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ensayos de persuasión
Columna
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El espíritu de 1945

La vivienda, el servicio público de salud y el 'welfare’ fueron los ejes de la reconstrucción

Joaquín Estefanía
El líder de los laboristas británicos, Clement Attlee, en 1945 en Londres.
El líder de los laboristas británicos, Clement Attlee, en 1945 en Londres.AFP via Getty Images

Si juntos habían ganado la guerra, juntos ganarían la paz. Si habían hecho tantos sacrificios que les habían llevado a la victoria, ¿acaso no sería más fácil planificar la construcción de casas para solucionar el problema de la vivienda, la creación de un servicio sociosanitario universal, buen transporte público, y conseguir los bienes necesarios para la reconstrucción del país? La idea central era entonces la propiedad común, donde la producción y los servicios beneficiarían a todos. Nunca más volverían a dejar que la pobreza, el desempleo, la desigualdad y la llegada del fascismo desfiguraran la vida de la mayoría.

Ese fue El Espíritu del 45. Con ese título filma Ken Loach el final de la Segunda Guerra Mundial en el Reino Unido, en un interesante documental estrenado en el año 2013. Entonces las analogías se hicieron con la Gran Recesión que golpeaba a muchos ciudadanos, pero las imágenes son mucho más oportunas y contundentes ahora, cuando se lucha contra la pandemia de un virus asesino y se acercan las terribles consecuencias económicas y sociales de la misma. Inevitable no hacer comparaciones. Se salía de la pesadilla de los muertos, de los sufrimientos de la guerra, y se manifestaba la felicidad de los supervivientes en las ciudades y campos bombardeados, y de los que volvían del frente. La gran diferencia con el presente es que aquella era una sociedad de multitudes jóvenes, cuyos componentes se preguntan una y otra vez qué será de su futuro. Tienen fresca la salida de la Primera Guerra Mundial, de la que apenas les separaba un cuarto de siglo, con las espantosas colas de parados esperando la sopa de la beneficencia, y la importación de la Gran Depresión de los años treinta.

El héroe de la victoria fue el conservador Winston Churchill, que operaba con una contradicción: rezaba con el Camino de servidumbre de Von Hayek pero actuaba con una mentalidad laborista que emanaba de los miembros de su Gobierno. En 1945, recién terminada la contienda mundial, perdió las elecciones. De repente comenzó a hablarse de laborismo, de socialismo, y se produjo el aplastante e imprevisto triunfo del laborista Clement Attlee, basado en una promesa principal: arreglar el problema de la vivienda, principal problema de la posguerra. Es la primera vez en la historia de Gran Bretaña que los laboristas ganaban las elecciones. El país estaba arruinado, la industria estaba tremendamente debilitada, apenas existía protección social.

Los tres primeros pasos de la Administración Atlee marcan una forma de gobernar: en primer lugar, la construcción de miles y miles de viviendas dignas. Los ayuntamientos las encargan, las distribuyen y las alquilan; casas sociales para la gente necesitada. El segundo jalón del Gobierno Attle fue la creación del mítico Servicio Nacional de Salud, que durante muchos años fue un orgullo mundial. Un laborista heterodoxo, Aneurin Bevan (todavía hoy en los altares de muchos ancianos), construyó un modelo de sanidad pública en el que la atención médica nacía de la necesidad de ésta y no de la capacidad de pago de cada individuo.

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Por último, Attlee desarrolló el Estado de Bienestar, cuyas bases provenían de Churchill. Cuando la gente se enfrenta a algo para lo que no se le ha preparado con anterioridad, se devana los sesos buscando un nombre para lo desconocido. El welfare nació como una combinación de democracia, bienestar social y capitalismo. En 1942, en plena guerra mundial, el político liberal William Beveridge, presentó las bases teóricas de reflexión para la instauración del Estado de Bienestar por encargo de Churchill. Su “Informe al Parlamento acerca de la seguridad social y de las prestaciones que de ella se derivan”, establecía unas prestaciones en caso de enfermedad, desempleo, jubilación y otras necesidades. Este sistema permitía asegurar el nivel de vida mínimo por debajo del cual nadie debía caer. Dos años después, en 1944, se publicó el segundo Informe Beveridge, titulado Trabajo para todos en una sociedad libre.

Las ideas sociales de un liberal como Beveridge se habían cruzado con las ideas económicas de otro liberal llamado Keynes.

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