Miguel Ríos: “Deberíamos haber luchado para tener una especie de ejército de salvación de la tercera edad”
Dijo adiós al mercado discográfico hace diez años, pero ha seguido de gira y hoy prepara el regreso con un nuevo disco del que ya ha adelantado dos canciones que demuestran que, para hablar de la actualidad, nadie mejor que alguien que lleva décadas viviendo en ella
Uno es del Madrid cuando se le ve de lejos la cara de cabreo. Cuando se hace la siguiente entrevista, el Real Madrid estaba a una hora de jugar en Kiev frente al Shakhtar Donetsk (los blancos cayeron 2 a 0) y Miguel Ríos (Granada, 1944) no quería perderse el partido (al final, se perdió una parte). Ahora Miguel sale poco de casa y cuando lo hace es para ir a los estudios Black Betty de José Nortes, donde ha grabado los temas de su próximo disco con The Black Betty Trio (José Nortes, Edu Ortega, Luis Prado y Txetxu Altube). “De pronto tenemos hábitos que no conocíamos y podíamos tener. Podemos estar sin salir a la calle al menos una semana. Es acojonante”, dice con asomobro. A sus 77 años, sigue sorprendiéndose como un niño.
Se sabe que Miguel Ríos es un tío que va a perdurar cuando el mismísimo Raphael se viste de negro para cantar el Bienvenidos en el Viña del Mar. Sucedió en 1987, y a esas alturas de la película, al granadino Mike Ríos ya se le había rendido pleitesía en la plaza toros de México Distrito Federal. ¿Cómo puede decirle Miguel Ríos a su público que se iba a retirar? Lo intentó con el Bye, bye Ríos del 2010, pero acaba de regresar en 2020 con El blues de la tercera edad.
Está visto que una canción como Año 2000 (Look at that light) [Esta es la era de Mister Chip/Micro ordenador de tu porvenir/Que por lo pronto te quita el curro/Además de ser tu ficha sin fin], publicada en 1981, no ha perdido vigencia. Siempre he querido volverla a cantar, pero es que es de las pocas canciones que tiene fecha de caducidad, precisamente por el enunciado del propio título: Año 2000. En el 2001 ya no puedes. He estado intentando buscar la posibilidad de adaptarla, pero el corsé de la melodía es tan estricto que no te permite más que el 2.000 o el 3.000. La escribí porque había leído La tercera ola, de Alvin Toffler, que hablaba de todos estos conceptos cuando nos preguntábamos qué iba a pasar en el año 2000. Claro, lo que yo escribo en la canción son todos finales abiertos: “Un mundo feliz, un lugar de terror... Simplemente no habrá... vida en el planeta”. Siempre me ha gustado escribir –y hacía tiempo que lo estaba haciendo– canciones con un poco de sentido futurista, con un poco de ficción, de anticipación... Ahora, a la velocidad que va todo, las predicciones son terribles, pero tenemos que hacer algo para que no se cumplan, como dice mi amigo [Iñaki] Gabilondo.
No parece que hayamos hecho mucho con la segunda ola... Sí. Lo que pasa es que hay dos culpables de esta situación. Uno es el neoliberalismo, la política más infame para el desarrollo de la sociedad. A algunos tíos les va de puta madre, pero en general no a todos. Y luego está el otro culpable, que es esa concepción de inmortalidad que tienes cuando estás vivo y se va acortando cuando vas cumpliendo años. Yo entiendo que la gente de 20 diga que se la suda, porque piensan que no les va a tocar a ellos, sino a otro más mayor. No es un pensamiento formal, pero sí es una sensación de ser intocable la que tenemos a esa edad, de querer comernos el mundo y creer que va a ser así para siempre. Pero va pasando el tiempo y te vas dando cuenta de cómo se achata el espacio, que empiezan a llegar noticias de lo que te va a pasar seguro y entonces ya vas anticipando cosas. Ahí están los miedos, los temores... También sobreponerse a eso es un ejercicio cojonudo. Lo que tenga que llegar, llegará, no tienes más remedio que seguir día a día.
¿Usted también se ha sentido inmortal? Sí, pero en el sentido de ser intocable. Inmortal en el sentido de que mi obra perdurara, nunca. Pero en conciertos en los que hay una potencia increíble y estás en un momento en el que tú mismo te crees que lo que está pasando te está pasando a ti, es cuando hay una tercera mente y dices: “Joder, esto es lo que buscaba”. Pero ya sabes que todas estas cosas son pajas mentales.
El blues de la tercera edad, El blues de la soledad, El blues del autobús... ¿Tiene cada época su blues? El blues es más un estado melancólico que de pena, pero depende de quien lo cante. Muddy Waters lo cantaba porque tenía pena de que su tía esa noche no le abriera la puerta. También hay otros conceptos del blues sobre la solidaridad. Pero creo que sí, que cada época tiene su música, y debo admitir que hubo un momento de mi vida en el que yo creía que estaba empatado o, como dicen los americanos, “in the right place at the right moment”. Estar en el sitio exacto y en el momento perfecto, haber tenido la suerte de estar en una encrucijada sabiendo que, para donde tirara, iba a estar bien.
Al escuchar La estirpe de Caín sentí que había escrito el tema con urgencia, en estos meses, pero resulta que la idea de hacer un disco acústico ya les rondaba cuando estaban terminando la gira sinfónica. En 2014 hicimos un concierto con esa formación en el Teatro Monumental de Madrid. Fue un concierto para Un juguete, una ilusión. Era una bala que tenía guardada en la cartuchera, porque cuando es una carrera tan larga como la mía los conceptos también importan. Salgo con una sinfónica y vestimos las canciones de una manera, luego con una big band y le doy otra vuelta al repertorio... Una de las cosas por las que lo había dejado de verdad después del Bye, bye Ríos (2010) era porque no tenía mucha necesidad de escribir canciones y tampoco tenía facilidad para escribirlas. Para el primer disco que hice con José [Nortes], Solo o en compañía de otros (2008) encontrar o crear yo material mío era un dolor en el culo; me ponía a escribir y lo que me salía... No sé, no era el momento. Y la gente también tenía sus prioridades y había tíos que se querían quedar con sus canciones. (Quique González estaba haciendo una canción, Restos de stock, que yo canté antes que él). Me he dado cuenta de que estaba entrando en una época en la que tenía que ser un poco más autosuficiente y tener un poco menos de dependencia, porque ya había menos oferta. Ahora Roque Narvaja no me hubiera dado Santa Lucía ni loco. El pobre sufrió una retorcedura de brazo moral cuando nos tuvo que dar la canción bajo la insistencia persuasiva de Carlos Narea. La he cantado durante tanto tiempo que la gente se cree que es mía, pero siempre ha sido de Roque Narvaja.
Bob Dylan, cuando Johnny Winter tocó su Highway 61 revisited, dijo que la había hecho tan famosa que ya era prácticamente suya... Sí. Con la pandemia me ha dado tiempo a ver un documental en Movistar+ que se llama Laurel Canyon, que es la historia de ese barrio entre los años 67 y 75. Frank Zappa y The Monkees vivieron allí, eran amiguetes. En ese tiempo sucedieron cosas acojonantes. También estaba Joni Mitchell... Era la mejor música que se hacía en ese momento. Yo he estado allí y veía los billboards de los Flying Burrito Brothers. Iba a A&M Records, donde grababan ellos, oía a Gram Parsons y decía: “¿Pero esto qué es? ¿Esto es country?”. ¿Pero sabes qué pasa? Que a mí me faltaba un cocimiento, una vuelta más de tuerca. También conocí a Scott McKenzie y nos veíamos en el estudio y en las oficinas de A&M. Era un tío que tenía un flower power alucinante y ganas de enrollarse; le parecía exótico cómo cantaba, aunque mi inglés no era –ni es– muy así. Si en ese momento yo le hubiera echado la cara que le he echado el resto de mi vida me hubiera ido al Troubadour, donde estaban todos estos.
¿Siente que se ha quedado a las puertas de ese mundo? Sí, pero por una razón cultural. Porque aunque toques muy bien flamenco y seas de Japón, nunca serás Paco de Lucía. Como si tocas muy bien blues, pero no eres Muddy Waters; es una cuestión racial. Cuando vives mucho tiempo y tienes perspectiva, te das cuenta del momento que estabas viviendo. Pero esto que te cuento lo veo con mucha alegría, sin ningún tipo de resquemor. Me permite admitir que he vivido una vida mucho mejor de la que podía haber pensado. Estuve muy cerca, pero fue cojonudo estar allí. Solo me faltó algo de intuición y, tal vez, algo más de cara. La verdad es que la experiencia americana era un poco frustrante, porque estar en un sitio donde tú ves que la gente cree que los entiendes, pero en realidad no los entiendes al cien por cien, te deja un estado de ánimo un poco jodido y un poco vacío en el tiempo por un chiste que no has entendido y del que se ríen todos.
Cuando se publicó el vídeo de La estirpe de Caín [el pasado octubre] leí un comentario en YouTube que decía: “Ha tenido que salir Miguel de su retiro para contarnos cómo se hace. Le acaba de poner la cara colorada a más de uno, incluyendo mi generación. Gracias, maestro”. ¿Por dónde iba esta canción? ¡Ah! Muy amable... La verdad es que esta canción tenía otro título: S.O.S. Planeta Tierra. Ya estaba escrita y la teníamos ahí. Nos reíamos mucho José y yo, porque en el estribillo nos hacía gracia poner “Greta Thunberg... ¿Cóooooomo estás?” [Risas]. Nos salió una letra muy cañera. En el 74, yo había escrito –con José María Guzmán– una canción que se llamaba Desde mi ventana, que era un poco proecologista, pero no quería volver a escribir sobre eso, porque ya estábamos en la desescalada y pensábamos que nos iban a dar un respiro y tal, pero empezamos a darnos cuenta de que no solo no había desescalada, sino que estábamos haciendo el gilipollas de una forma alucinante. También esto nos ha pillado en un tiempo en el que políticamente, cada siete o quince días, hay que pedir permisos. Es uno de los bajonazos más grandes que se han visto en política desde la república y la guerra, pero con peor verso, claro.
Dice la letra que la primavera se estrelló en un hospital. Acaba de inaugurarse en Madrid el Hospital Isabel Zendal todavía sin acabar las obras, sin quirófanos... ¿Todo es de cara a la galería y por detrás no hacer nada? Siempre ha sido lo mismo. La derecha en este país –y ahora ya con muchísimo más fuelle, porque tiene una extrema derecha o una derecha extrema– ha utilizado lo público en su beneficio para enriquecerse. En el momento en el que han podido, han privatizado todo de una forma muy flagrante, muy evidente y muy deshonesta, aunque ellos digan que no. El cinismo político, en ese caso, es filibustero. Los profesionales de la medicina, los rastreadores –me parece una palabra del Medio Oeste–, la sanidad pública y primaria... Todo eso está desarbolado. Cuando la gente empezó a salir y se iban sucediendo todas las mareas (verde, blanca...) en pleno reinado de nuestra nunca bien ponderada Esperanza Aguirre, todo esto que está pasando ahora ya se estaba cociendo ahí. Es un suceso absolutamente anunciado: si llegaba una pandemia, iba a pasar esto. Por mucho que nos repitieran que teníamos la mejor sanidad del mundo, no dejaba de ser una chorrada como la copa de un pino. Si con esto no es suficiente como para –en un momento determinado– que alguien se avergüence de estar repitiendo la misma mentira continuamente y diga que le han visto con el carrito del helado, desde luego vamos a tener muchas dificultades en buscar una salida, digamos humanista, que se ocupe de todos los que no tienen, porque la brecha se está agrandando cada vez más. Y si tú puedes comer, no puedes comer del todo a gusto, porque hay mucha gente que no come. Entonces algún pellizco tienes que tener en el estómago, y pensar que algo habrá que hacer.
¿Nuestra respuesta habría sido diferente con los populares en el poder? ¿Sabes qué pasa? Que yo creo que el problema que tenemos, primero, es que ahora hay un acojonamiento general y que la gente se ha tirado a la calle a pedir. La gente de la cola del hambre es gente como tú y como yo que ha tenido tres desencuentros con la fortuna. Por un lado está eso. Por el otro, yo creo que este país está en vías de ser un país administrativamente fallido. Tenemos una Administración del siglo XIX. Somos muchísimos más habitantes y además muchísimos más con derechos en comparación con esos años. Sin embargo, la Administración gestiona las cosas como si fuera todavía el siglo XIX. Eso hay que cambiarlo, pero tenemos que cambiar nosotros y la forma de cómo nos administramos, porque, entre otras cosas, nos costará más barato y se repartirá más. Si hubiera estado el Partido Popular en el poder, probablemente sí, a lo mejor hubiera habido más contestación en la calle. Es muy probable. La verdad es que yo aquí no veo una gran diferencia, de un partido a otro, en la forma de actuar –no cabe la menor duda–, simplemente porque a lo mejor, incluso dándole el beneficio de la duda, el Partido Popular no tendría más remedio que haber hecho lo que se está haciendo ahora. Pero la gente tiene que poder salir contra el Partido Popular, contra el PSOE o contra Dios.
Los franceses se han movilizado para protestar por la nueva Ley de Seguridad Global y han conseguido que el artículo 24 de esta ley sea reformado... Claro. Pero nosotros también, cuando se le montó una huelga general a Zapatero por su desliz del Artículo 315 y le obligaron a anticipar las elecciones. Toda la gente que le habíamos votado –o no sé si toda– estuvimos llamando a la huelga general. Cuando votamos, no damos un cheque en blanco, sino la firma de un contrato. Puede fallar un porcentaje de cosas razonables, pero no ir contra el principio de lo que has firmado con el cargo, por mucho que las circunstancias te obliguen o te manden. Ahí, de alguna forma, creo que la sociedad tendrá que armarse de unas maneras para hacerle llegar al poder su mensaje. Pero ahora, leyendo todo lo que está pasando con los algoritmos, lo de Míster Chip de Año 2000 ha llegado mucho más lejos de lo que Toffler pudo precisar.
Además de las colas del hambre, en la canción menciona el desasosiego. ¿También hay desencanto en la clase obrera con respecto a la izquierda? Sí. Pero la palabra “desasosiego” la escribí porque yo estaba cantando la canción con mucho desasosiego, mucho más que en temas como En la frontera, porque estaba pensando: “Joder, cómo me gustaría no estar escribiendo esta puta canción”. Tiene esa carga. El desencanto viene –y es lógico que se tenga– porque son, como decía Charly García, “promesas en el bidé”. Si no pueden hacerlo, que no lo digan. Que nos vendan otra ilusión con unos visos de realidad, pero algo que, aunque caiga más tarde, pueda colocar en otra región de mis necesidades, de espíritu... Podríamos entender perfectamente que nos dijeran que no entienden qué está pasando, me daría mucho más confort, pero creen que nos vamos a poner todos histéricos o que entraríamos en pánico si nos dijeran que no tienen ni idea.
Si hay un desencanto en la clase obrera por las promesas no cumplidas, ¿partidos como VOX se aprovecharán de la situación y entonces habrá obreros que voten a la derecha? Pero eso es falta de cultura. Incluso diría de cultura general. Simplemente –casi– hay que mirar el comportamiento gestual del que te está ofreciendo trabajo y que te va a sacar de todas tus penas, cuando lo hace con pecho palomo, que le falta la lanza para encarnar perfectamente al Cid Campeador. Hay que ser muy bobo para creértelo, o ser de derechas, que es plausible, e incluso de extrema derecha, que también puede ser plausible. Incluso tener algunos ramalazos fascistas. Durante un tiempo de mi infancia estaba el careto de Franco y el careto de José Antonio [Primo de Rivera] en la fachada de mi casa puesto con una especie de tampón de metro y medio por dos metros (yo no sé cómo lo harían, supongo que con una plantilla, porque no habría ahí un tío pintando a Franco). Tú considerabas que esos eran los benefactores de la patria, porque te lo habían dicho en el colegio. Pero cuando entrabas en casa no se hablaba ni una sola palabra de esto. Entonces tenía 7 u 8 años. Cuando iba teniendo 12 ó 13 años, oía un ruido por la noche que era el ruido de un tío buscando en la radio La Pirenaica (Radio España Independiente). Mi padre murió cuando yo tenía 15 años. Un día escuché en esa radio a Paul Anka, entonces le dije: “¡Papá, ha llegado el rock and roll!”. Recuerdo que él me respondió [musita]: “Pues verás en Rusia eso...” [risas]. Era acojonante. De muy pequeñito entendí también que los libros, tan beneficiosos, eran armas cargadas de mal rollo, porque decían que no estábamos preparados para ellos, que no eran para nosotros... Entonces, cuando te enterabas de que había chavales que se habían leído Miguel Strogoff, tú decías: “¡Lo que me he perdido!”.
¿Estamos como estamos porque no estamos donde deberíamos estar? Sí, porque estamos muy equivocados. Realmente, viendo, leyendo y sintiendo, yo creo que todavía no nos hemos dado cuenta de que no podemos vivir como civilización. No tenemos dos planetas ni tres para vivir en ellos. Aparte, lo primero que nos ha enseñado esta pandemia es que necesitamos pocas cosas para vivir. Esta chaqueta que llevo es de Toni [Antonio] Miró y la hizo hace treinta y tantos tacos. ¡Y mira cómo está! ¡Impecable! Lo que quiero decir es extrapolable a todo. Es altamente desaconsejable buscar la satisfacción en el tener. Es una de las cosas más perniciosas que existen, porque siempre vas a estar insatisfecho. Si es eso lo que te llena, siempre vas a tener un hueco, porque siempre habrá gente más rica que tú, más alta y más guapa. Lo que tenían que enseñarnos en el colegio es a gustarnos. Y la admiración, que es una cosa que tampoco se cultiva. Cuando se crece en un país con necesidades parece que la mediocridad es lo que impera.
Luz Casal ha estado llamando a mucha gente que se encontraba sola. ¿Por qué esto no lo han hecho más compañeros de profesión? Eso fue estupendo, porque además, en ese sentido, cualquier cosa que hicieras era bienvenida. Hay mucha gente que lo que hizo fue hacer canciones, enrollarse, estar ahí, salir... Y también mucha gente que estaba hasta la punta de la polla de que lo tuvieran que hacer todo ellos: que sí, que estupendo, pero más rastreadores, porque no se trata de caridad, sino de justicia. Yo he tenido alguna intervención así, grabándome un vídeo y tal, pero en general podría haber sido más. El desconcierto ha sido grande, pero, en eso, chapó por Luz; es una tía con una sensibilidad estupenda que se ha puesto al servicio de la causa.
¿La tercera edad está en el ángulo muerto? Pues sí. No hay una definición más clara. Y solamente la ven [a la gente de la tercera edad] los que no tienen más remedio que verlos: su familia, los allegados... Los que tienen suerte de tener familia y allegados, claro. Pero quien tendría que abrir la panorámica es la sociedad para poder ver esos rincones donde de verdad habría que iluminar y focalizar. La gente de mi generación, digamos los que tienen 80 años para abajo, como tendría [John] Lennon, hemos tenido la suerte de no matar al padre, pero sí independizarnos de él. Aquel concepto tan decimonónico que decía Bruce Springsteen en The river: “They bring you up to do like your daddy done” [Te crían para que hagas lo que hizo tu papá]. Romper con eso fue algo importantísimo.
Que es justo lo que hace Ana, la protagonista de El blues de la tercera edad. Exacto. Es responsable de su rollo. Pero aguantar esa situación en ese estado de ánimo, como la protagonista de El blues de la tercera edad, es muy difícil. Hay mucha gente sola, que además se ha quedado sola sin querer estarlo. Es una putada que no hayamos salido en plan generacional para seguir sacándole partido a esta revolución que iniciamos y habernos convertido en viejos cachondos que ya podían haber tenido una especie de ejército de salvación de la tercera edad. Está todo por hacer, lo que pasa es que de este rollo no sabemos nada, pero es que es así toda la vida. Yo me figuro que será como un viaje de ácido, lo que pasa que más tranquilo: “¿Esta es todavía la vida que yo estoy viviendo?”.
Después de todo, los viejos rockeros nunca mueren... [Risas] Bueno, cuando hice la canción fue porque los que se estaban muriendo en realidad se quedaban. Tenían una especie de resonancia que se quedaba dando vueltas en el éter. Y, de hecho, todavía siguen, como Lennon.
¿Y los viejos madridistas? Los viejos madridistas llegarán tarde al partido.
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