciencia europea que ha cosificado el Holocausto hasta inutilizarlo. Hitler es la barra de platino iridiado del mal absoluto, el equivalente del metro que se conserva en el museo de pesos y medidas de París. La comparación con Hitler es una trivialidad en los debates digitales que ha sido objeto incluso de humorísticas fórmulas matemáticas. Comparar a alguien con el führer, la reductio ad hitlerum, es un ejercicio que se vuelve contra quien lo usa: solo quien tiene simpatía con los nazis puede trivializar el mal absoluto que fue el nazismo. El Hitler de la cultura popular tiene algo del Satanás medieval. Situado en un nivel insuperable de la perversión, su invocación tiene poderes absolutorios o al menos relativizadores sobre quienes ejercen el mal contemporáneo.
Todo esto no es casualidad ni pertenece únicamente a la cultura popular de Europa occidental, sino que tiene en Europa oriental una presencia especial que Snyder, buen conocedor y estudioso de Rusia y Ucrania, también ha sabido localizar y denunciar. Hay un mito del antifascismo soviético, construido sobre un monopolio de la virtud y el control de la memoria, que contrasta directamente con las matanzas de civiles, judíos y no judíos, perpetradas por el Ejército Rojo en la Polonia ocupada y después en los territorios en disputa con la Wehrmacht. Además de absolver a los soviéticos de sus crímenes de entonces, el mito del antifascismo se proyecta en la actualidad, en Ucrania por ejemplo, mediante una inversión que convierte a Estados Unidos, Israel y la Unión Europea en el nuevo avatar del nazismo combatido por Vladímir Putin.
No es esta la más inquietante de las advertencias. Según Snyder, el miedo contemporáneo a las catástrofes ecológicas, sobradamente fundamentado en el calentamiento global o en la evolución demográfica del planeta, da una nueva verosimilitud a las ideas hitlerianas sobre la lucha por la vida alentada por “demagogos de la sangre y de la tierra”. Hitler tiene futuro.
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