“Existir no debería ser un acto político”: nueve historias de Orgullo LGTBI en tiempos de retroceso
Dos modelos que viven su relación lésbica en TikTok, un cantante de reguetón gay o un nuevo icono ‘drag’ relatan cómo la construcción de sus identidades les enfrentó a las grandes convenciones sociales
El desembarco de la ultraderecha en varios de los poderes autonómicos se ha traducido, en pleno clímax del mes del Orgullo LGTBI, en un torbellino de afrentas, cuando no directamente ataques, contra el colectivo. Vox ha cargado contra la exposición de la bandera del arcoíris en edificios públicos y de hecho esta no ondeará en los ayuntamientos donde gobierna junto al Partido Popular. El líder del partido ultra, Santiago Abascal, reiteró el miércoles en TVE la condición marginal que tiene, para ellos, esta celebración multitudinaria: recordó que él no irá a la manifestación porque es heterosexual (el apoyo heterosexual es fundamental en las manifestaciones de todo el mundo) y que, es más, muchas personas LGTBI tampoco la celebran. La policía ha aumentado el número de agentes que acuden a esa cita en Madrid —lo harán 3.726 efectivos, el doble que el año pasado—, visto el peligro homófobo en el ambiente. Hay que remontarse a tiempos previos a la aprobación del matrimonio igualitario en 2005 para encontrar embestidas tan crudas y frontales desde el poder y las calles a los derechos LGTBI; una tendencia mundial (y virtual) que prende ahora en España, tras las elecciones del 28 de mayo, con el fervor de un relevo ideológico medio consumado y con la promesa de más por llegar a finales de julio.
Sin embargo, las calles siguen ocupadas por el mismo porcentaje de personas LGTBI; gente o bien no heterosexual o que no se encuentra dentro de las convenciones clásicas del género; personas perfectamente normales, en fin, fuera del espectro normativo. Lo que sigue es una muestra de nueve de ellas. Menores de 28 años, todas tienen en común el examen al que han sometido su propia identidad, sin apoyarse en etiquetas ni en precedentes y más allá de grupos sociales. Para algunos, esta investigación ha concluido; para otros, sigue su curso, así permanecerá toda su vida. Algunas de sus historias ocurren a través de la música; otras, por las redes sociales. Algunas con algo tan privado como un corte de pelo o tan público como una performance en drag a lo largo y ancho de los medios españoles; todas en un mundo mucho más amable y tolerante que el que, hoy, las ve desarrollarse.
Richard y David: “Si por ser afeminado y no seguir las normas tengo que renunciar a ser hombre, prefiero decir que lo soy y romper con lo estereotípico”
Richard (Hungría, 21 años) y David (Valencia, 20) crecieron, como otros hombres blancos del colectivo, en un mundo donde el matrimonio igualitario ni se cuestiona y la representación LGTBI (las dos primeras siglas, al menos) se da por hecha. Pero ese no es necesariamente el mundo en el que viven. El suyo, el que están creando, es un mundo donde las etiquetas son algo que cuestionar e incluso desdeñar. “¿Pronombres? Lo uso todos”, explica Richard. “No me gusta decir tú eres esto, tú eres lo otro. Soy solo yo y ya está. Soy no binario y a la vez binario, es mucho más fluido… aunque tampoco quiero decir que sea género fluido. Soy yo. A secas. Si me dicen que soy gay, me suena a que soy un hombre súper afeminado, que se mueve así, que habla así. Y lo soy y lo hago pero no porque sea gay, sino porque yo soy así”. Richard está a punto de cumplir un año como novio de David, a quien conoció en Tinder. David también conoce los desvelos que puede causar una etiqueta. “Supongo que me considero hombre, pero estuve una época sin dormir por eso”, suspira. “Al final dije que si por ser afeminado y no seguir las normas tengo que renunciar a ser hombre, pues prefiero decir que lo soy y romper con lo estereotípico”.
Carlota Marco y Luana del Vall: “Oye, que las lesbianas también pueden ser dos pijas que te encuentras por la calle”
De pequeña, Carlota Marco (21 años) pensaba sobre el hecho de ser lesbiana cosas que, dichas hoy, eran terribles. “Escribía en mi diario que en realidad lo hacía para llamar la atención”, cuenta “¿La atención de quién? ¿Las voces en mi cabeza? Porque no se lo estaba contando a nadie”. El ambiente en que Carlota creció no era el mejor, ella misma lo dice. “Oía barbaridad tras barbaridad”. No era cosa de su familia, aunque esta era católica y no tenía televisión (su abuelo “era el tipo que decía que siempre ha habido homosexuales y nunca ha pasado nada”). Lo que Carlota no venía amigable era la calle: “Ir a una fiesta con un amigo, Santiago, súper pijito, gay que se veía a leguas. Lloraba en todas las fiestas porque ocho pavos venían a decirle que era un maricón de mierda”.
Hoy, sin embargo, miles de chicas tienen a Carlota Marco como referente lésbico. Ella es modelo y tiene 30.000 seguidores en TikTok; su novia desde el pasado octubre, Luana del Vall, 60.000. “Empezamos a subir vídeos juntas y, efectivamente, empezaron a tener éxito”, explica Luana. “Nos escriben niñas de edad de estar en la escuela… Tenemos una relación súper sana con ellas. No somos las típicas lesbianas mega normativas, porque las dos somos híper femeninas y muchas veces en los medios no se ha proyectado tanto esa imagen de: ‘Oye, que las lesbianas también pueden ser dos pijas que te encuentras por la calle”. Carlota, que conoce bien los gruñidos de una turba homófoba (“son animales, literalmente bestias”), reconoce que, aunque el Orgullo no le representa (“no me siento nada cómoda, lo noto muy masculino”, dice) ser referente es una forma de activismo. Y que, con su historia y con su imagen, ella aporta un mensaje poderoso: viene de donde viene y, ahora, un año fuera del armario (”le pongo un 10 sobre 10″) nota una conclusión que transmite en sus vídeos: “La Carlota de pequeña es la Carlota que es ahora, no la que había entre medias”. El poder de salir del armario es tan simple como eso.
Yenesi: “No creo que existir deba ser un acto político. Debería ser un acto artístico”
“He sobrevivido, más que he vivido”, es cómo Álvaro Suárez (San Juan de la Arena, Asturias, 22 años), Yenesi para los muchos miles que la conocen, resume los últimos meses de su vida. El año pasado, los vídeos que subía a Twitter haciendo imitaciones empezaron a hacerse notar; al poco, tenía canciones propias de techno hardcore (Yenesi, La rave del amor y una versión, Sin ti nada es igual) y estaba cantando por ahí, incluso haciendo de telonero de Samantha Hudson (para ella, su madre drag) y desfilando por las cabeceras por las que hay que desfilar para ser alguien en 2023: Playz, La pija y la quinqui, Las Tentaciones Aftershow...
Hoy resulta imposible imaginar la cultura LGTBI de nuevo cuño en España sin esta performer, todoterreno a su pesar y emblema de la nación que, un día, tal vez no muy cercano, podríamos ser: una, amable y libre. “No he tenido ningún problema de homofobia”, explica al describir una infancia razonablemente feliz. Eso ha contribuido a imaginar las posibilidades que tenemos por delante. “No creo que existir, expresarte como quieres, deba ser un acto político. Debería ser un acto artístico”. Y ahí, sigue, cabemos todos. “Por ejemplo, me considero una persona no binaria. Últimamente estoy más a gusto con una imagen menos extremadamente femenina de la que he buscado en algunos momentos. Este no es un ejercicio exclusivo de las personas LGTBI. Muchas veces las personas heterosexuales también están perdidas y pueden sentirse no identificadas con la imagen que tienen. Mismamente, una persona que ha vestido como un pijo toda su vida y de repente se siente más cómodo no embutido en un traje, sino en un chándal. Pues a lo mejor es un poco eso también”. También es un poco que puedan surgir caras nuevas con cosas nuevas que decir.
Alfonso de la Cruz: “Puedo servir como desahogo para gente que no lo tiene”
“Nene, me dañaste la mente / Yo no quería nada nada y quiero contigo”, canta una voz masculina. Quítate la ropa, el nuevo tema de La Cruz, es uno de los poquísimos, de los primeros, temas abiertamente gais de un género tan históricamente cultivado por machos como el reguetón. “¿Cuántos artistas no han cogido referencias del colectivo LGTBI para crear proyectos musicales?”, se defiende el cantante, Alfonso de la Cruz (Caracas, 27 años), que ya provocó un revuelo en la edición de OT en 2018 cuando admitió, de pasada, que era un hombre gay.
Para él, defensor acérrimo del poder del mainstream y del alcance del Orgullo (“No me pierdo uno, todos tenemos que salir de casa para manifestar el amor”), incluir su homosexualidad en su música era algo que solo podría traerle ventajas. “Puedo servir como desahogo para gente que no lo tiene, gente incluso que no puede cantar canciones para otros chicos”, explica. E, incluso, al final, todo sirve para expandir la ventana de aceptación pública. Como él mismo describe tras una sonrisa de alta gradación: “Si tú das un mensaje bien dado, creo que, aunque no te guste el género al que va dirigido, te lo comes con patatas”.
Agazu: “Ideológicamente soy mujer pero, cuando me preguntan con qué me identifico, no sé qué contestar”
“Mi pecho simplemente no formaba parte de mí. Tenía una disforia brutal. No puedo ver fotos de antes. Ni vídeos ni nada. Lo he eliminado, de hecho, de mi memoria. Para mí siempre estuvo así”. Agazu (Bélgica, 23 años) habla despacio, como si cada palabra tuviera su propio campo gravitatorio. Lleva 15 años en España, en Pontevedra, y ha dedicado buena parte de ellos a descubrir su propia identidad, de género y de todo lo demás. Lo hace por la vía crítica: es decir, sin seguir caminos trazados previamente. Una identidad de género no tiene que ser necesariamente algo ya visto. “No me identifico con nada. Me cuesta, de hecho, responder a esas preguntas”, explica. A la pregunta de con qué se identifica más, responde: “Ideológicamente soy mujer pero, cuando me preguntan con qué te identificas, no sé qué contestar. Con mis parejas sexuales, de repente, soy hombre. O no. ¿sabes?”.
La cara de Agazu es la suya y la de nadie más, pero las incontables personas que se encuentran en viajes similares de autodescubrimiento, donde solo vale lo que el cuerpo dice que vale, pueden verse reflejadas en ella. En noviembre del año pasado, se Agazu se operó el pecho, pero no para proyectar una imagen más masculina, sino más suya. “Antes no me cortaba el pelo, lo quería largo siempre. Un día de locura, dije, venga va. Corté, me rapé y dije: ‘Ya está’. En cuanto me voy mi madre me dijo: ‘Estás mucho más guapa así”. No todo el camino ha sido fácil. Le ha tocado tragar con algún insulto, acostumbrarse, y pensar en el futuro. “A lo largo de mi vida, he escuchado cosas, he vivido cosas. Ahora me da más igual”. Pausa. Otro campo gravitatorio. “Nos queda tanto camino por recorrer”.
George y Teodor: “Ahora sé que puedo bajar la guardia. Ahora sé que la sociedad me acepta”
Teodor Stoyanov (Bulgaria, 20 años) no puede pronunciar la erre fuerte de, por ejemplo, reparador. Ese ha resultado ser un rasgo esencial en su vida. Hace tres años, George Gogr (Bulgaria, 23 años) estaba con una amiga, ideando cómo sería su novio ideal. Que fuera Escorpio. Que tuviera pelo oscuro y ojos azules. Músico. “Y mi amiga dijo: ¿no sería muy mono si de repente no pudiera pronunciar una letra?’. Y dije, pues la erre. Porque es muy raro: todo el mundo en Bulgaria la puede pronunciar y, si de pequeño no te sale, te mandan al foniatra”. Una semana después de aquella conversación, Teo y George se conocieron y se enamoraron prácticamente en el acto. La cuestión de la erre fue más determinante que el hecho de que George sea una persona no binaria con más querencia por las estéticas tradicionalmente femeninas. Teo, que había salido del armario apenas unas semanas antes, aprendió una poderosa lección: no tuvo que hacer ningún ajuste para estar con una persona que, para otros, entra dentro del espectro de diferente. “Hay cosas que llega un punto en que te dan igual”.
Las demandas de un colectivo sin caras son, a veces, solo eso, números y listas sobre una cuadrilla de Excel o un papel. Es cuando se les pone un nombre, un apellido, un rostro y una historia que todo cambia. Esta pareja, que acaba de instalarse en España (dicen que es un país más acogedor que el suyo) tras una racha en Londres, lo han visto en sus carnes, al posar en sus cuentas de Instagram: cuánta gente les aplaude. Pero sobre todo lo han visto en una persona. “Mi padre no era una persona tolerante”, alerta George. “Era el padre más tradicional, conservador y búlgaro del mundo. Hoy es una persona totalmente distinta. Se mudó a Londres con nosotros para pasar más tiempo con mi hermana y su hijo, que acababa de nacer, y, al estar con nosotros, empezó a ser una persona más luminosa, más dispuesta a aceptar. Y empezó a quererme. Y de repente fue como: ‘Joder, estoy súper agradecido por ese amor. Es tan especial’. No tenía ni idea. Ahora sé que puedo bajar la guardia con él. Ahora sé que la sociedad me acepta”.
Realización: Tobias. Maquillaje y peluquería: Lucas Margarit (Another Artist). Asistente de fotografía: Mario del Val. Asistente de maquillaje y peluquería: María Limón (Another Artist). Casting: Sky Division.
Puedes seguir ICON en Facebook, Twitter, Instagram,o suscribirte aquí a la Newsletter.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.