_
_
_
_
_

El confinamiento puso en valor los paseos. Caminar puede ser un acto político

Salir a andar ha inspirado a lo largo de la historia a pensadores y poetas. Podemos hacerlo por prescripción médica, contra la angustia, para filosofar o a favor de las vías respiratorias

Mar Padilla
El poeta francés Louis Aragon en su jardín.
El poeta francés Louis Aragon en su jardín.Michel SETBOUN/GETTY IMAGES (Gamma-Rapho via Getty Images)

Tantos meses después, nos sentimos atrapados por el virus. Con el otoño a la vuelta de la esquina, seguimos soñando con viajar. Paseando entre mapas y listas, estaríamos dispuestos a ir incluso a lugares con nombres como Batman en Turquía, No Place (ningún lugar) en Gran Bretaña, Shit (mierda) en Irán o Idiotville (pueblo de los idiotas) en Estados Unidos. Pero la epidemia nos fuerza a andar más quietos, apenas a merodear cerca de casa. Así que una buena opción puede ser pasear por los parajes desconocidos de nuestro propio entorno, como nómadas en la ciudad. Un viaje a pie por las afueras de nuestro mapa cotidiano.

Fue en París donde empezó la idea de los paseos urbanos sin fin. Charles Baudelaire dejó constancia de las delicias de los pasos sin rumbo y los dadaístas hicieron sus Excursions et visites dada: iban a descampados, se hacían una foto y con sus cuerpos redibujaban un espacio hasta entonces considerado banal.

Las mujeres siempre han tenido que pensar cuándo y dónde caminar
Zaida Muxí, arquitecta

Después, tras largos y alucinados paseos nocturnos, el surrealista Louis Aragon escribió El aldeano de París (Errata Naturae), donde explica con una mirada inédita lo siempre visto: las fachadas, los escaparates y los cementerios de su propia ciudad. Walter Benjamin idolatró ese libro y decidió estudiar la infinita escenografía de la modernidad de los callejones y pasajes parisinos. Luego vinieron los situacionistas, la teoría de la deriva, los no lugares y las psicogeografías, hasta llegar al caminar como un nuevo mercado a explotar en nombre de nuestra propia libertad. Es lo que podríamos denominar la paradoja de Sinclair. Ian Sinclair es un ensayista, poeta y paseante, autor de obras como Suicide bridge o London Orbital, donde denuncia los faraónicos proyectos urbanos que gentrifican los barrios y destrozan la memoria vecinal del viejo Londres. La paradoja reside en que los libros de Sinclair se venden como rosquillas en las librerías más hip de los barrios más gentrificados de la ciudad, como señala el escritor y traductor Javier Calvo en la obra de Sinclair La ciudad de las desapariciones (Alpha Decay).

Si quieres apoyar la elaboración de periodismo de calidad, suscríbete.
Suscríbete

Una parada de metro al azar

Pasear es también un acto político, y Jane Jacobs, especialista en estudios urbanos, abrió nuevos caminos. Cuando de adolescente, en los años treinta, llegó a Nueva York procedente de Scranton (Pensilvania) urdió un plan: buscaría trabajo por las mañanas y pasearía por las tardes. “Si acababa en algún sitio que ya conocía, me gastaba cinco centavos en un billete de metro, me iba a alguna parada al azar e investigaba por otro sitio”, dice en Jane Jacobs. Cuatro entrevistas (Gustavo Gili). Así, caminando, encontró su destino: luchar por la construcción de ciudades donde lo importante fuera la libertad, la proximidad y la visibilidad para todos. Por eso, desde 2006 —fecha de la muerte de Jacobs— se celebran en muchas ciudades del mundo los Jane’s Walks (paseos de Jane), donde grupos de personas, mayoritariamente mujeres, caminan con ojos críticos y hacen propuestas para corregir los entornos urbanos menos acogedores para la comunidad. El Jane’s Walk de Barcelona lo puso en marcha un colectivo de urbanistas y arquitectas lideradas por Zaida Muxí. “Las mujeres siempre han tenido que pensar cómo, cuándo y por qué caminos iban, por ser consideradas un objeto apropiable en el espacio público”, subraya Muxí. Muchas urbes han tomado nota y están repensando los espacios urbanos para transformarlos en lugares democráticos e inclusivos para sus habitantes de toda clase y condición, pero “hay mucho, muchísimo por hacer”, advierte la arquitecta. Todos ganamos algo cuando estamos afuera, en lo público. “Mucha gente hoy día vive en una sucesión de interiores —hogar, vehículo, gimnasio, oficina, tiendas— desconectados unos de otros. A pie, en cambio, todo permanece conectado, porque al caminar uno ocupa los espacios entre interiores”, reflexiona Rebecca Solnit en Wanderlust. Una historia del caminar (Capitán Swing).

Cada cruce, una elección

Pasear es como un juego, una distracción. Y también una actividad necesaria. Para Ophelia Deroy, filósofa experta en neurociencia cognitiva, conviene no olvidar que caminar es aún un acto con objetivos concretos —para llegar a un sitio, por salud—, pero lo que realmente ha cambiado “es que ahora somos más conscientes de ello”, afirma. Es sabido que caminar fortalece los huesos, mejora el estado de ánimo, el equilibrio y la coordinación. Además, pasear sin rumbo —sobre todo tras las largas semanas de confinamiento— nos hace sentir que “tenemos el control, que somos dueños de elegir cada cruce de caminos”, reflexiona Deroy. Los lugares públicos son espacios donde pensamos, vemos, escuchamos y olemos la vida ahí fuera.

Pasear es una forma de resistencia contra la idea del cuerpo humano como un artefacto antiguo

El arquitecto Francesco Careri nació en 1966, pero dice que aprendió a caminar el 5 de octubre de 1995, cuando inició con algunos amigos el proyecto Stalker/Observatorio Nómada. Se dedicaron a recorrer a pie lo que denominaron los espacios espontáneos de Roma, acampando en escuelas abandonadas, parques o áreas de autopista. El resultado de ese largo paseo de cinco días y cinco noches es que su mapa mental se ensanchó. “Aprendimos que el camino es la única forma de investigar cómo es realmente tu propia ciudad, la que está escondida detrás de la fachada de la ciudad de escaparate”, reflexiona Careri. En las afueras de Roma está, por ejemplo, el estadio de natación y una piscina gigante a medio construir de Santiago Calatrava, “un verdadero monumento al abandono”, según el arquitecto italiano. En una de estas caminatas descubrieron un campo de fútbol que unas familias albanesas habían arreglado para que jugaran sus hijos, y allí acogieron a Careri y a sus amigos. Son muchas las ocasiones en las que tropezó con poblados de migrantes apartados de un manotazo a las afueras de la ciudad. A su vez, también encontró más de 200 edificios abandonados: casernas, antiguas estaciones, cines… El resultado de ambos encuentros —las personas migrantes y los edificios abandonados— es C.I.R.C.O (Casa Irriunciabile per la Ricreazione Civica e l’Ospitalità), un proyecto para rehabilitar estos edificios y transformarlos en lugares de convivencia de migrantes, artistas, estudiantes o personas mayores, que quiere recuperar y poner en valor la noción de la hospitalidad, más igualitaria y horizontal que la noción de acogida.

Está visto que podemos caminar por protesta, por prescripción médica, para filosofar, contra la angustia y a favor de las vías respiratorias. En una sociedad donde la prisa manda, el coche es rey y las carreteras han redibujado por completo el paisaje de campos, montañas y litorales, caminar es un solaz. Pasear es una forma de resistencia contra la idea del cuerpo humano como artefacto antiguo, casi inválido. Porque no lo es. Es un artefacto fabuloso, sin igual. Usémoslo. Caminemos.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Mar Padilla
Periodista. Del barrio montañoso del Guinardó, de Barcelona. Estudios de Historia y Antropología. Muchos años trabajando en Médicos Sin Fronteras. Antes tuvo dos bandas de punk-rock y también fue dj. Autora del libro de no ficción 'Asalto al Banco Central’ (Libros del KO, 2023).

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_