La motosierra de Milei no es sino la versión más agresiva de la ‘doctrina del shock’
Es la tercera vez en 50 años que a Argentina se le aplican “descargas eléctricas” para sobrevivir
La motosierra es la vieja “doctrina del shock”. Hace unos tres lustros la escritora canadiense Naomi Klein verbalizó la llamada “doctrina del shock”. Su libro, que tenía de subtítulo el de Auge del capitalismo del desastre, fue un éxito mediático y de ventas en todo el mundo convertido luego, con igual resultado, en película y en obras de teatro. Por ejemplo, era ampliamente leído y compartido por los jóvenes del 15-M más politizados, que leían. No ocurrió lo mismo con sus contenidos en el ámbito académico, donde sus representantes torcieron el morro y lo criticaron.
La doctrina del shock era, básicamente, una descripción y un análisis de lo que ha sucedido en algunos países dañados por acontecimientos extremos como golpes de Estado o cambios de régimen (también se recuerdan ejemplos de zonas noqueadas por calamidades naturales como el huracán Katrina o el tsunami del océano Índico). Ejemplos centrales son el Chile de Pinochet y los Chicago Boys, la Argentina de Videla y Martínez de Hoz o la transición inédita del socialismo al capitalismo en algunos países del Este europeo como Rusia o Polonia. En todos los casos su aplicación se resolvió como un desastre para la cohesión social, es decir, para la democracia, que ha durado muchos años. No es un fenómeno pasajero.
Detrás de la doctrina del shock están las ideas de la Escuela Austriaca de Economía y de la Universidad de Chicago, dirigida intelectualmente por Milton Friedman, visitante de Pinochet en el palacio de la Moneda. La Operación Condor fue una mezcla de ultraliberalismo y represión política; nada que ver con la libertad, si no es con la de los precios. El ultraliberalismo, según Klein, no se ha podido aplicar si no es aplastando a la oposición política, los movimientos sociales y los sindicatos. A través de la confusión y la conmoción se pueden hacer reformas muy impopulares que, en el último extremo, afectan mucho más a las capas bajas y medias de la población que a la clase alta y sus empresas (que se convierten en protagonistas a favor de la privatización del antiguo sector público empresarial, aunque sea en sectores estratégicos).
El objeto de la doctrina del shock es borrar todo resto de intervención estatal y desmantelar los restos del Estado de bienestar. Detrás del “capitalismo del desastre” está la tesis de que más allá de toda tragedia (ni rastro de compasión a quienes la sufren) puede haber una oportunidad si es bien aprovechada utilizando el trauma colectivo para poner en marcha reformas económicas o sociales de carácter radical, como si fueran “descargas eléctricas”: liberalización de precios, control de divisas, retirada de subsidios públicos, eliminación de la inversión pública, privatizaciones a gran escala de los activos de propiedad pública, y de los servicios públicos como la sanidad, la educación, las pensiones o los cuidados a las personas dependientes, etcétera. Escribe la autora canadiense: “Saqueo sistemático del sector público después de un desastre, cuando la gente está demasiado ocupada haciendo frente a la emergencia, a sus problemas diarios, para proteger sus intereses”.
Argentina es un país que en el último medio siglo al menos se ha enfrentado tres veces a la doctrina del shock. Después de la política económica de los militares golpistas tuvo lugar, en la década de los noventa del siglo pasado, la del peronista Carlos Menem y su ministro de Economía Domingo Cavallo, que finalizó con el corralito y con el sucesor del primero, Fernando de la Rúa, saliendo en helicóptero de una Casa Rosada rodeada para nunca más volver.
La motosierra de Milei es otra modalidad de lo ya conocido. Más agresiva en su programa electoral (desaparición del banco central, dolarización oficial de la economía…) que en las primeras medidas tomadas, a la espera de las reformas estructurales que se anuncian para dentro de unas semanas. Pero en realidad no hay nada nuevo. Y mucho menos que esa política tenga que ver con el lema más familiar de Milei, “¡Viva la libertad, carajo!”.
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