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Trabajar cansa
Columna
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Cielos, una agresión híbrida

Denunciar que Bielorrusia pisotea los derechos humanos y que luego Polonia se pase por el forro la Convención de Ginebra, cazando inmigrantes por el bosque para echarlos del país, queda un poco raro

Migrantes en la frontera entre Bielorrusia y Polonia, el 10 de noviembre de 2021.
Migrantes en la frontera entre Bielorrusia y Polonia, el 10 de noviembre de 2021.Leonid Scheglov (via REUTERS)
Íñigo Domínguez

En un palacio de Palermo hay un fresco del Quattrocento muy impresionante, se llama El triunfo de la muerte. En él aparece un siniestro esqueleto a caballo arramplando con todo. Nobles, burgueses, mendigos, sus flechas alcanzan a todos, no se libra nadie. Es una idea descorazonadora con un origen epidémico: la peste negra. Llegó a Europa en 1347, con un barco genovés que venía de Oriente, atracó en el puerto de Mesina e importó una bacteria que hasta entonces era una rareza de las ratas mongolas. Hasta ese momento, el mundo tenía cierto sentido. Dante había colocado ordenadamente en el paraíso, el purgatorio o los círculos del infierno a todo hijo de vecino, según lo que había hecho o dicho. Pero la peste no se andaba con miramientos, no distinguía. Algo de esto nos ha pasado, también creíamos tener todo bajo control. Ahora bien, hay cosas que no cambian. Entonces les echaron la culpa a los judíos, aunque también les dio por autoflagelarse, para que Dios se apiadara de la humanidad. Hoy casi todos nuestros males son culpa de los inmigrantes, pero ya les pegamos los mamporros a ellos, que sale más a cuenta. Nos asustan tanto que ya es la nueva arma maléfica contra Occidente. Miren la frontera entre Polonia y Bielorrusia, con una muchedumbre de temibles adultos y niños muertos de hambre y frío. La Unión Europea se ha inventado un concepto encantador: no es pobre gente, eso obligaría a alguna reacción humana, no, forman parte de un plan y esto es una “agresión híbrida”, y entonces estas personas ya no se sabe bien qué son, una especie de torpedos humanos o extras de un reality geopolítico. Todos entendemos lo que quieren decir los dirigentes de la UE, y estas personas no están ahí porque sí. Están siendo utilizados y detrás hay un diseño mezquino y deleznable, pero qué esperaban de un dictador bielorruso bigotudo. Lo que uno espera luego de la UE es que no se ponga a la misma altura, inventándose esos palabros, borrando los seres humanos del paisaje. Porque denunciar que Bielorrusia pisotea los derechos humanos y que luego Polonia se pase por el forro la Convención de Ginebra, cazando inmigrantes por el bosque para echarlos del país, queda un poco raro.

Lo interesante es ver cómo nos conocen estos Estados autoritarios y escasamente democráticos, cómo leen nuestras contradicciones, lo tontos que les debemos de parecer. Lo que nos asusta son los pobres, no queremos verlos ni sabemos qué hacer con ellos. Pones unos inmigrantes a la puerta de un país europeo y todos los demás empiezan a pasar de él, es un problema suyo. A su vez, los energúmenos fascistoides de ese país y los demás comienzan a sacar pecho. Todos los troles y agentes enemigos deben de tener un post-it en el ordenador con un esquema: gente asustada + inmigrantes + populismo = extrema derecha y democracia en crisis. Con esa simple fórmula se pueden hacer maravillas. ¿Se imaginan una reunión de los servicios secretos de los malos? “¡Lancemos 1.000 inmigrantes sirios en paracaídas en el centro de Madrid!”. Deben de pensar que está chupado desestabilizarnos.

Modestamente, tengo una propuesta, también híbrida: abrir una autoescuela en la frontera polaca. Sí, sí, podrían coger a esos 4.000 iraquíes que están en la frontera bielorrusa y darles un cursillo de camioneros, porque ¿no habíamos quedado en que nos hacen falta 400.000, 100 veces más? Es más, casi estaríamos deseando que hubiera efecto llamada. Aunque entonces dejarían de mandárnoslos, para fastidiar. Cómo nos marean.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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