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ENSAYOS DE PERSUASIÓN
Columna
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La escasez de componentes favorece la relocalización. Es ‘Los lunes al sol’ al revés

Joaquín Estefanía
Contenedores en el puerto de Busan, en Corea del Sur.
Contenedores en el puerto de Busan, en Corea del Sur.Bing somsak (Getty Images/iStockphoto)

A principios de la pandemia, en el primer semestre de 2020, Europa se dio cuenta de que no disponía de —no fabricaba— algunos de los productos estratégicos para combatirla (mascarillas, respiradores…). Ahora, los cuellos de botella de la logística mundial sorprenden a Occidente con la escasez de miles de componentes de utilización cotidiana, y se manifiesta de repente su fragilidad económica. Una mayoría de los bienes que se producen en el mundo lo hacen en muy pocos sitios, y a distancia de los mercados europeo y americano. La cuestión que se plantea es si se fue demasiado lejos en la deslocalización y en la desindustrialización. Occidente se siente hoy inseguro.

La deslocalización es un concepto muy ligado a la globalización. El economista Branko Milanović ha hecho un balance de la última, en términos de ganadores y perdedores. Hay unos beneficiarios obvios: en 9 de cada 10 casos son ciudadanos de las economías asiáticas emergentes, principalmente de China (la fábrica del mundo), India (el laboratorio farmacéutico del planeta), Tailandia, Vietnam, Indonesia, etcétera. Los ganadores de la globalización no son los ciudadanos más ricos de esos países (que ya estaban antes en una posición muy alta en la distribución del ingreso mundial); son las personas que están en la media de la distribución de su propio país, la “clase media emergente del mundo”.

El contraste entre las dos clases medias, la de los países ricos y la de los países en vías de desarrollo, ilustra una de las cuestiones políticas más importantes de la actualidad: si las ganancias de las clases medias asiáticas están relacionadas con las pérdidas de las clases medias y bajas en el mundo rico, y si el estancamiento de los ingresos y los salarios en Occidente es el resultado del éxito de las clases medias de Asia. La estructura social mundial tendría ahora la forma de una “S” recostada, la célebre “curva del elefante”.

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La película Los lunes al sol (2002), de Fernando León de Aranoa, trata de la deslocalización de un astillero de una ciudad del norte de España a Corea del Sur. La deslocalización, en general, trasladaba las operaciones de una empresa a un país que presentaba condiciones más favorables, porque los costes laborales eran más bajos, pero también por jornadas de trabajo leoninas, regulaciones laxas del mercado de trabajo, facilidades de producción (energía, fiscalidad, seguros…), logísticas y de transportes, y menor cuidado ambiental. Y en muchos casos, como el de China, por tener un desarrollo tecnológico adecuado a pesar de la utilización intensiva de mano de obra. En definitiva, se buscaba reducir todo tipo de costes, producir más barato y poder vender los bienes (y servicios) a un precio suficientemente bajo para poder hacer frente a la competencia, cada vez más agresiva.

Al menos desde el inicio de la Gran Recesión en 2008, las cosas empezaron a cambiar: en los países desarrollados los costes laborales se estancaron o bajaron, producto de la devaluación salarial aneja a las políticas de austeridad, mientras que China et alii comenzaron a subir los salarios, en muchos casos fruto del despertar sindical. Si a ello se le une la guerra comercial que ha implantado aranceles a numerosos productos, y el incremento de los precios de los fletes, a muchas empresas ya no les salen los números para continuar la deslocalización, y han iniciado el camino opuesto: la relocalización al país de origen, o al menos el acercamiento a otros países.

Este cambio está favorecido en algunos casos por las declaraciones de los gobernantes de los países occidentales, preocupados por la ausencia de industrias básicas. De aquí sale el “America first!” (¡América primero!) de Trump, que ha sido seguido por Biden: cuando los bienes se producen, se comercializan y se consumen en el país de origen —lo que mejora la economía interna— se da más oportunidades a la protección del medio ambiente y se evita el transporte de grandes distancias.

El tiempo dirá si la relocalización se generaliza y, sobre todo, si supone un paso atrás en la globalización, hacia un cierto nacionalismo económico.

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