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¿Es China realmente capitalista?

El Estado no tiene tanto peso en la economía del país asiático como pensamos. Posiblemente no llegue al 20%, como en Francia en los ochenta, escribe el economista Branko Milanovic en su último libro

Campesinos recolectan coles en Huarong, provincia de Hunan, en la frontera con Hubei, el pasado 5 de marzo.
Campesinos recolectan coles en Huarong, provincia de Hunan, en la frontera con Hubei, el pasado 5 de marzo.NOEL CELIS/AFP/Getty Images

Pero ¿China es realmente capitalista? Esta es una pregunta que se formula a menudo, unas veces de forma retórica y otras en serio. Se trata de una cuestión que podemos resolver enseguida si utilizamos la definición estándar que hacían Marx y Weber del capitalismo (...). Para poder ser capitalista, una sociedad debería caracterizarse por el hecho de que la mayor parte de su producción se llevara a cabo utilizando medios de producción de propiedad privada (capital, tierras), de que la mayor parte de los trabajadores fueran asalariados (no vinculados legalmente a la tierra y que no fueran trabajadores autónomos que utilizaran su propio capital) y de que la mayor parte de las decisiones relativas a la producción y a la fijación de precios se tomaran de forma descentralizada (es decir, sin que nadie las impusiera a las empresas). China cumple los tres requisitos para ser considerada capitalista.

Antes de 1978, la parte de la producción industrial generada en China por empresas públicas estaba cerca del 100%, pues la mayoría de las empresas industriales eran de propiedad estatal. Estas funcionaban en el marco de un plan centralizado, que, pese a ser más flexible y cubrir muchos menos bienes que el de la Unión Soviética, incluía en cualquier caso todos los productos industriales fundamentales (carbón y otros minerales, acero, petróleo, servicios públicos, etcétera), algunos de los cuales siguen siendo suministrados mayoritariamente por las empresas públicas. En 1998, la parte correspondiente al Estado en la producción industrial ya se había visto reducida y apenas superaba el 50%. Desde entonces, esa participación ha ido bajando constantemente, año tras año, y en la actualidad apenas supera el 20%.

La situación de la agricultura está incluso más clara. Antes de las reformas, la mayor parte de la producción era llevada a cabo por comunas rurales. Desde 1978 y tras la introducción del “sistema responsable”, que permitía el arrendamiento de tierras, casi la totalidad de lo que se genera en los campos es de producción privada; aunque, por supuesto, los agricultores no son asalariados, sino trabajadores autónomos en su mayoría, enmarcados en lo que la terminología marxista llama “simple producción de mercancías”. Esa fue históricamente la forma típica en la que estaba organizada la agricultura china, de modo que la actual estructura de propiedad en las zonas rurales es una especie de regreso al pasado (con una diferencia significativa: la ausencia de terratenientes). Pero a medida que continúa el éxodo del campo a las ciudades, es más probable que se establezcan más relaciones capitalistas también en la agricultura. Podemos mencionar asimismo las empresas municipales y locales (empresas de propiedad colectiva), que, aunque menos importantes ahora que en el pasado, crecieron con rapidez utilizando el excedente de mano de obra rural para producir mercancías no agrícolas. Dichas empresas tienen trabajadores asalariados, pero su estructura de propiedad, que combina en diversas proporciones la propiedad estatal (aunque a nivel comunal), la cooperativa y la puramente privada, es muy complicada y varía de una parte a otra del país.

El último libro de Branko Milanovic: 'Capitalismo, nada más'
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Las empresas privadas no solo son numerosas, muchas incluso son grandes. Según los datos oficiales, la proporción de empresas privadas que están situadas en el 1% más rico de las firmas clasificadas por su valor añadido total ha aumentado desde alrededor del 40% que había en 1998 hasta el 65% existente en 2007 (Bai, Hsieh y Song 2014).

Los modelos de propiedad en China son complejos porque a menudo comportan propiedad del Estado central, del Estado provincial, propiedad comunal, privada, y extranjera en diversas proporciones, pero es harto improbable que el papel del Estado en el total del PIB, calculado en cuanto a la producción, supere el 20%, mientras que la mano de obra empleada en las empresas públicas y en las de propiedad colectiva representa el 9% del total del empleo rural y urbano (Anuario Estadístico del Trabajo de China 2017) . Estos porcentajes son similares a los de Francia a comienzos de los años ochenta (Milanovic 1989). Una de las características del capitalismo político es, que, en efecto, el Estado desempeña un papel significativo, que supera fácilmente su cometido como representante de su propiedad formal de capital. Pero lo que yo pretendo aquí es solo eliminar ciertas dudas acerca del carácter capitalista de la economía china, dudas que no se basan en motivos empíricos (pues los datos las invalidan claramente), sino en motivos engañosos, por ejemplo que el partido gobernante se llame “comunista”, como si solo eso bastara para determinar la naturaleza de un sistema económico.

La distribución de las inversiones fijas por sector de propiedad muestra también una tendencia muy clara hacia una mayor participación de la inversión privada. Esta equivale ya a más de la mitad de las inversiones fijas, mientras que la parte correspondiente al Estado es de alrededor del 30% (el resto está compuesto por el sector colectivo y la inversión privada extranjera).

Zonas rurales y urbanas

El cambio se ve también claramente reflejado en la parte correspondiente a los trabajadores de las empresas públicas en el empleo urbano total. Antes de las reformas, casi el 80% de los trabajadores urbanos estaban empleados en empresas públicas. Ahora, tras un descenso que ha seguido avanzando año tras año, esa parte representa menos de un 16%. En las zonas rurales, la privatización de facto de la tierra en virtud del sistema de responsabilidad ha convertido a casi todos los trabajadores del campo en agricultores del sector privado.

Finalmente, el contraste entre el modo de producción socialista y el capitalista puede verse mucho mejor en la producción descentralizada y en las decisiones en torno a la fijación de precios. Al comienzo de las reformas, el Estado marcaba los precios del 93% de los productos agrícolas, del 100% de los productos industriales y del 97% de las mercancías vendidas al por menor. A mediados de los años noventa, esas proporciones se habían invertido: el mercado determinaba los precios del 93% de las mercancías vendidas al por menor, del 79% de los productos agrícolas y del 81% de los materiales de producción (Pei 2006, 125) . En la actualidad, un porcentaje aún más elevado de los precios viene determinado por el mercado.

Branko Milanovic (Belgrado, 1953) es economista experto en desigualdad. Imparte clases en la City University de Nueva York y en la London School of Economics. Este texto es un extracto de su libro ‘Capitalismo, nada más’, de la editorial Taurus, disponible en formato eBook desde el pasado 2 de abril.

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