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Ideas
Columna
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Las ideas que inspiran a los gurús de Silicon Valley

La herencia de Rand pervive en ese fenómeno, mezcla de capitalismo y contracultura, de los pioneros tecnológicos

Ayn Rand
El presidente Gerald R. Ford, la madre de Alan Greenspan, Rose Goldsmith (de espaldas), Alan Greenspan, la escritora Ayn Rand y el marido de Rand, Francis O'Connor en el Despacho Oval, en Washington, el 4 de septiembre de 1974.David Hume Kennerly (Getty Images)
Ignacio Peyró

No sabemos hasta qué punto Malebranche vivió según la filosofía de Malebranche, y entre el Marx hombre y el Marx pensador hubo de seguro algunas discrepancias: si la congruencia entre vida y doctrina fuera un valor absoluto, Ayn Rand, en cambio, bien podría disputarle el podio a Agustín de Hipona. No en vano, la vida de Ayn Rand parece salida de una novela de la propia Ayn Rand: una novela que contaría —en las generosas paginaciones de la autora — el choque con el colectivismo en la Unión Soviética y el triunfo en una sociedad, la americana, cuyo libre mercado podía premiar el mérito individual.

Y su mérito, tras años de periferia intelectual y trabajos ganapanes, fue de escala heroica. Quizá, de igual modo que cierto existencialismo tuvo siempre algo boulevardier, en Rand hay un arraigo tan americano que solo con dificultad se ha logrado trasplantar a otras partes. Americana fue la dimensión de su éxito en el momento de los primeros medios de masas. Americano fue su entronque con un cierto espíritu pionero propio de la nacionalización del país, con unas clases medias que legitimaban en su obra un ideal de prosperidad prometida. Su propia historia de rags-to-riches filosófica, de mujer hecha a sí misma, parecía una parábola de la felicidad a la americana. Y, a la vez, todos estos rasgos han contribuido a que se la considere como una planta invasora en el jardín de la filosofía académica: una doña nadie que publica novelas y no tratados, que avienta sus ideas por quioscos y no por cátedras, y que cuenta con seguidores y no con estudiosos. Ha ocurrido con alguna frecuencia: pienso en Rudolf Steiner. Pero Rand no solo era la filósofa de quien jamás hubiera pensado en leer filosofía: sus libros —con lectores convertidos en devotos— han sido, a veces, el refugio de quienes ya no juzgaban necesario leer otros. Digamos en su favor que ser la intelectual de cabecera de Trump hubiera quemado cualquier reputación.

Hay algo en Rand que parece floración de un cierto siglo XX, en el marco de un rearme ideológico que, junto a los esfuerzos de otros pensadores —me acuerdo, tan distinto, de Reinhold Niebuhr—, quiso detener el avance de los planteamientos colectivistas como Burke había detenido el avance de los planteamientos revolucionarios en la antigua metrópoli. Pero hay otros rasgos randianos que no solo se proyectan, sino que parecen haber llegado a plenitud ya en el siglo XXI. Más allá del estupor que siempre causa una derecha no conservadora —y ahí está lo que pensaba Rand del aborto, los ejércitos o las drogas—; más allá de un libertarismo de difícil traslación a la política dura de los partidos y las Cámaras legislativas, la herencia de Rand pervive en un fenómeno que ha dado forma a nuestro mundo. En concreto, esa economía de pioneros del garaje —Apple, Microsoft, Tesla…— que mezclaron capitalismo y contracultura.

Hoy somos ajenos al miedo al colectivismo que recorre las páginas de Rand para darle una respuesta desde la voluntad del individuo: si su lucha es tan fiera, compensa recordar que el colectivismo —el comunismo— fue la tentación intelectual de tantos de su época, y explica en parte su desinterés por cualquier tradición comunitarista. Encerrar a Rand en la categoría de autoayuda para emprendedores, en todo caso, parece injusto, como siempre será objeto de controversia dirimir si en su compromiso con el libre mercado estaban contempladas sus disfunciones: no fue casualidad que se la mencionara tanto en la crisis financiera como en las manifestaciones del Tea Party. Véase, en todo caso, un rasgo hermoso —inspirador se dice hoy— en Rand. Ante el colectivismo, Orwell sella dos finales funestos en 1984 y Rebelión en la granja; Rand llama al despertar de Atlas. Uno no vería cómo, pese a todo, lo que llamamos mundo libre vencería al colectivismo; la otra murió cuando le iba ya ganando el pulso. En todo caso, la lección de la posguerra en Europa es que uno puede ser héroe randiano y querer sanidad pública.

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Sobre la firma

Ignacio Peyró
Nacido en Madrid (1980), es autor del diccionario de cultura inglesa 'Pompa y circunstancia', 'Comimos y bebimos' y los diarios 'Ya sentarás cabeza'. Se ha dedicado al periodismo político, cultural y de opinión. Director del Instituto Cervantes en Londres hasta 2022, ahora dirige el centro de Roma. Su último libro es 'Un aire inglés'.

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