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Trabajar cansa
Columna
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Una cuestión de autoestigma

Están en auge las personas que se dedican a las fobias, a practicarlas o imaginarlas

Fobias
Una mujer mira su móvil en Atenas, Grecia, el pasado 22 de diciembre.Nikolas Kokovlis (NurPhoto via Getty Images)
Íñigo Domínguez

Tengo una amiga que cuando viaja hace acopio de sobres de azúcar para un familiar que los colecciona. La afición se llama, creo, glucobailantofilia (en griego cerrado, azúcar, envoltorio y amistad). Siempre me ha parecido un ejemplo asombroso de esas personas que se vuelcan en una filia. Pero están en auge las que se dedican a las fobias, a practicarlas o imaginarlas. Yo no sé cuántas han salido últimamente, las sacan como si fueran discos. Los coleccionistas de sellos no dan la brasa a los demás, van a lo suyo, pero los divulgadores de fobias son tendencia.

Creo que la universidad de Huxley ya tiene un posgrado de Detectores de Fobias, Marginalidades y Otras Discriminaciones Aún No Catalogadas de Nuestro Tiempo (DFMODANCNT, en siglas traducidas del inglés). Están ya por todas partes, infiltrando paridas. Sucede más o menos así. Estás un día comiendo, le tomas el pelo a alguien y te dice: “¿Sabes? Ya no te puedes reír de los que quitan lo blanco al jamón de York, que por cierto se llaman LQLBJDY”. Los que lo hacen, gracias a las redes, han descubierto que no están solos, que no son uno ni dos, se han emocionado, se han constituido, han creado un hashtag, son una fuerza viva. Cuanto más rebuscado es el matiz, más creen estar librando una batalla trascendental de la humanidad, ahí combatiendo como valientes en un repliegue de la realidad del que no se tenía noticia, creyendo que el mundo conspira contra ellos, cuando lo cierto es que ni habías reparado en su existencia. Pero es que es justamente eso lo que les fastidia. Si no, no tienen estigma. Es una cuestión de autoestigma.

Se mezclan causas justas con manías persecutorias, desvirtuando las primeras, y surgen etiquetas que debes memorizar para al menos saber que no es un nuevo impuesto, sean las personas afligidas por sus pecas (PAP) o los contrarios a la doble fila (CDF) o a los chistes de Lepe (JAARL). No es fácil mantenerse al margen. Haces como que no conoces esa nueva susceptibilidad para no admitir que estás al tanto de esas chorradas, pero a la tercera vez ya no tienes excusa, se ve que lo haces adrede, y no te corriges, y entonces es una cosa seria, ya no es por ese pequeño asunto, que es lo de menos, sino una cuestión de educación, de convivencia y, en definitiva, política. En fin, ya puedes ser fascista. Llegados a ese punto si alguien saca jamón de York se crea una tensión rara. Ya no se discutirá contigo, estás en una categoría con la que directamente no merece la pena hablar, pues es evidente que no respetas nada, ni a los gordos, ni a los flacos, ni el mismo acento de Murcia. En esta sociedad tan efervescente hay miles de burbujas chocando por asuntos menores. De hecho, me planteo inaugurar una, no sé, de los que no aguantan el tonillo de los locutores informativos de la tele.

¿Por qué nos dedicamos desde hace años a fundar tanto club exclusivo, tantos microgrupos? Es una feliz combinación de ensimismamiento y creer que salvas el mundo, siendo el más listo de clase. Facilita las cosas al mercado, nos vamos clasificando solitos, alimentando algoritmos. Salen artículos explicando lo que está bien y mal, impregnados de moralina. Cada vez echo más de menos la información adulta. La ciudad ya se podría dividir en casilleros por grupos de afines donde iríamos a dormir con nuestros congéneres, sin mezclarnos con los demás, y teniendo localizados al resto incluso de noche. Poderosas oleadas de fanatismo y memez se abaten sobre nosotros, a derecha e izquierda. Mucho ánimo. Feliz año.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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