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Ideas
Columna
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La Tierra, activo financiero

La alimentación es hoy, menos que nunca, 
un derecho garantizado; 
es una materia prima

Mujeres tamizan el trigo en un campo cerca de Segou, en el centro de Malí, en enero de 2013.
Mujeres tamizan el trigo en un campo cerca de Segou, en el centro de Malí, en enero de 2013.Jerome Delay (AP)
Joaquín Estefanía

Tras mantener una conversación telefónica con Putin, Mario Draghi multiplicó la inquietud: se avecina una crisis alimentaria de “proporciones gigantescas”. Corroboraba las palabras previas del secretario general de la ONU, António Guterres: “Los precios de los alimentos no han sido nunca tan altos, afrontamos hambre a una escala sin precedentes”. Las consecuencias de la guerra de Ucrania, que afecta a dos gigantes de la producción de cereales y de fertilizantes como son Rusia y la propia Ucrania, han recaído sobre una industria, la agroalimentaria, caracterizada por la oligopolización y la financiarización de las empresas que en ella participan.

Estos dos rasgos favorecen que los alimentos, y la propia tierra que los produce, sean considerados materias primas, activos financieros de naturaleza parecida, por ejemplo, a los metales o el petróleo. El trigo, como el oro o el cobre. La alimentación es hoy, menos que nunca, un derecho garantizado y su evolución depende, ante todo, de la especulación financiera y de los mercados de futuros. Las hambrunas o la sobreproducción, la carestía o la escasez remiten a situaciones que no tienen que ver, en primera instancia, con la oferta y la demanda.

En su informe Beneficiarse del sufrimiento, la organización no gubernamental Oxfam aborda lo que está sucediendo hoy en el sector alimentario: los precios mundiales de los alimentos se dispararon un 33,6% durante 2021 (antes de la invasión rusa) y se prevé que vayan a aumentar un 23% en 2022. En marzo pasado se produjo el mayor aumento del precio de los alimentos desde que la ONU comenzó a registrar este tipo de datos en 1990.

En un lado de la escala está la desigualdad con la que se afronta este problema: la población de los países de renta baja destina más del doble de ingresos a la compra de alimentos que la de los países ricos. Y tanto en los países ricos como en los pobres, los ciudadanos de menores ingresos dedican una proporción mucho mayor de sus emolumentos a la compra de alimentos. En el otro extremo figuran los beneficios de las grandes empresas y las familias milmillonarias que controlan la mayor parte del sector en cuestión (producción, distribución y consumo), que se han disparado. La riqueza conjunta de los milmillonarios del segmento alimentario y agroindustrial se ha incrementado en 382.000 millones de dólares (un 45%) en los últimos dos años.

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La oenegé destaca, entre otras, la historia de la dinastía Cargill, con intereses en la industria alimentaria, el transporte, las finanzas, la cosmética, la energía o el sector farmacéutico. Cargill es uno de los mayores gigantes de la alimentación a escala global, además de una de las mayores empresas privadas del mundo. En 2017 fue identificada como una de las cuatro sociedades que controlaban más del 70% del mercado global de materias primas agrícolas. Según Bloomberg, Cargill no es la única empresa que se está enriqueciendo a costa de la escasez de alimentos y la volatilidad de los mercados. Uno de sus competidores, la firma de comercio agrícola Louis Dreyfus Co., comunicó hace unas semanas que sus beneficios se habían incrementado un 82% el pasado año, debido principalmente a las fluctuaciones de los precios de los cereales y los importantes márgenes en semillas oleaginosas.

A las características estructurales de la industria alimentaria y a las secuelas de la guerra (alteración de los flujos exportadores y crecimiento exponencial de los costes energéticos) se les han unido, en una suerte de tormenta perfecta, los efectos estructurales de la emergencia climática (inundaciones en Asia, sequía en África) y la reacción cortoplacista de algunos países (más de 50) que han establecido controles y barreras proteccionistas a la exportación de alimentos y fertilizantes, o han acumulado reservas de estos productos haciéndolos más escasos.

En condiciones de “normalidad”, cada día morían de hambre en el mundo alrededor de 20.000 personas. Más de tres meses después de iniciada la guerra de Ucrania, el número de personas en inseguridad alimentaria crece de modo alarmante, y el hambre deviene, como antaño, en protagonista de la vida pública.

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