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Cuatro ideas que los detractores de Vox pueden aprender de la Francia de Le Pen

El voto a la extrema derecha francesa crece desde hace treinta años. El filósofo Jacques Rancière lo atribuye a la política “ni de derechas ni de izquierdas” que lleva décadas en boga también en España y que solo beneficia a una de las dos partes

Abascal y Le Pen
El líder de Vox, Santiago Abascal, y la francesa Marine Le Pen, en Madrid, durante la cumbre "Defender Europa", en enero de 2022.Alain ROBERT (Alain ROBERT/SIPA/Shutterstock)
Braulio García Jaén

A las tres décadas de crecimiento económico, pleno empleo, reducción de las desigualdades y desarrollo del Estado del bienestar posteriores a la II Guerra Mundial se las llama en Francia los “treinta gloriosos”. El último libro del filósofo Jacques Rancière se titula, en cambio, Les trente inglorieuses (La Fabrique) y trata de tres décadas ingloriosas, desde la caída del imperio soviético en 1991 al asalto al Congreso americano en 2021. Al hilo de ese tiempo, el libro aborda el fracaso del “fin de la historia” que lo enmarcaba y que ha sido desmentido por la vuelta del “arcaísmo” de las guerras étnicas y el fanatismo religioso y por la negativa a aceptar el resultado electoral por parte del presidente de “la democracia más poderosa del mundo”. Y en Europa, desmentido sobre todo por cómo en estos años “los partidos de extrema derecha tomaban el centro de la escena”. Mañana, las elecciones andaluzas y la segunda vuelta de las legislativas francesas podrían constituir otro hito en ese sentido.

El décalage histórico entre el auge del movimiento que Le Pen encabeza en Francia y el de Vox en España permite leer la obra del francés Rancière como anticipación. A pesar del décalage, ambos han compartido el mismo clima político. El fin de la historia, profetizado por Francis Fukuyama en 1992 y que traducía el sentimiento ampliamente compartido de que “las ideologías” eran cosa del pasado: “Entrábamos en la edad del realismo en el que la consideración desapasionada de los problemas objetivos engendraría un mundo apaciguado”, recuerda Rancière. De Trump a Putin, se ha hecho evidente todo lo contrario.

Políticamente, el investigador Jacques Rancière (Argel, 82 años) trabaja con dos ideas originales. La idea de la igualdad de las inteligencias, vista no como un objetivo a lograr, sino como el punto de partida de la emancipación, lo cual lo aleja de la tradición, tan de izquierdas, que vive de explicar a los explotados las leyes de la explotación. Y la idea del “consenso” como disolvente político: no la idea de que hay que entenderse, sino “la idea de que tenemos que consentir porque las cosas son como son y no hay otra manera de hacerlas”. Nada es inevitable, dice por correo electrónico Rancière, “pero la situación actual nos muestra con bastante claridad que el resultado del consenso es la producción de una alteridad inconciliable”.

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Vox representa la versión española de esa producción de inasumibles. Estas cuatro ideas de Rancière sirven de aviso.

1. Consenso exclusivo. La extrema derecha ha proliferado porque los partidos de izquierda se han sometido al no alternative de la ortodoxia económica neoliberal, según Rancière. El Frente Nacional dio el primer campanazo electoral en 1988, el año en que el socialista François Mitterrand renovó su presidencia renunciando a toda promesa de cambio. El fundador del FN, Jean-Marie Le Pen, obtuvo cuatro millones de votos con el lema “Francia para los franceses”. Allí donde lo político desaparece, escribió entonces Rancière en una de sus obras, “donde el partido de los ricos y el partido de los pobres lo único que dicen aparentemente es lo mismo —­modernización— (…) lo que se manifiesta con claridad no es el consenso, sino la exclusión”; “el reagrupamiento para excluir”. El pasado abril, 34 años después y rebautizado el partido como Reagrupamiento Nacional, su candidata, Marine Le Pen (hija), obtuvo frente al presidente, Emmanuel Macron, alias “ni de derechas ni de izquierdas”, más de 13 millones de votos. Para Amador Fernández-Savater, que apoyándose en las ideas de Rancière ha analizado la coyuntura española, “Vox no es lo otro de la cultura consensual, sino la radicalización de la amenaza: o esto o el caos”, dice remitiéndose a su análisis en La fuerza de los débiles (Akal, 2021).

2. El racismo del antirracismo. La experiencia francesa muestra cómo políticos, periodistas, intelectuales y expertos han contribuido con su antirracismo a la difusión del racismo. Rancière sistematizó esa vía, involuntaria, en un artículo satírico titulado ‘Siete reglas para ayudar a la difusión de las ideas racistas’: “Lo importante es que se hable continuamente de [las ideas racistas], que fijen el marco permanente de lo que vemos y oímos”, afirmaba. Se trata, decía irónicamente, de asegurar un triple efecto: “Primero, las ideas racistas deben banalizarse por su difusión incesante; segundo, deben ser constantemente denunciadas para conservar al mismo tiempo su poder de escándalo y de atracción; tercero, dicha denuncia debe en sí misma aparecer como una demonización, que se reprocha a los racistas por decir una evidencia banal”; por ejemplo, “que el portero de la selección de Francia tiene la piel negra”. El artículo se publicó en Le Monde… en 1997. El lector familiarizado con internet, y su facilidad para replicar mensajes, sabrá adaptarlo a la actualidad.

3. Clasismo democrático. Quienes pretenden luchar contra la ultraderecha sin rascar la superficie del consenso político-económico acuden a teorías sobre su ascenso que no suelen mejorar las cosas. Empezando por el racismo, lo achacan a las clases sociales desfavorecidas por la modernización económica, los atrasados del progreso, los petits blancs, etcétera. En español no hay aún un término equivalente a ese petits blancs que, como el white trash anglosajón, identifica al obrero blanco arrinconado por minorías étnicas, pero la teoría del miserabilismo del voto a la ultraderecha que atribuye su ascenso a los pobres resentidos forma parte del paisaje español. Esos discursos, según Rancière, acaban por “mostrar que los antirracistas tienen, a la hora de estigmatizar a los ‘atrasados’ racistas, los mismos reflejos que ellos respecto de las ‘razas inferiores’ y por confortar así a esos ‘atrasados’ en su doble desprecio por las razas inferiores y por los antirracistas de los barrios acomodados que pretenden darles lecciones”. “Por supuesto, esto no quiere decir que no haya ninguna relación entre el voto a la extrema derecha y la agravación de las situaciones económicas y sociales”, aclara Rancière por correo. “Pero lo que le ha permitido a la extrema derecha traducirlo a su lenguaje es el hundimiento de los partidos de izquierda, que eran históricamente los llamados a traducir esa situación y oponerse a ella”.

4. La pasión por la desigualdad. El discurso y ascenso de la extrema derecha, el de Vox como el de Trump, no puede analizarse solo en términos de resentimiento, sino que proponen una imagen en la que sus votantes gustan reconocerse. La izquierda, ahondando en su visión sociológica de la política, tiende a explicar el auge por la ignorancia (falta de estudios) o la desesperación (económica). “Hay un pseudomaterialismo que ignora que la esfera política es la esfera de las pasiones antes incluso que la de los intereses”, añade Rancière . “Igualdad y desigualdad no solo representan magnitudes. Son pasiones”, señala. “La pasión a la que Trump se dirige no es ningún misterio, es la pasión de la desigualdad, la que permite a los ricos y a los pobres encontrar una multitud de inferiores sobre los que mantener a cualquier precio su superioridad”, se lee en Les trente... ¿Quién parte hoy de la igualdad?

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Sobre la firma

Braulio García Jaén
Es periodista en el suplemento dominical Ideas, y autor de 'El confidente y el terrorista' (Ariel, 2022) y 'Justicia poética' (Seix Barral, 2010), por cuyo proyecto obtuvo el Premio Crónicas Seix Barral de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano en 2007. Máster de Periodismo UAM/El País y Posgrado en Política y Sociología (UCM).

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