Hijo de puta, la mayéutica del Partido Popular
Para esta organización es más importante acordar las agresiones que los argumentos pues lo que pretende es eviscerar un sentimiento y no razonar
Hijo de puta no es un insulto cualquiera. Está lleno de todos los valores emocionales, raciales, clasistas y machistas que cabe imaginar. Es la clase de insulto que todos intentamos no decir porque sabemos que va contra la razón y contra la dignidad de las personas y no únicamente contra la dignidad de quien lo recibe. Aunque para Isabel Díaz Ayuso, llamar hijo de puta al presidente del Gobierno no es siquiera un insulto, sino más bien un comentario anodino, tan normal como comer fruta. Una conducta violenta, la de la agresión constante, que el Partido Popular ha convertido en disciplina. Así, en la nueva dialéctica del PP es obligatorio colocar un insulto en todos los espacios donde debería ir un argumento, empezando por el Congreso.
Hijo de puta, sociópata, traidor, fake, guerracivilista, déspota, ególatra, irresponsable, sectario, autoritario, felón, mentiroso, mediocre, ilegítimo… Yo creo que en Génova te regalan un kit de insultos al alistarte, perdón, al afiliarte, como disciplina de partido. Para esta organización es más importante acordar las agresiones que los argumentos pues lo que pretende es eviscerar un sentimiento y no razonar. Los improperios no son fruto pues del enojo o la pasión, sino, al contrario, son su razón. Así, el PP lleva años demostrando que, quien debería dar ejemplo de diálogo, no está dispuesto a hablar. La persuasión verbal, sencillamente, no va con ellos. Y esa es la razón por la que, en el actual sistema de partidos, no pueden pactar con nadie.
Es verdad que Vox es su aliado, pero no porque posean un discurso común sino porque están dispuestos a compartir la estrategia verbal con la que castigar a sus oponentes. Y así el PP recurre sistemática y no casualmente a la agresión. Es su manera de diagnosticar la realidad y de sancionar conductas políticas sobre la base del pecado, como si sus dirigentes fueran curas en vez de políticos. ¿No se han fijado? Les asiste la razón divina, por eso no necesitan argumentos. A Pedro Sánchez, por el contrario, lo mueven sus intereses y le interesa el poder tanto o más que la justicia social que pregona. Pero es que la propuesta del PP es la de un territorio recluido en la creencia. Y con las creencias no se puede hablar. A quien cree en Dios no se le puede convencer con palabras de que no existe. Igual que tampoco se puede persuadir a un ateo de la existencia divina. Las creencias, por definición, no dialogan, no progresan, no se modifican, no se inmutan. Solo se hacen viejas. Y es desde ahí, desde la creencia, donde lanzan su peor insulto a Pedro Sánchez. Lo acusan de haber cambiado de idea sobre la amnistía, sin darse cuenta de que en democracia se puede cambiar de idea todas las veces que uno quiera. En democracia se puede cambiar hasta de género y basta para ello la autodeterminación, por más que a Ayuso le duela. La democracia es de hecho la barra libre del cambio dialogado y consensuado. La democracia es, en este sentido, el demonio del PP, pues para ellos no hay praxis política más allá de la tierra sagrada, las esencias españolas y la ruptura de España.
Y esa es, en el fondo, la desgracia de este país, donde el enfrentamiento entre izquierda y derecha se ha convertido en la lucha entre un bando táctico contra uno mítico. Qué pena. Con la falta que nos hacía una oposición a la altura de las circunstancias. Y tenemos que conformarnos con una verdulera, digo frutera.
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