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punto de observación
Columna
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Elegir estereotipos

Lo progresista no debería ser abolir la realidad, que es diversa, no neutra, sino que esa diversidad sea irrelevante ante la ley

Las mujeres sostienen una pancarta con palabras feministas durante una manifestación por el Día Internacional de la Mujer el 8 de marzo de 2020 en Santander, España.
Las mujeres sostienen una pancarta con palabras feministas durante una manifestación por el Día Internacional de la Mujer el 8 de marzo de 2020 en Santander, España.Celestino Arce (NurPhoto via Getty Images)
Soledad Gallego-Díaz

El miércoles próximo finaliza el plazo de consulta pública abierto por el Ministerio de Igualdad antes de poner en marcha la elaboración de una ley para “la igualdad plena y efectiva de las personas trans”. El proyecto legislativo hubiera pasado inadvertido en mitad de los muchos problemas sociales causados por la pandemia si no fuera por un documento firmado por un grupo de feministas “históricas” que ha llamado la atención sobre los problemas que puede acarrear, al provocar una confusión entre sexo y género y propiciar, seguramente sin proponérselo, la perpetuación de estereotipos, presentándolos como una opción elegible.

Desde 2007 una ley permite en España rectificar el sexo, hombre o mujer, que figura en el Registro sin necesidad de someterse previamente a cirugía. Se exige, eso sí, acreditar lo que se denomina “disforia de género”, mediante informe de un médico o de un psicólogo, y someterse al menos durante dos años a un tratamiento (hormonal) “para acomodar las características físicas a las del sexo reclamado”. Igualmente se excluye la posibilidad de que los menores accedan a ese mecanismo. Una sentencia posterior del Constitucional consideró que debería autorizarse siempre que se tenga en cuenta si existe “suficiente madurez” del menor y una “situación estable de transexualidad”, además del informe psicológico.

La nueva ley, según lo adelantado por el Ministerio de Igualdad, pretende establecer procedimientos rápidos, “basados en la autodeterminación”, para cambiar el nombre y el sexo registrado de las personas transgénero en los certificados de nacimiento, DNI, pasaportes o certificados educativos, y la plena igualdad de las personas trans “en los ámbitos sanitario, educativo, laboral, penitenciario o deportivo”. Es decir, se plantea la llamada “autodeterminación de género”, y basta con que cualquier persona exprese su sentimiento para que se produzca ese cambio a efectos legales, sin ningún elemento objetivable.

Las feministas que llaman la atención sobre los problemas que puede plantear dicha ley y que piden un debate más sosegado y amplio no necesitan acreditar su compromiso con la defensa de los derechos humanos. Han dado sobradas prueba de ello a lo largo de sus vidas. Comparten la lucha contra la discriminación de las personas transexuales. Lo que plantean, con razón, son problemas distintos, derivados de la “autodeterminación”. Unos, de efectos prácticos: personas que biológicamente son hombres y que no han acomodado su aspecto físico, cumpliendo condena en cárceles de mujeres; deportistas que muestran un desarrollo muscular correspondiente con su estado hormonal compitiendo con otros que no disponen de ese desarrollo físico; desaparición de las cuotas, ya que las plazas reservadas a mujeres pueden ser ocupadas por personas que conserven su aspecto masculino pero se declaren a sí mismas como tal; menores que sin asesoramiento psicológico se sometan a cambios sin rectificación posterior…

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Las feministas han luchado durante años no por cambiar de sexo, sino por lograr que desaparecieran los estereotipos de género, que son los que jerarquizan los sexos. La “autodeterminación de género” que quiere recoger la nueva ley no pretende acabar con esos estereotipos, sino que profundiza en ellos al considerar el sexo mujer algo banal y el género (en el que se las socializa como sujetos de discriminación) algo voluntario, propio del reino de los sentimientos. Inquietante es también la idea de que las leyes regulan sentimientos, cuando regulan acciones.

Hacer desaparecer la noción de sexo biológico no acabará con los problemas que padece la transexualidad, pero ayudará a invisibilizar a las mujeres. Necesitamos impedir que se nos relegue de nuevo en un mundo en el que, de un día para otro, el género se convierta en una cuestión de elección. Los 7,4 millones de niñas que han dejado de existir en el censo de 2020 en la India no tuvieron opción alguna. Y empieza a ser cargante la manera en la que desaparece en algunos círculos la palabra “mujer”, o “madre” para dar paso a conceptos que pretenden ser “neutros” y son perversos: “progenitor gestante”, “cuerpo que menstrúa”… Lo progresista no debería ser abolir la realidad, que es diversa, no neutra, sino hacer que esa diversidad sea irrelevante ante la ley.

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