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un asunto marginal
Columna
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Los niños

Deberíamos ser conscientes de que a los menores, españoles o de cualquier parte, les dejaremos como herencia un mundo bastante incómodo

Enric González
Una madre con mascarilla camina a casa con su hija en brazos después de hacer la compra, en la plaza de Felipe II (Madrid).
Una madre con mascarilla camina a casa con su hija en brazos después de hacer la compra, en la plaza de Felipe II (Madrid).Samuel Sanchez

Muchos niños españoles vivirán un poco mejor a partir de hoy, domingo. Supongo que los padres disfrutarán de su alegría. Hay que saborear los buenos momentos. Por poco lúcidos que seamos los adultos, sin embargo, deberíamos ser conscientes de que a estos niños, españoles o de cualquier parte, les dejaremos como herencia un mundo bastante incómodo.

Otras generaciones han tenido que sufrir tiempos horribles. La penuria del actual confinamiento parece poca cosa en comparación con lo que pasaron los niños europeos de un siglo atrás: los horrores de Leningrado y Stalingrado, los bombardeos, el hambre, los campos de exterminio, los Gobiernos asesinos de Adolf Hitler o Iósif Stalin. Y no hace falta ir tan lejos. Tenemos bien reciente el asedio de Sarajevo, las limpiezas étnicas balcánicas y ruandesas, el terrorismo, las invasiones absurdas, la miseria y la muerte de tantos migrantes.

Pero estos niños que experimentan el encierro y perciben el ansia de sus mayores, y la incertidumbre, y el dinero que no alcanza, inician su vida en un planeta que, quizá no tan sobrado de espantos como el del siglo pasado, rezuma estupidez como nunca antes. En el país más importante, Estados Unidos, manda un hombre cuya idiotez y egocentrismo alcanzan niveles pasmosos. En Brasil, la gigantesca potencia latinoamericana, ocupa la presidencia un hombre gravemente perturbado. No hablamos de populismo, sino de algo peor. Y China, que aspira a la hegemonía, es lo que es: un país sometido a un régimen dictatorial y paranoide.

Cabe recelar del futuro cuando se dan estos fenómenos y tanta gente los aplaude. Incluso si dejáramos de votar a personajes de transparente cretinez, incluso si lográramos convertir en residuales a quienes propugnan el fascismo, la tiranía bananera o el despotismo sin ilustrar, incluso si contuviéramos los prejuicios y la ira, lo que viene pinta crudo.

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A la crisis, la pobreza, el distanciamiento físico y el temor a rebrotes pandémicos habrá que sumar la deuda colosal que hemos generado en parte por necesidad, en parte porque no nos apeteció prescindir de ciertas cosas y en parte porque nos daba igual: el futuro siempre es cosa de otros. Resulta que esos otros son precisamente las niñas y niños a los que concedemos un recreo carcelario.

A la niñez del confinamiento y las precauciones le tocará, dentro de un tiempo no muy largo, afrontar las consecuencias del cambio climático. No tengamos ninguna duda sobre eso. Quienes niegan la distorsión del clima vienen a ser los mismos que negaron (y en ciertos casos aún niegan) la peligrosidad del coronavirus. Dada la condición humana, resulta probable que nos resistamos a hacer lo poco que aún podemos hacer para mitigar esa próxima catástrofe. Que nuestros hijos se las arreglen cuando llegue el momento.

Tampoco es plan amargarnos el alivio. Gocemos de los buenos momentos: saben aún mejor con la consciencia de que son efímeros. Y demos a nuestros hijos todo el amor posible. Estos críos que corren, gritan y actúan como locos bajitos van a tener que convertirse en gente mucho más dura, lúcida y coherente que nosotros. Si no una disculpa, merecen al menos un beso.

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