_
_
_
_
_

Sam Neill: “En ‘Parque Jurásico’ todos los decorados eran naturales, ahora en el plató solo hay pantallas verdes a tu alrededor”

El actor neozelandés ha rodado más de 85 películas en 60 países. Entre ellas, la más taquillera de la historia y el mayor fracaso jamás visto. Ahora estrena en Movistar el drama familiar ‘La decisión’

Sam Neill, con mirada socarrona y vestido de Giorgio Armani.
Sam Neill, con mirada socarrona y vestido de Giorgio Armani.(Fotografía: Antonio Macarro)

Hollywood está lleno de hombres hechos a sí mismos, pero pocos en un sentido tan literal como Sam Neill. El actor irlandés considera que su primera interpretación fue a los siete años, cuando su familia se mudó a Nueva Zelanda, por una cuestión de supervivencia: el pequeño Nigel decidió fingir que era neozelandés, corregir su tartamudez y cambiarse de nombre. “Creo que en retrospectiva aquello fue una reordenación de mí mismo. Una vez escuché que actuar es fingir que eres otra persona, pero fingirlo con mucha sinceridad. Yo al principio fingía ser neozelandés, pero lo fingía con mucha sinceridad porque era un niño delgado y tartamudo llamado Nigel en un lugar en el que si sonabas como un Nigel te daban una colleja. Así que decidí dejar de sonar como un Nigel, cambié la voz y me comporté de forma distinta”, recuerda. ¿Tan mal lo tenían los Nigel en la Nueva Zelanda de los cincuenta? “Es difícil transmitir las implicaciones del nombre Nigel... no es un nombre que quieres tener cuando eres niño. Mi mejor amigo se llamaba Nigel también y nos gustaban las novelas de vaqueros, que estaban llenas de tipos llamados Sam o Bill. Pero ningún Nigel. Las únicas personas aún vivas que me siguen llamando Nigel son mi hermano y mi hermana. Y todavía me molesta”, reconoce. Y así fue como Sam Neill empezó a cumplir los sueños del pequeño Nigel.

Cuando miró de reojo las notas de un director de casting neozelandés, vio que solo había una frase escrita junto a su nombre: “Podría funcionar en papeles de homosexual”. La observación no le ofendió, pero sí le hizo comprender que no tenía futuro como actor en su país de acogida (apenas se hacía cine en Nueva Zelanda en los setenta, pero menos todavía con personajes gais) así que en cuanto consiguió su primer papel de enjundia en Australia a los 30 años, en Mi brillante carrera, dejó su trabajo y puso su casa en venta.

La repercusión internacional de Mi brillante carrera le trajo una ristra de papeles de marido (heterosexual) de actrices de carácter: de Meryl Streep en Un grito en la oscuridad, de Nicole Kidman en Calma total, de Holly Hunter en El piano. Neill ha descrito su debut en Hollywood, La caza del octubre rojo, como su experiencia menos agradable en un rodaje, pero tres décadas después matiza sus quejas: “Solo me resultó un poco extraño porque todo el equipo eran hombres y yo estoy acostumbrado a trabajar con muchas mujeres. Fue como estar en un equipo de fútbol”. Protagonizar Parque jurásico sería el equivalente a ganar la Champions. En 1993, Neill explicaba su perplejidad ante la pericia de interactuar con dinosaurios que no estaban ahí y serían añadidos digitalmente después. Hoy esa es la nueva normalidad en Hollywood y, comparada con los blockbusters actuales, Parque jurásico parece arte y ensayo. “Al menos entonces teníamos marionetas gigantes, aunque en otras escenas la única referencia a la que teníamos que mirar era una pelota de tenis atada a un palo que Steven Spielberg sujetaba e iba moviendo. De hecho, en Parque jurásico todos los decorados eran naturales, pero ahora entras en el set y solo hay pantallas verdes a tu alrededor. Te ponen en una plataforma verde y tienes que imaginarte todo lo que será añadido digitalmente después. No es muy divertido. Yo lo odio un poco”, confiesa.

Sam Neill
Antonio Macarro

Tiene que ser algún tipo de récord haber protagonizado la, en su día, la película más taquillera de la historia (Parque jurásico) y dos décadas después uno de los fracasos más ridiculizados. United Passions era un proyecto de vanidad con el que la FIFA pretendía contar en clave épica su propia historia, pero su estreno coincidió con un escándalo de corrupción que culminó con la destitución de su presidente Sepp Blatter. “No voy a decirte nada malo sobre Sepp, ¿eh?”, avisa el actor entre risas. “Fue hilarante. Rodamos en lugares preciosos, el director era encantador, todos los actores eran encantadores. La FIFA nos pagó muy bien. Nos pagaron muy bien”. Por supuesto que lo hicieron. Las risas se vuelven carcajadas mientras el actor añade que a él ni siquiera le interesa el fútbol. ¿Se lo comentó a los de la FIFA? “Habría sido maleducado decírselo a ellos. Pero estuve con Sepp Blatter un par de veces y me pareció un hombre fascinante que contaba historias increíbles. Le pregunté qué tipo de hombre era Joao Havelange, su mentor [y presidente de la FIFA entre 1974 y 1998, al que Neill interpretaba en la película] y me dijo ‘cuando Havelange entraba en una habitación, la temperatura bajaba diez grados’. Me pareció fantástica esa observación, muy perspicaz. Joao Havelange me pareció un personaje bastante interesante. Y el sueldo era bueno”. Ya ha repetido esto último tres veces, así que debió de ser realmente bueno. Las carcajadas empujan al actor a recostarse en la silla. “Por cierto, ¿cómo de malo es ese título? Pasiones unidas. ¿A quién se le ocurrió? Además, es una distinción estar en uno de los fracasos más caros de la historia”, bromea. United Passions, vilipendiada por la crítica como un panfleto de propaganda, ostenta el récord de la peor recaudación en el primer fin de semana en Estados Unidos: 848 euros. Las pérdidas totales ascendieron a 25 millones, pero Sam Neill salió de aquella debacle con su prestigio intacto y una inyección de capital para sus viñedos. Él es el la quinta generación de Neills que se dedica al vino, pero el primero en cultivarlo (antes de él, su familia trabajó en el comercio de vino durante 150 años): “Me fascina el vino, su proceso de crianza y la cultura que lo rodea. Y eso ha sido... no lo llamemos ‘pasión’, que no le tengo demasiada estima a esa palabra, pero es algo que encuentro muy atractivo”, explica.

Aquel 1993, el año de Parque jurásico y El piano, no se le subió a la cabeza porque desde sus inicios ha sido consciente de que siempre habrá alguien más de moda que él. Con el cheque de Spielberg plantó su primer viñedo, ahora tiene cuatro y cuando no está rodando una película está en su granja, con sus uvas y sus cerdos. “Ya que antes hablábamos de El piano, acabo de terminar un rodaje con Anna Paquin. La conocí con nueve años y ahora es la productora y la estrella de esa serie. Es mi jefa. Pues uno de los actores jóvenes me pidió consejo y le dije ‘mira, no es que mi consejo sea válido pero lo que me ha resultado útil es no identificarme a mí mismo como un actor. Me veo como alguien que vive, y vive bien, de actuar. El problema de decir ‘yo soy un actor’ es que cuando no estás actuando ¿qué eres? Eres el caparazón de un insecto que ha sido reemplazado. Esta profesión tiene muchos altos y bajos, así que mi segundo consejo es que encuentres otra cosa que hacer”, concluye. Sus vídeos con los animales de su granja, que incluyen una gallina llamada Meryl Streep, una vaca llamada Helena Bonham Carter y una oveja llamada Susan Sarandon, causan sensación en redes sociales.

“Ya no disfruto Twitter tanto como antes”, aclara. Lo cierto es que nadie disfruta Twitter tanto como antes. “Hay mucha gente gritándose, se suponía que Internet iba a acercarnos como comunidad y lo que está ocurriendo es que hay más sitios donde tratar mal a los demás”, lamenta. ¿Pero quién querría tratar mal a Sam Neill? “Prefiero Instagram, aunque nadie me ha enseñado cómo se usa ni cómo encontrar a la gente o etiquetarla. Pero me gusta que se puedan escribir textos más largos. Ah y Facebook. Odio Facebook”, exclama. Su nuevo pasatiempo virtual es charlar a diario con los compañeros de su última película, La decisión, que abrieron un grupo de WhatsApp durante el rodaje del que ninguno ha querido irse.

En La decisión, Neill interpreta, claro, al marido de una actriz de carácter, Susan Sarandon (la humana, no la oveja), durante la última reunión familiar de la matriarca antes de su muerte. Se trata de un remake de la danesa Corazón silencioso, escrito por el mismo guionista de aquella pero dirigido por el británico Roger Mitchell con un reparto de americanos (Sarandon), ingleses (Kate Winslet), australianos (Mia Wasikowska) y neozelandeses (Neill). Una auténtica cumbre de pasiones unidas. “Ninguno de nosotros quiso ver la película original. En mi caso, no quería ver a otro actor hacer el mismo papel mejor que yo. Nos convertimos en una familia loca y especial, con muy buenos actores y ninguno comportándose como una estrella ni nada parecido”, admira. Su personaje se pasa la película conteniendo sus emociones para “mantener un orden, cierto civismo, y que las cosas no se derrumben”. Suena a una actitud muy británica, quizá por influencia del director. “Correcto, así es”, coincide, “si se tratase de una familia española las cosas saldrían de forma diferente”.

Sam Neill presume de haber hecho muchas películas (87, la próxima será Jurassic World: Dominion) y en muchos países (60) pero está aún más orgulloso de haber hecho muchos amigos. “Soy una persona muy poco competitiva, me alegro cuando a los demás les va bien. No me preocupa. Y conozco gente que se deja consumir por pensamientos como ‘las cosas no están saliendo bien’, ‘no me dan mi gran oportunidad’ o ‘le han dado el papel a otro’. ¿A quién le importa? A mí me da igual”, asegura. Dice que en lo único que nota el paso del tiempo es que, como le van dando más papeles de abuelo, ahora le piden que se ponga el pijama en las escenas de cama en vez de aparecer desnudo. Considera que sus viñedos son el proyecto más grandioso de su vida y por eso reinvierte todas sus ganancias en ellos en vez de comprarse un avión privado o un yate. Y no tiene la menor curiosidad por imaginar cómo habría sido su vida si el (desastroso) casting para 007: Alta tensión (que se puede ver en YouTube) le hubiera atado a James Bond durante un puñado de películas en los 80. Él ha bromeado que cada vez que le preguntan por aquel casting siente ganas de suicidarse, que aprendió la lección de no volver a dejarse convencer por su agente y que habría sido un Bond lamentable. Quizá de haber conseguido el papel no le habría quedado más remedio que aceptar el título de Sir, que él ha declinado en varias ocasiones. ¿Lo aceptará algún día? “No”. ¿Tan seguro está? “Es solo un título. Y me ha costado mucho hacerme un nombre, Sam Neill, como para cambiarlo ahora”.

Puedes seguir ICON en Facebook, Twitter, Instagram,o suscribirte aquí a la Newsletter.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_