‘West Side Story’ y esos guiños para aquellos a los que aún nos importa el cine
El fracaso en taquilla de la nueva y estupenda adaptación del musical por parte de Steven Spielberg dice mucho más de nosotros que de él
Ver el nuevo West Side Story dirigido por Steven Spielberg en un multicine semivacío junto al palacio de los deportes de Washington en la semana de su estreno ha sido una experiencia extraña. Tumbada en la butaca más cómoda del mundo, literalmente engullida por las letras y melodías de uno de los musicales más bonitos de la historia, sentí la brecha que nos separa de las generaciones más jóvenes, a las que supuestamente está dirigida una película que en un tiempo no tan lejano hubiese reventado la taquilla.
Un espectáculo de masas sin masas chirría como un barco fantasma. Sin colas en el baño o en el mostrador de las palomitas, sin el religioso silencio de la sala cuando se apagan las luces, se cuela la cansina voz de una mujer afroamericana de mediana edad que se sabía todas las canciones. No sé si hacía falta volver a rodar este clásico del género, pero una vez que el despilfarro ya está hecho se agradece sentir emociones de otro tiempo, aunque casi nadie quiera volver a ese tiempo.
El West Side Story de Spielberg ha sido un fiasco en la taquilla de su país y sus espectaculares imágenes se revelan como el funesto cierre de una era que empezó precisamente con la que quizá es su obra maestra, Tiburón, la película que cambió Hollywood y sus estrategias comerciales; la experiencia cinematográfica que convirtió en un parque de atracciones las salas de cine que hoy lucen vacías. Spielberg ya no tiene 27 años y quizá por eso ha hecho un musical que es una emocionante defensa de un cine vieja escuela, una ensoñación anclada en el realismo de las actuaciones, una autenticidad opuesta a la hueca y conservadora fantasía de películas recientes como In the Heights, donde Lin-Manuel Miranda reescribe el papel de los latinos de West Side Story proclamando un relevo generacional con nuevos clichés cargados de los ideales más rancios.
Con unas coreografías apabullantes, voces preciosas, una dirección de arte que contextualiza el momento histórico de Nueva York y de sus bandas de inmigrantes en el que ocurre esta tragedia de Capuletos y Montescos, el remake de West Side Story es tan personal como fiel a la película de 1961 de Jerome Robbins y Robert Wise. Pero si el número del arranque y el del famoso estribillo I like to live in America poseen una fuerza fuera de lo común es gracias dos secundarios que se comen la película.
Ariana DeBose, en la piel de Anita, y sobre todo Mike Faist, en la de Riff, lo hacen todo bien: cantar, bailar y actuar. Tanto, que logran dar una nueva dimensión a estos dos personajes. Aunque donde Spielberg demuestra esa capacidad suya para pulsar la tecla sentimental es cuando pone el mítico Somewhere en boca de un personaje que no existía, la anciana a la que da vida Rita Moreno, la actriz de 90 años que ganó el primer Oscar para una latina por su Anita y uno de los iconos de este musical y del mundo hispano. A mí me recordó a lo que hizo Lars von Trier con Joel Grey, el maestro de ceremonias de Cabaret, en su palpitante aparición en Bailar en la oscuridad. Uno de esos guiños que funcionan solo para quienes las salas de cine aún importan algo.
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