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LA CAÍDA DEL RÉGIMEN LIBIO

Los recelos territoriales empañan la declaración del fin de la guerra libia

La ceremonia para declarar la total liberación del país se celebra en Bengasi, la ciudad donde hace ocho meses empezó la revuelta que acabó con 42 años de dictadura de Muamar el Gadafi

Rebeldes libios son recibidos hoy en Bengasi
Rebeldes libios son recibidos hoy en BengasiSABRI ELMHEDWI (EFE)

“Libia hurra” (“Libia libre”) se desgañitó el domingo la inmensa multitud en Bengasi a las 17.44, segundos después de que Mustafá Abdel Yalil, presidente del Consejo Nacional que encabezó la rebelión contra Muamar el Gadafi, declarara oficialmente liberado el país del régimen despótico que durante 42 años de represión, arbitrariedad y saqueo de recursos públicos mantuvo alienada a una población que estalló de júbilo en una jornada histórica mientras el cadáver del dictador se pudría en Misrata, sin recibir sepultura. “Alzad bien altas vuestras cabezas. Sois libios libres”, clamó Abdel Yalil. Ocho meses de guerra en medio del fragor de las revueltas árabes abren el paso ahora a una etapa crucial en este inmenso Estado aquejado de recelos territoriales, en menor medida tribales, y bocado apetitoso para las potencias extranjeras.

El líder político, uno de los pocos que osó dimitir del Gobierno de Gadafi y discrepar de alguna de sus medidas, tuvo un recordatorio para los mártires —“ahora están en el mejor de los lugares: el cielo”, dijo— e insistió en que Libia tendrá la Sharia como fuente de legislación y que se reformará la legislación sobre el matrimonio y los intereses bancarios. “Toda ley contraria a los principios del islam queda legalmente anulada”, enfatizó. Una cuestión que no preocupa en absoluto en una sociedad tan conservadora como poco dada al extremismo.

Las expectativas de los seis millones de libios son descomunales, y como sucede en Túnez y Egipto, esperan el cambio político y apreciar cierta prosperidad económica tal vez con demasiada celeridad. Abdel Yalil apuntó en su breve discurso a la enfervorecida muchedumbre los escollos que encara el país: “Debemos liberarnos del odio y de la envidia de nuestras almas. Esto es necesario para el éxito de la revolución y el futuro de Libia. Llamo a todos a la reconciliación, el perdón y la tolerancia”.

La reconstrucción de ciudades y de instalaciones petroleras vitales no ha de ser el mayor obstáculo. Es cuestión de dinero, algo que no debería escasear en la petrolera Libia, que contará además con decenas de miles de millones de dólares de los fondos que Gadafi atesoraba en el extranjero, y que ya han comenzado a ser devueltos. Más complicado será la construcción de un Ejército y el desarme de los civiles —“los vehículos con armas pesadas han de ser entregados antes del próximo sábado”, advirtió el jefe de seguridad del Consejo Nacional— en un país inundado de armas. Y peliagudo será mitigar las rivalidades regionales, cada vez más evidentes, y a las que aludía Abdel Yalil.

Elecciones constituyentes

“Todos piensan que lo han hecho mejor que los demás. En Bengasi porque iniciaron la revuelta; en Misrata por nuestra decisiva participación en la guerra; en Zauiya porque escaparon a las montañas para entrenar en el manejo de armas y pelear. Todos creen que han liberado Libia”, comentaba ayer en Misrata el miliciano Abdelaziz. El hecho es que algunas ciudades ejercen ya su cuota de poder. Y Misrata, cuyos combatientes jugaron un papel decisivo en la toma de Trípoli y en la captura del tirano el jueves, lleva la voz cantante de las discrepancias. El primer ministro, Mahmud Yibril, fue incapaz de imponer su autoridad a los mandos de los sublevados de Misrata, que conservan el cuerpo de Gadafi pese a la pretensión de Yibril de enterrarlo sin demora. Muchos habitantes de esta localidad martirizada durante meses de asedio tienen su candidato: Abderramán Suehli, descendiente de un prócer de la lucha contra la colonización italiana hace casi un siglo. Pero hay más.

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Los bereberes exigen ya sus derechos culturales; los tuareg pueden ser objeto de represalia, dado que dos de sus tres tribus apoyaron abiertamente al dictador; dirigentes islamistas no han escondido su rechazo a los ministros liberales que, tras vivir décadas en el exilio, han asumido las riendas del Gobierno. El proceso político que ahora arranca peca de optimismo.

El Consejo Nacional ha programado que se celebren unas elecciones constituyentes en el plazo de ocho meses, un lapso quizá demasiado breve a tenor de la inexistencia de partidos políticos e instituciones. Ese Parlamento tendrá la misión de redactar una Constitución que se someterá a referéndum, para convocar en 18 o 20 meses comicios presidenciales. En conjunto, una labor de titanes sobre la que penden nubarrones. Como aseguraba Yibril: “Libia tiene una pequeña oportunidad de dejar a un lado sus diferencias”.

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