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¿Es posible dignificar el fenómeno ultra?

El fotógrafo belga, Alberto Palmisciano, lleva años conviviendo con los hooligans y retrata su realidad en su última publicación

Ultras del Atlético de Madrid, en la temporada 93-94.
Ultras del Atlético de Madrid, en la temporada 93-94.
Toni García

“Me fascina este mundo porque es un gran desconocido. ¿Cómo es visto desde dentro? Pues hay gente con una cultura inmensa, la misma gente que después se da de hostias en un parque: gente dispar que hace cosas que son difíciles de entender”.

Alberto Palmisciano (1964, Bélgica) lleva 40 años codeándose con ultras y hooligans, observándolos siempre a través del objetivo de su cámara. Su experiencia, que le ha llevado por docenas de campos de futbol a través de Europa, ha acabado tomando la forma de tres volúmenes, 1500 páginas con más de 2000 fotos, en las que aparecen gran parte de la mitología ultra del viejo continente.

La publicación, que circula en petit comité, es -probablemente- la mayor aportación jamás realizada a un universo completamente opaco, reactivo a los análisis de cualquier tipo. Un mundo que para el profano es sinónimo de problemas, fuera y dentro de las canchas: “Sociológicamente es fascinante. Y es cierto, la gente no se entera. Por supuesto que hay descerebrados, pero no todos son así. El mundo del futbol engancha: la pandilla, la comunidad, esto no cambiará jamás” dice Palmisciano.

‘Hooligans’ de Feyenoord y Ayax, a tortas con la policía en 1991.
‘Hooligans’ de Feyenoord y Ayax, a tortas con la policía en 1991.

El hooliganismo siempre ha sido un enemigo acérrimo de los análisis sesudos, la antropología o el propio periodismo. Impermeable a cualquier intento de ser diseccionado, solo Bill Bufford en aquel libro llamado Entre los vándalos, pareció poder hincarle el diente al fenómeno al habitar durante un año con la mítica Red army del Manchester United. Más allá de él, y de todo ese submundo literario con gran pegada en países como Italia o el Reino Unido en el que veteranos capos de todas las hinchadas explicaban sus aventuras (algunos con buen trazo literario como Cass Pennant o Bill Gardner, reputados miembros de firms como la ICF del West ham).

El proyecto (autoeditado con un enorme lujo) empieza de un modo cuasi frívolo: “Tres amigos. Dos de ellos fotógrafos, otro diseñador. Ninguno con experiencia editorial. Cuando venía gente a mi casa, a Bruselas y yo sacaba cajas y cajas de fotos y mis amigos decían ‘joder, esto mola’. Un día nos sentamos a pensar si hacer algo con todo aquello y, casi sin darnos cuenta, ya teníamos 2000 páginas y un montón de grupos dispuestos a colaborar. Aquello generó un efecto ‘bola de nieve’, porque si están los Boixos Nois como no van a estar los Ultras Sur, y si están los del Ajax como no van a estar los del Feyenoord. Y así fue como un proyecto que empezó por casualidad, se convirtió en esto que ves ahora. Y encima la gente lo ha pedido, desde toda Europa, y ya preparamos un cuarto volumen, y un quinto”, cuenta el fotógrafo.

Palmisciano nunca ha tenido líos con los sospechosos habituales. Mas bien al contrario: “Nos han respetado mucho siempre como fotógrafos, creo que porque siempre les hemos ofrecido respeto y transparencia. No nos hemos lucrado, ni llamamos la atención, y nuestro único interés era captar las historias que nos contaba gente increíble. Para el italo-alemán, la contracultura hooligan ha tenido un gran impacto en la juventud europea, un impacto invisible para aquellos que solo han visto la violencia y los incidentes. “Si miras a Liverpool, o a Manchester, dentro de ese mundillo queda un montón de trendsetters. Gente que lanzan modas continuamente. Ahora, con la globalización ya es solo cuestión de pasta, pero antiguamente, todo era complicado, hasta comprar unas zapatillas. En los años 80, en Italia, las gradas lanzaban modas todo el rato. Empezaban 50 tipos y al cabo de unas semanas ya todo el mundo vestía del mismo modo: ahora cualquier chaval puede tener de todo”, confiesa el fotógrafo.

Hinchas del Schalke y el Duisburgo liándola en 1991.
Hinchas del Schalke y el Duisburgo liándola en 1991.

Las Adidas Avenger y las zapatillas deportivas negras en general, las sudaderas de Stone island, las gorras Burberry, los abrigos de Aquascutum o la vuelta de marcas como Ellesse o Diadora. No ha habido moda de grada que no haya trascendido después a la calle. Pocas veces ha pasado a la inversa. Lo que llevaban los tipos que mandaban en los fondos del Camp Nou, el Bernabeu, San Ciro, Old Trafford, Einfeld o The Den, se convertía pronto en objeto de deseo. Hasta tal punto llega la cosa, que Phil Thornton teorizaba (con no pocas pruebas) en su libro Casuals: The story of terrace fashion, que el streetwear moderno no existiría sin el input que proporcionaron los grandes grupos ultras desde los años 70. Sin aquellos viajes de los muchachos del Liverpool a Roma hace ya medio siglo, no habría culto a la zapa, ni locura por la ropa de abrigo made in italy, ni sudaderas de 700 euros.

Cuando se le pregunta a Palmisciano por sus recuerdos más marcados en el ámbito ultra, el italo-alemán se lo piensa un minuto: “Seguramente, un Bélgica-Alemania a principios de los 90, con cuatro mil hooligans alemanes liándola en Bélgica sin que los belgas supieran qué demonios estaba pasando; un derby de Roma hace 30 años, donde el espectáculo estaba en las gradas, con coreografías gigantescas y un ambiente atronador. Y claro, Heysel, porque aquello me marcó mucho: no había móviles, mis padres no sabían si me había pasado algo, y porque fue un caos absoluto en un estadio impracticable donde nunca debería haberse jugado un partido de fútbol”.

El  estadio de Heysel en la previa del Juventus-Liverpool, que acabó con 39 muertes.
El estadio de Heysel en la previa del Juventus-Liverpool, que acabó con 39 muertes.

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