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Trabajar cansa
Columna
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De José Antonio a las primeras heces

Por si acaso se trata de falta de lecturas, y para que no lleve a equívoco a los votantes y, aún peor, a parecer que un partido comparte cosas indefendibles, lo mejor es recordar lo que decía Primo de Rivera

El evento de VOX 'Viva 22', en Valdebebas (Madrid), el pasado 9 de octubre.
El evento de VOX 'Viva 22', en Valdebebas (Madrid), el pasado 9 de octubre.Europa Press News (Europa Press via Getty Images)
Íñigo Domínguez

Un grupo tecno-pop llamado Los Meconios interpretó el otro día en un festival de Vox una canción llamada Vamos a volver al 36. Hay cosas que mejor no decirlas ni en broma, pero viva la libertad de expresión. Menos se habló de algo más serio, pues creo que es la primera vez en décadas que el líder de un partido nacional reivindica a José Antonio Primo de Rivera. Pero es así como funciona ahora, se dejan caer cosas que el primer día asombran y, superada la primera vez, empiezan a colar como normales. Santiago Abascal dijo esto: “Andan a vueltas con que quieren sacar el cuerpo de José Antonio Primo de Rivera. Un hombre que antes de ser fusilado dijo unas palabras que a nadie pueden ofender: ‘Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles’”. Hombre Santiago, este señor dijo muchas otras cosas. Por si acaso se trata de falta de lecturas, y para que no lleve a equívoco a sus votantes y, aún peor, a parecer que su partido comparte cosas indefendibles, lo mejor es recordarlas. Ya casi nadie en España sabe nada de este señor, es lógico y saludable, pero ya que Abascal se ha puesto a citarlo, hay que citarlo bien.

José Antonio Primo de Rivera, admirador de Mussolini y los nazis, dijo muchas barbaridades, pero vamos a limitarnos al discurso de fundación de Falange, el partido fascista español, el 29 de octubre de 1933. Fue en el Teatro de la Comedia de Madrid, prueba de que lo que empieza como farsa puede acabar en tragedia. Sobre la democracia: “El ser rotas es el más noble destino de todas las urnas”. Y sobre sus planes, empezando por “que desaparezcan los partidos políticos”, concluye: “Si esto ha de lograrse en algún caso por la violencia, no nos detengamos ante la violencia. Porque, ¿quién ha dicho que la suprema jerarquía de los valores morales reside en la amabilidad? Bien está, sí, la dialéctica como primer instrumento de comunicación. Pero no hay más dialéctica admisible que la de los puños y de las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la patria” (Literatura fascista española, vol. 2, de Julio Rodríguez-Puértolas). Calificaba Falange como “antipartido”, una cosa muy actual: “Nosotros seríamos un partido más si viniéramos a enunciar un programa de soluciones concretas”. Mejor pocas ideas y muchas emociones, algo también de moda.

Falange, hasta 1936, tenía más matones que votantes, y cuando empezó la guerra se disparó su número de asesinos. Franco y Primo de Rivera no se soportaban, y el general no hizo nada para impedir su fusilamiento. Es más, como cuenta Paul Preston en su biografía del dictador, entorpeció los planes para salvarlo de la cárcel de Alicante. Luego se apropió de Falange y su parafernalia fascista, y se presentó como su sucesor, mientras casi fusila al sucesor real, Manuel Hedilla, que acabó entre rejas. En prisión, Primo de Rivera ya dijo ser partidario de una reconciliación nacional y sí acertó a ver lo que venía con esos golpistas “de desoladora mediocridad política”, apoyados por “el viejo carlismo intransigente, cerril, antipático; las clases conservadoras, interesadas, cortas de vista, perezosas; el capitalismo agrario y financiero”. Todo esto que vino después lo conocemos de sobra, y es enternecedor que Abascal se quede con lo mejor de cada casa y monte fiestas nostálgicas de disfraces, donde salen Los Meconios. Supongo que saben lo que es el meconio: los primeros excrementos del recién nacido, de células muertas y secreciones internas. Un nombre muy bien puesto para cantar este naciente neofascismo que tanto recuerda a sus padres.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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