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La maldición del exilio de los Borbones

Cuatro de los últimos seis monarcas de esta dinastía abandonaron España y tres de ellos acabaron falleciendo en el extranjero

Rey emerito Juan Carlos
El rey emérito Juan Carlos I, en el funeral de Constantino II de Grecia en la catedral metropolitana de Atenas el 16 de enero.STOYAN NENOV (AFP/Getty Images) (POOL/AFP via Getty Images)
Jesús Ruiz Mantilla

En España, ningún monarca, contando desde los Reyes Católicos, ha caído en el patíbulo. Pero a lo largo de la última dinastía, la borbónica, el castigo ha sido otro: el exilio. Carlos IV cedió el trono a Napoleón en 1808 y murió en Nápoles en 1819 sin que su hijo, Fernando VII, accediera a su deseo de pasar sus últimos años en España. Isabel II cayó por la Revolución Gloriosa y falleció en París en 1904. Alfonso XIII se marchó, dio paso a la II República y acabó sus días en Roma una década más tarde, en 1941, sin que Franco permitiera su regreso. En 2020, Juan Carlos I pactó su salida con su hijo para no ensombrecer su reinado tras la aparición de numerosos escándalos. Desde entonces fijó su residencia en Abu Dabi.

Allí vive, alejado de España, para tranquilidad de su hijo, Felipe VI. Sin embargo, no significa eso que en el palacio de la Zarzuela asuman con tranquilidad que también acabe sus días allí. ¿Morir en Abu Dabi? Mejor no. De hecho, ese factor representa una de las mayores preocupaciones del actual rey, Felipe VI: que su padre fallezca lejos del país en que reinó durante 40 años. Un dilema que encierra en sí una paradoja grave e inquietante para el hijo. Lo cuenta José Antonio Zarzalejos, biógrafo de quien es hoy jefe del Estado. “Para él, un rey que nazca y muera en España comporta un modo de entender su cometido con una carga de responsabilidad especial. El hecho de que cuatro de sus antecesores dinásticos hayan adoptado el camino del exilio y tres de ellos murieran fuera es para él, digamos, una especie de nube…”.

Zarzalejos evita el término maldición. Pero el desenlace se ha producido tantas veces que llega a caracterizar de forma muy marcada la historia de la institución en España en los últimos tres siglos: “No hemos ajusticiado a ningún rey”, asegura el periodista experto en la Corona, “pero el destierro ha sido un continuo histórico llamativo, que une a ello, además, otros factores. Por ejemplo, que quienes se van, antes abdican por diferentes razones”.

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La Zarzuela ha apuntado siempre que la decisión de salir de España fue tomada por Juan Carlos I y así lo rei­teran a EL PAÍS. Indican que el rey emérito lo hizo consciente de todas las consecuencias en una carta bastante clara fechada el 3 de agosto de 2020. Decía así: “Con el mismo afán de servicio a España que inspiró mi reinado y ante la repercusión pública que están generando ciertos acontecimientos pasados de mi vida privada, deseo manifestarte mi más absoluta disponibilidad para contribuir a facilitar el ejercicio de tus funciones desde la tranquilidad y el sosiego que requiere tu alta responsabilidad. Mi legado y mi propia dignidad como persona así me lo exigen. (…) Ahora, guiado por el convencimiento de prestar el mejor servicio a los españoles, a sus instituciones y a ti como rey, te comunico mi meditada decisión de trasladarme, en estos momentos, fuera de España”.

Zarzalejos insiste en que la posibilidad de una muerte en Abu Dabi es el mayor de los riesgos tras aquella decisión compartida. “En este momento es lo que más preocupa en La Zarzuela. Proyectaría una imagen muy anacrónica de la institución”.

Juan Carlos de Borbón jamás ha pensado que la Corona carga en sí un derecho divino. “La Monarquía existirá mientras sea útil”, ha proclamado varias veces. La frase encierra en su claridad una advertencia de la que no parece haber sido siempre consciente. De hecho, cobra ahora un sentido cargado de contradicciones, a juzgar por la última etapa de su reinado. Así lo creen algunos historiadores. ¿Cuáles han sido los factores, circunstancias, incluso incongruencias que han marcado su figura? ¿Qué explicación cuadra con la brillantez de su ascenso y el torpe descalabro de su caída?

“El hoy rey emérito, víctima de la adulación, pensó que podía poner sus placeres por encima de sus deberes
Paul Preston, historiador.

La dinastía borbónica ha mantenido con España y sus ciudadanos una verdadera historia de encuentros, nuevas oportunidades, desencuentros, fracasos y complicidades dignas de un psicoanálisis colectivo. Distintas razones y circunstancias empujaron a los cuatro predecesores de Felipe VI a salir. Pero el hecho es que todos ellos se vieron obligados a abandonar el país que rigieron. La misma solución para diversas situaciones.

¿Es el exilio el destino de un Borbón? “Respecto tanto a Carlos IV e Isabel II como a Alfonso XIII, difícilmente se podrían encontrar elementos positivos de una contribución a la historia de España semejante a la de Juan Carlos”, asegura su biógrafo Paul Preston. “Pero, a pesar de esa contribución única, base de la creación del denominado juancarlismo popular, algo que no existió nunca ni con Isabel II o Alfonso XIII, parece que el hoy rey emérito fue víctima de una adulación que le dio la impresión de que tenía derecho a poner sus placeres por encima de sus deberes”.

Preston sitúa el anticlímax posterior a los primeros años de reinado en la situación de normalidad democrática que comenzó a disfrutarse en España a raíz de la victoria de Felipe González, en 1982. “Con ello, la reputación del rey entró en línea de fuego”, escribe. “Al no tener ya que luchar día a día para defender el nuevo sistema, podía echar la vista atrás en su vida y reflexionar que todos los sacrificios merecían una recompensa”, comenta el británico.

No cree Ángel Viñas, historiador experto en el siglo XX español, que sobre los Borbones pese una maldición específica. Cada uno carga con sus pesos y sus propias decisiones. “Isabel II tuvo que exiliarse tras un reinado poco glorioso. Salió tras agotar a casi todos los españoles pensantes”, afirma. Alfonso XIII ensayó con la dictadura de Primo de Rivera —ahora que precisamente se acerca el aniversario de su huida —, remarca Viñas, autor de varios trabajos sobre el franquismo. Lo hizo, según dijo aquel rey, para no sumir a España en un conflicto. “Pero tardó pocos meses en amparar, desde el extranjero, la conspiración monárquica para reponerle en el trono”, asegura Viñas. En cuanto a Juan Carlos, “se ha ganado su salida a pulso”, afirma. “No por sus devaneos sentimentales, sino por sus experimentos en materia de enriquecimiento y evasión de impuestos”.

Isabel Burdiel, autora de una biografía sobre Isabel II y catedrática de la Universidad de Valencia, cree que los tres abandonos merecen una reflexión conjunta. “En primer lugar, en todos los casos se fuerzan esos exilios por movimientos ciudadanos, con el apoyo del ejército liberal en los dos primeros casos. Perciben que la Corona se ha alineado con una sola opción política, postergando a las demás y empujándolas, por lo tanto, a la acción insurreccional. En segundo lugar, existe una fuerte condena moral por la relación demasiado estrecha entre política y negocios encarnada en la Corona”, dice Burdiel.

Y, en tercer lugar, agrega la historiadora: “Todas las monarquías constitucionales han tenido sus crisis en este sentido”. El retroceso del poder político monárquico en favor de la posición simbólica ha sido un proceso largo y difícil en toda Europa desde el siglo XVIII, cree Burdiel. “Implica, necesariamente, para que la Monarquía sobreviva, dos aspectos estrechamente relacionados entre sí: la absoluta neutralidad política de la Corona y su alejamiento de cualquier conexión con la corrupción económica. La vida privada de los reyes debe adecuarse hoy a los criterios de moralidad básicos de la mayoría de la población”.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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