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La derecha radical pesca entre los tótems culturales de la izquierda

La ultraderecha europea intenta construirse un pasado cultural y, en el caso de Giorgia Meloni, eso pasa por reivindicar a figuras progresistas como Antonio Gramsci o Pier Paolo Pasolini

Ramiro de Maeztu, Antonio Gramsci, Michel Houellebecq, Santiago Abascal, Giorgia Meloni, Pier Paolo Pasolini y Marion Maréchal
Desde arriba y de izquierda a derecha, Ramiro de Maeztu, Antonio Gramsci, Michel Houellebecq, Santiago Abascal, Giorgia Meloni, Pier Paolo Pasolini y Marion Maréchal.SR. García con fotografías de Getty Images
Daniel Verdú

La construcción de un sistema cultural nunca fue una prioridad de la derecha. Al menos, de ese espectro moderado y liberal que consideraba que el mejor vehículo de propagación del mensaje era la televisión, el entretenimiento. Hoy una nueva derecha radicalizada recorre Europa. Y, alcanzada la hegemonía política en lugares como Italia, inicia la construcción de un relato que permita librar la guerra cultural: la mejor forma de consolidar el esquema ideológico. La ola censora que recorre España de la mano de Vox es solo una fase embrionaria, si se atiende al esquema de acción de otras formaciones parecidas en Europa como Reconquista, de Éric Zemmour, en Francia o Hermanos de Italia, referencia del partido de Santiago Abascal y socio en el artefacto electoral que comparten en Bruselas y que preside la primera ministra Giorgia Meloni: Conservadores y Reformistas Europeos (ECR). Partidos conectados a través de sus fundaciones culturales que debaten desde hace meses en congresos internacionales cómo afrontar el decisivo asunto de la hegemonía cultural.

Los italianos, en política, suelen hacerlo casi todo antes. Generalmente, también de manera más refinada. El Gobierno de Meloni no prohíbe obras de teatro ni las sustituye por combates de boxeo (algunos de sus dirigentes expresan en privado estos días su asombro por esas actitudes). La primera ministra y líder de Hermanos de Italia posee un proyecto a medio plazo para sacar de la periferia cultural a una cierta derecha, principalmente romana y de orígenes posfascistas, y dotarla de un pasado aceptable para convencer ideológicamente en el presente. En los últimos meses ha habido congresos y revisionismos variados. El nuevo ministro de Cultura, Gennaro Sangiuliano, se animó a teorizar que Dante era “el fundador del pensamiento de derechas”. Y el titular de Agricultura y cuñado de Meloni, Francesco Lollobrigida, conocido por sus teorías sobre la sustitución étnica, aseguró que el gran escritor Alessandro Manzoni era un “patriota que defendía a la familia”. Faltan referentes, no hay duda. Y parte de la estrategia pasa por un proceso de apropiación.

Sangiuliano, periodista televisivo curtido en Rai2, canal público tradicionalmente cercano a la derecha, es el director de orquesta de la operación. Viejo militante del posfascista Movimiento Social Italiano (MSI), nunca ha ocultado en las entrevistas su ambición por otorgar vigor al mundo cultural de la derecha. Es habitual escucharle aplicar una mirada revisionista a tótems de la izquierda como el pensador Antonio Gramsci o Pier Paolo Pasolini, convertidos en elementos de inspiración de ese nuevo espectro (en el último congreso programático de Hermanos de Italia se exhibió la foto de ambos intelectuales). También invocando a Alain de Benoist, filósofo francés, punta de lanza de la Nouvelle Droite [nueva derecha], con quien compartió debate en el Salón del Libro de Turín a propósito del nuevo libro del pensador francés, titulado La desaparición de la identidad.

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A Gennaro Sangiuliano, ministro de Cultura italiano, le gusta Lorca: “Cuando la cultura es alta, es cultura y basta”.

Sangiuliano, que nunca rehúye el debate, responde a un whatsapp de este periódico. A continuación, explica al teléfono su posición. “Siempre he sufrido que hubiera una derecha que se interesase poco en la cultura. Sostengo que la política cultural es fundamental. No significa buscar una hegemonía, significa abrirse a la cultura. Tener relaciones con el cine, el teatro, las artes figurativas, la literatura o la ensayística. Eso es lo que estoy intentando. A mí me gusta mucho Federico García Lorca y lo cito mucho. Cuando la cultura es alta, es cultura y basta”. El ministro se desmarca de los últimos movimientos de Vox. “Soy contrario a cualquier forma de censura. Se puede combatir sobre el plano de las ideas, pero no de la censura. Voltaire decía: ‘No estoy convencido de tus ideas, estoy contra ellas, pero me batiré hasta el final para que puedas manifestarlas’. Y yo lo comparto”.

Alain de Benoist, en su casa cerca de Dreux, el pasado junio.
Alain de Benoist, en su casa cerca de Dreux, el pasado junio. AFP

De Benoist es uno de los grandes teóricos de esa lectura derechizadora del filósofo Antonio Gramsci, especialmente interesada por el concepto de hegemonía aplicado a la idea del poder cultural. “La supremacía de un grupo social se manifiesta de dos modos: como dominio y como dirección intelectual moral (…). Un grupo social puede e incluso debe ser dirigente antes de conquistar el poder gubernamental; después, cuando ejerce el poder, se vuelve dominante, pero debe seguir siendo también dirigente”, sostenía el pensador dándole la vuelta al argumento económico de Marx y recordando que la dimensión de ese poder, en realidad, debía abarcar áreas como la cultura, el arte o el entretenimiento. Es la base sobre la que intenta construir su nuevo relato la derecha radical europea y que han usado líderes como Viktor Orbán en Hungría, que escribió su tesis universitaria sobre el pensador italiano.

La filósofa Donatella Di Cesare advierte de que esta será una de las batallas políticas más cruentas de los próximos años. “Es un tema decisivo: en Italia y en Europa. Y nace de un complejo de inferioridad. En Italia, en particular, la cultura fue vista siempre de la izquierda. Sucede más que en otros países europeos como Alemania, donde los referentes son más numerosos”, apunta. La filósofa, especialista en Heidegger, cree que tras la conquista del poder político y de hegemonizar el espectro de la derecha, Hermanos de Italia necesita consolidarse culturalmente. “Significa asumir un rostro aceptable. Y eso valdrá también para los neofranquistas de Vox: no tienen la tradición filosófica política de la derecha alemana y carecen de grandes nombres de referencia. Por eso la operación se convierte también en apropiación de personajes símbolo de Italia. Sobre todo Gramsci. Pero también otros como Pasolini”.

Escolares miran un retrato de Antonio Gramsci en Orgosolo en 1975.
Escolares miran un retrato de Antonio Gramsci en Orgosolo en 1975.Mondadori Portfolio / GETTY IMAGES

De Benoist, precisamente, suele declararse pasoliniano. El pensador francés reivindica esa parte del cineasta, poeta y escritor italiano que exploró las desigualdades y las borgate [barriadas periféricas]. En Pasolini y en su poesía Il Pci ai giovani!!, creen en la nueva derecha radical, se encuentra el embrión de ese rencor popular contra una izquierda aburguesada que ha abrazado la ultraderecha (y que ha movido el populismo de la última década). El cineasta describía en aquel poema publicado el 16 de junio de 1968 en el semanario L’Espresso los disturbios en el barrio romano de Valle Giulia entre la policía y los estudiantes, a quienes, fundamentalmente, consideraba unos pijos. El cineasta no dudaba en ponerse del lado de los uniformados, los verdaderos oprimidos, la auténtica clase obrera de la que debía ocuparse el Partido Comunista Italiano (que terminó expulsándolo por su condición de homosexual).

“El asunto de la hegemonía cultural es un tema decisivo: en Italia y en Europa. Y nace de un complejo de inferioridad de la derecha”
Donatella Di Cesare, filósofa

El conflicto, o el complejo que describe Di Cesare, tiene raíces lejanas. Al menos en Italia, donde la historia política estuvo dividida en dos grandes bloques hasta el comienzo de los años ochenta: el Partido Comunista (PCI) y la Democracia Cristiana (DC). Izquierda y derecha, aunque la visión esté algo simplificada aquí, se repartieron el relato político de forma ordenada: la DC controlaba la televisión; el PCI, la cultura (teatro, editoriales, periódicos). Un esquema que perduró décadas, custodiado severamente por rígidos guardianes de cada bloque ideológico. Se creó así el mito de la hegemonía cultural contra el que se rebela el mundo meloniano. Para ello se ha dotado de estructuras: fundaciones y think tanks emparentadas con toda Europa.

El joven Francesco Giubilei (31 años) es presidente de dos de esos entes: Nazione Futura (cercana a la Fundación Disenso de Vox) y la Fundación Tatarella (llamada así por Giuseppe Tatarella, viejo dirigente del posfascista Movimiento Social Italiano y de Alianza Nacional que llegó a ser vice primer ministro con Silvio Berlusconi). Giubilei, que fue consejero del ministro Sangiuliano, cree que siempre ha existido una cultura de derechas, “pero faltaba una política cultural”. “Me refiero a una organización de la cultura, como teorizaba Gramsci. La diferencia entre la izquierda y la derecha es que ellos han sido mejores creando desde 1968 ese sistema. Siempre ha prestado atención al mundo universitario, de las fundaciones, de los periódicos y las revistas… La derecha, en cambio, incluso teniendo una cultura propia, no estuvo atenta. Al final, nos hemos encontrado sin figuras y proyectos culturales”, explica al teléfono.

La diferencia entre la izquierda y la derecha es que ellos han sido mejores creando desde 1968 ese sistema”
Francesco Giubilei, presidente de las dos fundaciones que nutren culturalmente a Meloni

La derecha radical, cuya razón de ser descansa en los cimientos del nacionalismo y la idea de soberanía propia, tiene especificidad propia en cada país. Esa es la gracia: lo opuesto al viejo concepto de la Internacional Socialista. Pero algunos nombres son faros de toda la órbita europea. Más allá del francés De Benoist, Meloni ha encontrado también inspiración en el pensamiento del filósofo conservador Roger Scruton (le citó en el discurso de investidura del pasado octubre para hablar de ecología). En España, opina Steven Forti, historiador y autor de Extrema derecha 2.0 (Akal, 2021), también se dan algunos paralelismos. Pero con matices. “Cierto sector de la derecha radical italiana ha tenido muy en cuenta desde hace tiempo la batalla cultural. Y ahora vemos los frutos desde su hegemonía política. Vox en España va por detrás. Sin embargo, siendo mucho más joven, tiene también una historia político-cultural a la que conectarse como el tradicionalismo español, que viene del siglo XIX: Menéndez Pelayo, Donoso Cortés, Jaime Balmes…”, afirma Forti. “Un mundo que luego vive esa aceleración a principios del siglo XX con Primo de Rivera y una figura muy querida por Santiago Abascal como Ramiro de Maeztu (se presentó con el libro Defensa de la hispanidad). Vox recupera ese concepto de la hispanidad para la idea de Iberosfera”, señala.

El libro de Ramiro de Maeztu se publicó por primera vez en 1934 y se editó con una serie de artículos para la revista Acción Española, que dirigió desde su fundación en 1931. En ese primer texto, titulado ‘La Hispanidad’ y fechado el 15 de noviembre, proponía la creación de un concepto que comprendiese y caracterizase a la totalidad de la comunidad hispana. “Los pueblos no se unen en la libertad, sino en la comunidad”. Una idea que Vox vería entroncar con su ideario.

Vox tiene también una tradición político-cultural a la que conectarse como el tradicionalismo español, que viene del siglo XIX: Menéndez Pelayo, Donoso Cortés, Jaime Balmes…”
Steven Forti, autor de 'Extrema derecha 2.0'

La diferencia, en suma, no es que la batalla cultural no esté clara. Es que ha empezado más tarde. “En Italia, además, hay más heterogeneidad en esa construcción de la hegemonía y necesitan apropiarse de otros referentes. En Vox, de momento, no vemos eso en la práctica”, insiste Forti. En parte por eso, Marion Maréchal-Le Pen, nieta y sobrina de las dos principales figuras de la ultraderecha francesa, desembarcó en España de la mano de Vox para desarrollar una filial en Madrid del Instituto de Ciencias Sociales, Económicas y Políticas (ISSEP, por sus siglas en francés), laboratorio de clases dirigentes formadas para dar esa batalla cultural desde el conservadurismo radical.

Gennaro Sangiuliano y la primera ministra, Giorgia Meloni, en el Senado italiano el pasado 26 de octubre.
Gennaro Sangiuliano y la primera ministra, Giorgia Meloni, en el Senado italiano el pasado 26 de octubre.Alessandra Benedetti - Corbis (EL PAÍS)

La escena de la que procede Maréchal en Francia, como recuerda el escritor Frédéric Martel, está mucho más fragmentada. Ahora mismo hay tres corrientes con raíces culturales diversas. La de Marine Le Pen y su Reagrupamiento Nacional: la más poderosa; Éric Zemmour, más intelectual y radicalizado, y la propia Maréchal, que ahora camina junto a Zemmour, pero tiene sus propios planes. “Le Pen tiene pocas raíces: es alguien simple y poco competente intelectualmente. Zemmour es distinto. También Marion Maréchal. Ambos están muy influenciados por Renaud Camus y su teoría del Gran Reemplazo”, señala en referencia a la idea conspiranoide sobre una supuesta sustitución étnica que, entre otras cosas, inspiró los ataques terroristas de Anders Breivik en la isla noruega de Utoya en 2011 (77 muertos) y del supremacista Payton S. Gendron en Buffalo, en el que murieron 10 afroamericanos.

El problema de Francia, recuerda Martel, es que el proceso de búsqueda de referencias de estos movimientos no puede ir muy atrás. “En Francia como Alemania, a diferencia de Italia y España, hay una línea que no puedes traspasar: el antisemitismo. Y muchos de esos pensadores anteriores lo eran”, apunta. Sin embargo, todas las nuevas corrientes aman al escritor Michel Houellebecq. “Para ellos es un símbolo cultural. Han hecho varias portadas con él en Va­leurs Actuelles, el principal periódico de la extrema derecha. Y ahora quien fue su director, Geoffroy Lejeune, ha pasado al Journal du Dimanche y es muy cercano a Marion Maréchal. Él fue uno de los grandes apoyos de Éric Zemmour en la campaña. Es un periodista, pero también muy amigo de Houellebecq”. El autor de Sumisión (Anagrama, 2015) o Aniquilación (Anagrama, 2022) nunca ha mostrado públicamente esa cercanía, aunque su obra transpire esa proximidad.

En Italia, en cambio, la carencia de una cierta autoridad moral y de referentes hace que los candidatos para construir ese nuevo sistema sean siempre los mismos. Uno de los más recurrentes es Giordano Bruno Guerri: intelectual, escritor y director de la fundación Vittoriale degli Italiani, dedicada al escritor, poeta y aventurero Gabriele D’Annunzio, vinculado durante años al fascismo. Guerri lo reconoce en conversación telefónica. “Los intelectuales de derecha, más allá de la política, han tenido poco papel en estos últimos decenios. Pero con el Gobierno actual se quiere ocupar el espacio de la cultura. Y es una operación normal y necesaria. Cualquier gobierno con un pensamiento distinto a aquel precedente tiene que ocuparse de la cultura y ayudar a la gente que piensa de forma parecida a ocupar esos puestos. Por desgracia, la derecha en el Gobierno tiene pocos hombres disponibles”.

“No se pueden prohibir por ley los desarrollos culturales de una sociedad ni de los individuos”
Giordano Bruno Guerri, referente intelectual de la derecha italiana

Guerri, que estuvo en todas la quinielas para ser el ministro de Cultura de Meloni antes de que fuera nombrado Sangiuliano, ve con desagrado la ola censora de Vox. “Prohibir obras culturales es un error cultural. No se pueden prohibir por ley los desarrollos culturales de una sociedad ni de los individuos. Todo lo que se ha hecho por la fuerza ha sido siempre un error que ha dado pie a tragedias”. Quizá sea esa la especificidad española.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona en 1980. Aprendió el oficio en la sección de Local de Madrid de El País. Pasó por las áreas de Cultura y Reportajes, desde donde fue también enviado a diversos atentados islamistas en Francia o a Fukushima. Hoy es corresponsal en Roma y el Vaticano. Cada lunes firma una columna sobre los ritos del 'calcio'.

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