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Las bestias del asfalto

Cada domingo por la noche un centenar de coches y motos burlan a la policía y a la muerte mientras corren por las calles del Distrito Federal, son los ‘arrancones’

Elena Reina
Unos coches aceleran en una de las calles del D.F.
Unos coches aceleran en una de las calles del D.F.FACEBOOK

Es domingo a medianoche, por las principales avenidas del Distrito Federal sólo transitan enormes tráilers y algunos taxis, pero en la calle de una de las colonias más peligrosas, Iztacalco, el suelo tiembla como si un animal estuviera rugiendo bajo el asfalto. A un lado del canal de Apatlaco el olor a plátano frito se mezcla con el de aceite de coche. Suena Don Omar y Farruko. Desfilan tacones de 12 centímetros, leggins ajustados, camisas abiertas hasta el pecho y gomina. Nada se divisa en una recta de más de dos kilómetros, pero se siente. Las fieras se acercan.

Una señora de unos sesenta años que lleva más de seis vendiendo un cóctel molotov de azúcar —platano frito con nata, leche condensada, mermelada de fresa y virutas de chocolate— los domingos no cierra su puesto hasta pasadas las 12 y media de la madrugada. Mira impaciente hacia la avenida que tiene detrás y se gira cansada: "Aún no pasan". Diez minutos más tarde, el ruido que emerge de la carretera comienza a ser insoportable y aparecen de la nada más de 50 motos de pista, muchas sin luces ni matrículas, y detrás de ellas, unos 40 coches. Todos frenan en seco al llegar a ese punto. Es la primera parada de los arrancones, unas carreras clandestinas que cruzan las calles principales de la ciudad alcanzando los 200 kilómetros por hora. No compiten entre ellos, el objetivo es burlar a la policía. Y a la muerte.

Los arrancones, unas carreras clandestinas que cruzan las calles a 200 kilómetros por hora. El objetivo es burlar a la policía. Y a la muerte

Unas patrullas se acercan desde el comienzo de la calle, sus luces iluminan la escena haciendo que parezca una discoteca al aire libre. Comienza la fiesta. Ninguno de los corredores parece asustado, están confiados en que no los alcanzarán cuando ahoguen el acelerador. Encienden sus luces intermitentes para señalar que pertenecen al grupo y se suben a los vehículos. Los motoristas, que lideran la carrera, arrancan sin más protección que una gorra y una chica a su espalda. Algunos viajan hasta tres. En menos de un minuto, vuelven a dejar desierta la avenida de Iztacalco. Pasarán por ahí dos veces más.

En lo que va de 2015 ya han detenido a 42 personas que corrían ilegalmente en estas competiciones. En 2014 fueron 246 los detenidos, los datos son de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal. Hace unos años pagaban una multa y se podían ir. Ahora, se exponen a un "arresto incomutable" de 20 a 36 horas, además de pagar 900 pesos (unos 60 dólares) si quieren recuperar su vehículo.

En el centro de una mesa alargada de reuniones se sienta el jefe Apolo, así se conoce al director general de la Policía capitalina, Luis Rosales Gamboa. Su teléfono no deja de sonar y son más de las 9 de la noche. Durante la entrevista va resolviendo problemas comunes de tráfico y qué hacer con unos detenidos en el sur de la ciudad sin atisbo de estrés. Los arrancones tampoco parecen quitarle el sueño: "Han existido siempre, pero se han ido extinguiendo. Hace unos cinco años las calles parecían un autódromo público. La gente sacaba sus sillas y esperaba a verlos pasar".

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En lo que va de 2015 ya han detenido a 42 en estas competiciones. En 2014 fueron 246 

La estrategia de la policía ha cambiado en estos últimos años, según asegura Rosales. Antes las persecuciones eran lo habitual, convirtiéndose en el atractivo principal para los corredores. Ahora combinan el seguimiento con retenes en los principales ejes. "Intentamos evitar la cacería. Una vez en 2008 iba conduciendo mi patrulla y me aferré a la idea de detener a un coche. Me empeñé en perseguirlo hasta que volcó. Iban tres coreanos que creían que podían torear a la policía", cuenta en tono triunfante. La táctica ahora es colocar patrullas que los sigan durante el trayecto y que sirvan de "cebo" para que no sospechen que la calle al final se encuentra cerrada. "Y entonces: Órale, caballeritos, pásenle para acá", señala representando la escena.

Han vuelto a frenar. Esperan unos 15 minutos a que llegue el resto de coches. Delante de las motos se ha colocado un Dodge modelo Challenger negro bloqueando el paso. De él se baja un hombre bajito con la cabeza rapada solo a ambos lados y le abre la puerta a tres mujeres que miden, con tacones, 20 centímetros más que él. Todos beben cerveza Dos Equis y se hacen fotos junto a los vehículos. Algunos coches abren el capó para mostrar sus motores y las chicas aprovechan la parada para retocarse el maquillaje en el espejo retrovisor. Las luces de una perrera —así se refieren a las camionetas de policía— asoman desde el otro lado de la calle.

—Órale, carnal. Ahí vienen los puercos. ¡Arranque!

Hacen rugir sus motores y se pierden de nuevo en el asfalto.

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Sobre la firma

Elena Reina
Es redactora de la sección de Madrid. Antes trabajó ocho años en la redacción de EL PAÍS México, donde se especializó en temas de narcotráfico, migración y feminicidios. Es coautora del libro ‘Rabia: ocho crónicas contra el cinismo en América Latina’ (Anagrama, 2022) y Premio Gabriel García Márquez de Periodismo a la mejor cobertura en 2020

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