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Ideas
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Gutiérrez Mellado, el hombre que transformó las Fuerzas Armadas

El general Gutiérrez Mellado encajó el Ejército franquista en el sistema democrático. El historiador Fernando Puell de la Villa lo recuerda, 25 años después de su muerte

El vicepresidente primero del Gobierno, Manuel Gutiérrez Mellado, a la derecha, con gafas, en el cincuenta aniversario de la fundación de la Academia General Militar en Zaragoza (1977).
El vicepresidente primero del Gobierno, Manuel Gutiérrez Mellado, a la derecha, con gafas, en el cincuenta aniversario de la fundación de la Academia General Militar en Zaragoza (1977).EFE

Manuel Gutiérrez Mellado emprendió una modernización y reforma de vital importancia hace más de 40 años. El general, vicepresidente primero del Gobierno para Asuntos de la Defensa y ministro de Defensa durante la Transición, puso los cimientos que hicieron posible la espectacular transformación de las Fuerzas Armadas tras el franquismo y es el responsable de que hoy, pese a problemas coyunturales, España disponga de un Ejército más organizado y más eficiente que nunca. Este 15 de diciembre es el 25º aniversario de su muerte.

Gutiérrez Mellado no tenía vocación política, ni ambicionaba entrar en el Gobierno. Pero el encantador de serpientes que era Adolfo Suárez se cruzó en su camino y le convenció de que la modernización de las Fuerzas Armadas podría impulsarse con más eficacia desde la vicepresidencia primera para Asuntos de la Defensa. Esta vicepresidencia había sido creada a instancias del propio rey Juan Carlos para acometer la difícil tarea de encajar la institución militar en el futuro sistema democrático, pues la postura que pudieran adoptar las Fuerzas Armadas era todavía una incógnita e inquietaba —con razón— a quienes se disponían a introducir cambios de envergadura en el aparato estatal.

Poniendo a un general como vicepresidente primero del Gobierno, el Rey y Suárez buscaban un doble objetivo político: garantizar a la sociedad que el tránsito a la democracia sería pacífico y ordenado, y hacer patente a los militares que el desmantelamiento del llamado “régimen del 18 de julio” se haría conforme a lo previsto en la propia legislación franquista.

Gutiérrez Mellado, por su parte, tenía sus propios objetivos. Uno obsesivo para él: evitar por todos los medios a su alcance que el proceso de democratización reviviese el fantasma de las dos Españas y que la división de los españoles reprodujera la guerra civil. Y otro militar: modernizar la estructura, organización y financiación de las Fuerzas Armadas, de forma que el Ejército nacido de la victoria de 1939 no solo no obstaculizara el proceso, sino que lo interiorizara y apoyara.

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Los objetivos de Suárez y de Gutiérrez Mellado se cumplieron con creces, aunque no sin un elevado coste para ambos. Las Fuerzas Armadas, representadas por sus mandos superiores, respaldaron la Ley para la Reforma Política y asumieron la Constitución. Los graves sucesos del invierno de 1977 —dos secuestros a manos del GRAPO, el asesinato de cinco abogados laboralistas de la calle de Atocha, la muerte de un joven por disparos de un ultraderechista y la muerte de otra joven por un bote de humo de la policía antidisturbios— no generaron violentos enfrentamientos sociales, como pudo haber ocurrido. Las primeras elecciones generales se celebraron sin que las ensombreciera ni uno solo de los incidentes de orden público que tan habituales habían sido en todas las anteriores, tanto en las diez del reinado de Alfonso XIII como en las tres de la República. E incluso los dos conatos de golpe de Estado, el de 1978 y el de 1981, se neutralizaron con sorprendente facilidad. El resultado final, tan celebrado dentro y fuera de España, fue que el tránsito a la democracia llegó a buen término, la sociedad dejó de sentirse amenazada y la clase política, de verse tutelada por el denominado poder militar.

El otro objetivo de Gutiérrez Mellado, la modernización de las Fuerzas Armadas, también se cumplió en la medida de lo posible —dispuso de tiempo limitado para abordar una reforma que suponía adecuar una institución anclada en el pasado a los paradigmas vigentes en las potencias occidentales más desarrolladas—: unas Fuerzas Armadas ajustadas a la realidad política, económica y social de la España de cada momento, sin que generaran tensiones, que estuvieran subordinadas al poder político e integradas en la sociedad, muy profesionalizadas, y que fueran prestigiosas nacional e internacionalmente.

Decía antes que la consecución de estos objetivos no estuvo exenta de costes para Suárez y para Gutiérrez Mellado. Y este último fue quien más sufrió. Su decidido alineamiento con la reforma política le situó enfrente del poderoso sector renuente a la liquidación del franquismo. Sector sin apenas apoyo popular y que, como ocurriera durante la Segunda República, necesitaba que las Fuerzas Armadas se opusieran al cambio para mantener su privilegiado estatus. Y la forma de conseguirlo fue erosionar y desprestigiar la figura del militar que simbolizaba la sintonía de los ejércitos con el pacífico tránsito hacia la democracia, valiéndose para ello de cualquier medio, incluso el insulto personal, la descalificación profesional y la agresión física.

Gutiérrez Mellado impulsó su última iniciativa personal cuando ya era un simple jubilado: crear, prácticamente desde la nada, la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), cuya meritoria labor fue decisiva en un tiempo en que la heroína causaba miles de muertes y de tragedias familiares, y en que la drogadicción sólo se combatía por la vía penal. Su pretensión era ayudar a los jóvenes y adolescentes a superar la atracción de la droga y apoyarlos moralmente para tener la valentía de rechazarla, sin limitarse meramente a paliar sus efectos o a reprimir su tráfico, distribución y consumo. ¿Cómo no recordar hoy, al conmemorar el 25º aniversario del fallecimiento de Gutiérrez Mellado, aquellas pegatinas del “No, gracias” o el estremecedor anuncio televisivo en el que un adolescente gritaba “¿Papá?”. ¡Cuántos padres y madres y, sobre todo, cuántos hijos e hijas tomarían conciencia del problema y acudirían a la FAD en busca de ayuda gracias a aquel general, hoy en día apenas conocido!

A la hora de hacer un retrato personal del general Gutiérrez Mellado, acudiría a Machado para decir que fue “un hombre, en el buen sentido de la palabra, bueno”. Siempre afable, cortés, sobrio, sencillo, rayano incluso en la modestia e intachablemente honesto. En suma, una persona admirable, que trataba a todos por igual, independientemente de su rango, y que a todos escuchaba con atención y paciencia, en el trabajo y fuera del trabajo, sin abdicar de los principios que profesaba y que defendía con vehemencia. En los puestos que desempeñó nunca pasó inadvertido y cuantos tuvimos el privilegio de tratarle le considerábamos inteligente y perspicaz, con gran intuición para el análisis, talento para programar y capacidad de decisión. No se le debe recordar solamente por su valiente actitud en el 23-F. Se le debe recordar principalmente por su entrega al servicio de España y de los españoles durante toda su vida, y muy especialmente durante los años en que, a la vera de Adolfo Suárez, hizo cuanto estaba en su mano para que transitáramos pacíficamente de la dictadura a la democracia.

Fernando Puell de la Villa, coronel retirado, es presidente de la Asociación Española de Historia Militar (ASEHISMI), profesor de Historia Militar en el Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado de la UNED y autor, entre otros libros, de la biografía ‘Gutiérrez Mellado y su tiempo: 1912-1955’ (Alianza Editorial).

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