Ana Zamora, el ‘hada madrina’ del teatro antiguo
La dramaturga, ‘rara avis’ de su generación y caso único en Europa, lleva a escena obras medievales y renacentistas. Tras su paso por Madrid y Zaragoza, Soria acoge su última obra
Todo trabajo creativo es un privilegio y una cruz. Lo sabe bien Ana Zamora, que experimenta esta ambivalencia en cada montaje teatral que prepara. La adrenalina que le genera el proceso la deja “sin sangre” cuando todo concluye y se estrena la obra. Mientras se representa, no puede apartarse de su criatura, ni pensar en nuevos proyectos. Así le ha ocurrido con El Castillo de Lindabridis, de Calderón de la Barca, coproducida por la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC), y estrenada el 25 de enero en el Teatro de la Comedía de Madrid, que llegará este jueves a Soria, tras su paso por Zaragoza. Un Calderón anómalo que encaja de lleno en el repertorio al que se ha consagrado Zamora desde que inició su carrera de directora de escena hace más de dos décadas: el teatro medieval y renacentista. Piezas que le fascinan por su ingenuidad. “Nos dan una perspectiva más limpia, más pura, más simplificada del ser humano”, dice.
Zamora (Madrid, 1975) vive volcada en su trabajo, como si fuera una misión. Hasta su casa madrileña, donde recibe a la periodista, parece estar al servicio de sus montajes teatrales.Un magnífico clave, utilizado en varios de sus espectáculos, preside el salón, donde no hay estanterías ni sofá. Viaja para buscar datos, hacer giras —por España y por América—, dar conferencias o cursos, pero no “para pajarear” por ahí. Es consciente de haber tomado decisiones vitales que son incompatibles con crear una familia. Su familia es Nao D’Amores, la compañía que fundó en 2001. Una amplia troupe artística integrada por gente del teatro clásico, los títeres y la música antigua, dedicados a poner en escena obras prebarrocas, la mayoría de las 15 que han montado pertenecen a ese periodo. Un caso único en Europa. Cuando abordan un nuevo texto, a Zamora le apasiona sumergirse completamente en la vida del autor. Estudiar el arte de la época, ver cómo era la puesta en escena, la artesanía, la música. Avanzar por un territorio que ya no existe es “como caminar bajo el agua”, apunta. Este año se le acumulan además las tareas porque ha sido nombrada codirectora, junto a otras cinco personalidades de la escena, de los Teatros del Canal.
Nieta del académico de la Lengua, filólogo y escritor Alonso Zamora Vicente, Ana lleva en las venas el amor por la lírica tradicional, y su itinerario la convierte en una rara avis entre la gente de su generación. Nació en Madrid, pero creció en Segovia, donde su padre se hizo cargo de la dirección del museo local. Ella y su hermana Isabel (año y medio mayor, y teclista en los espectáculos de la compañía) se beneficiaron de las muchas iniciativas que se desarrollaban en una ciudad de provincias “entregada a la cultura”. En esa etapa asistió a espectáculos que la marcarían para siempre: la obra de Els Comediants Sol solet y una actuación de los Gioco Vita, la mejor compañía de teatro de sombras de Europa, en el Festival de Títeres.
El teatro era su destino, y acabó matriculándose en la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD) tras coquetear con los estudios de Historia, materia de la que su madre era profesora. Ya con la licenciatura de dirección de escena en el bolsillo, se dio cuenta de que no había hecho nada de teatro clásico. Gran problema, porque a Zamora le gusta aprender las cosas desde el principio. Revisando el repertorio sintió que sintonizaba especialmente con los textos más antiguos. Y decidió crear una compañía para montarlos. Zamora reconoce que si la cosa salió adelante fue gracias a los muchos apoyos que tuvo desde la primera pieza que subieron a las tablas: La comedia llamada metamorfosea, de Joaquín Romero de Cepeda. El Festival de Almagro, dirigido entonces por el filólogo Luciano García Lorenzo, “apostó por esos textos tan extraños que no formaban parte de las propuestas habituales”, dice Zamora. Obras que impactaban al público, y que todavía le impactan. Pero su aventura no hubiera podido arrancar sin los actores que le prestó Noviembre, la compañía de Eduardo Vasco, que había sido profesor y tutor suyo en la RESAD. Otro apoyo importante llegaría en 2008 del Ayuntamiento de Segovia, que les proporciona sede y nave de ensayos en tanto que compañía residente. En la nave de Revenga trabajan colectivamente y ensayan con los actores, que no forman parte de la compañía estable y son contratados para cada obra. Ese mismo año estrenaron en el Teatro de la Abadía el Auto de los Reyes Magos, un texto anónimo del siglo XII, apadrinados por su director de entonces, José Luis Gómez, con el que había trabajado Zamora como ayudante. Tanto Vasco como Gómez coinciden en subrayar el carácter excepcional del trabajo de Zamora, “pieza única en el panorama teatral español”, en palabras de Gómez. “Lo mejor que le ha pasado a nuestro teatro en los últimos tiempos”, según Vasco. “Advertí muy pronto sus posibilidades y su singularidad, por eso le presté una atención privilegiada”, reconoce Gómez por teléfono. Para alguien como él, que ha pasado un cuarto de siglo “dedicado a descubrir talentos para las tablas”, las cualidades de Zamora no podían pasar inadvertidas. Tampoco para Vasco, que dirigió la CNTC entre 2004 y 2011, y está hoy al frente del Teatro Español.
“Advertí muy pronto su singularidad, por eso le presté una atención privilegiada”José Luis Gómez, fundador del Teatro de la Abadía
Mucha gente piensa que el valor de Zamora está “en que parte de la investigación, otros suponen que es su manera minuciosa de abordar el trabajo interpretativo, e incluso los hay que entienden que es su talento poético —tan raro en la dirección escénica— el que impulsa sus espectáculos”, analiza Vasco. “Pero yo les digo que es su pasión lo que hace volar sus propuestas, convirtiendo al espectador en un cómplice más de su aventura vital”.
Una pasión con la que ha ido rescatando piezas del dramaturgo portugués Gil Vicente, que escribía también en castellano —una de sus obras da nombre a la compañía—; de Bartolomé Torres Naharro, extremeño que vivió en Italia; de Juan del Encina, y de tantos otros. “Si algo demuestran estos autores, al igual que la tradición popular, es que somos todos iguales. Que las fronteras no valen para nada”, dice.
La labor de Zamora no había pasado inadvertida, pero el reconocimiento definitivo le llegó en 2023 cuando recibió el Premio Nacional de Teatro que otorga el Ministerio de Cultura. Un premio “celebrado por toda la profesión”, dice Lluís Homar, director actual de la CNTC. “Hubiera sido injusto que alguien que ha aportado tanto al poner en valor esa parte de nuestro patrimonio dramático no tuviera el reconocimiento o el sostén institucional que merece”. Homar, como sus antecesores al frente de la Compañía de Teatro Clásico, ha coproducido varios montajes de Nao D’Amores. Teatro antiguo, la mayoría de las veces, aunque para Zamora no hay duda de que se trata siempre de teatro contemporáneo, porque está hecho desde la mirada actual, con todo el bagaje de siglos de teatro. Lo único que lamenta es que, quizás, el buen trabajo de Nao d’Amores ha desanimado a otros a montar esos textos. “Son tan maravillosos que se pueden hacer de muchas otras formas”, dice. “Cuando se haga es cuando vamos a ver la riqueza real que tienen”.
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