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Trabajar cansa
Columna
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Mucha policía y mucha diversión

El malestar de un adulto habitualmente respetuoso con la ley que llega a exponerse al contagio en manifestaciones no autorizadas debe ser analizado

Íñigo Domínguez
Las protestas contra el Gobierno en el barrio de Salamanca en Madrid el pasado 14 de mayo.
Las protestas contra el Gobierno en el barrio de Salamanca en Madrid el pasado 14 de mayo.©Jaime Villanueva


Ya todos estamos peor de lo que creemos. Te pones hecho una fiera por una tontería o caes en una depresión repentina. Pero algunos están peor incluso de lo que creemos los demás. El malestar de un adulto habitualmente respetuoso con la ley que llega a exponerse al contagio en manifestaciones no autorizadas debe ser analizado. Como los independentistas y su complejo de represión, ellos también perciben una que el resto no vemos. Que en la calle Núñez de Balboa de Madrid estuviera la sede de Fuerza Nueva y la notaría de Blas Piñar es casualidad, no hay que simplificar. Tampoco representan al barrio de Salamanca, donde para muchos manifestarse es de pobres y nunca aporrearían farolas, que es una ordinariez. Ya se va a verlos en plan turismo friki, y está todo muy bien organizado, mucha policía y mucha diversión, pero no es para tomarlo a broma. ¿Por qué estas personas están tan enfadadas?

Les escuchas y sigues sin entender qué habrían hecho ellos. En la prensa de derechas, si logras superar algunas portadas, entiendes todavía menos. Ni en programas de YouTube donde a veces pasan chicas en bikini. El cabreo de base es el de antes: porque no mandan los suyos; luego ya se adorna con la pandemia. Pero les centellean los ojos de forma extraña, hay algo más. Porque un modo de afrontar la crisis es verla como una oportunidad para cambiar lo que no funciona. Iniciativas muy interesantes, como la de Iñaki Gabilondo hablando con expertos o los debates de diadespues.org. Pero para algunos esto son chorradas, como salir a aplaudir a los médicos. Es que les pone nerviosos eso mismo: tienen miedo a que algo cambie. De hecho, apenas hacen propuestas.

Es comprensible si realmente uno se cree lo que dicen el PP y Vox, y no hay tertulianos conservadores, no digo ya que no se rían, que siquiera lo pongan en duda: hay un plan oculto para instaurar una dictadura soviética en España (y supongo que en toda Europa donde conservadores como Merkel, Johnson o Macron actúan igual). Es todo adrede: que no haya mascarillas suficientes, no hacer tests masivos, y hasta los muertos. Unidas Podemos está aprovechando el virus para destruir el tejido empresarial, arruinar a millones de familias y agigantar el Estado hasta que un día nos levantemos y ya vivamos en un Gran Hermano. Si uno se lo cree es para asustarse, no me digan que no. Le juntas un Gobierno chapucero y poco de fiar como este y yo también saldría con un cazo, a falta de los encantadores moldes de flan que le vi el otro día a una señora.

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Para saber más seguí con interés un debate telemático de tres organizaciones conservadores y título apocalíptico: “¿El fin de nuestro modelo de sociedad?”. Contraseña para entrar: “España”. Y al fin oí propuestas. Íñigo Gómez-Pineda, presidente de la Fundación Villacisneros, cuyos objetivos son “promover los principios y valores que constituyen la esencia de la civilización occidental", explicó la astuta táctica del Gobierno: inflar el número de ciudadanos que cobran subsidios públicos, alcanzar una mayoría que les vote siempre y eternizarse en el poder. Y de repente va y dice: “¿No se podría pensar que todo aquel que está subvencionado o pagado por el Estado pierde el derecho a voto? Ahí lo dejo”. No sé qué dirían los funcionarios, pero la exdirigente del PP María San Gil, moderadora (es un decir), sonrió y al final dijo: “Has estado soberbio, como siempre”. Jaime Mayor Oreja, un exministro, allí presente, no dijo nada. Eran de ese PP de Aznar que es tan actual.

Para entonces yo ya estaba muy confuso, y no sabía si el Estado debe salvar a quien está al borde de la ruina o no, y fue justo lo que le preguntó un espectador. La respuesta de este ponente fue maravillosa: “Bueno, es que yo no creo que la función del Estado sea ayudar a los más débiles. Les tenemos que ayudar la iniciativa privada, las empresas, las personas, las familias, la Iglesia, las acciones de caridad. ¿Desde cuándo el Estado tiene que ser el papá y la mamá de todos? Así es como hemos llegado a un concepto de Estado de bienestar falso, que lo único que es es una institución que compra votos. (…) ¿Cómo es posible que con un Estado que representa el 50% de la economía pensemos que somos libres? Es imposible ser libre con un Estado así de grande”. Casi salgo a la calle a gritar libertad.

En Italia, Francia, Alemania, hay protestas parecidas, da igual quién mande, pero ningún partido serio tontea con ellas. Un día haremos balance de estos meses con calma y, personalmente, si me informé mal o se me fue la olla no tendré problema en reconocerlo, solo espero que los demás hagan lo mismo. Si llega la dictadura pasaré a la clandestinidad, y si no, otros deberán admitir que la cuarentena les sentó fatal.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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