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Ni de gandules ni solo de españoles: la ciencia avala la siesta como una necesidad biológica

Aunque España no ha sido tradicionalmente un país proclive a la ciencia, resulta que en esto de la siesta nuestras costumbres son las recomendadas por los científicos del sueño

La siesta, el invento español más exportado tras la fregona: un hombre disfruta de una a la sombra de los árboles en un parque de California.
La siesta, el invento español más exportado tras la fregona: un hombre disfruta de una a la sombra de los árboles en un parque de California.Getty
Sergio C. Fanjul

Cuando el escritor Miguel Ángel Hernández (Murcia, 1977) estuvo como investigador en una universidad estadounidense le pusieron un sofá en su despacho (probablemente el mejor despacho que ha tenido nunca, por cierto). Era para que se echase la siesta. Esta costumbre tan española era respetada por sus colegas del otro lado del charco, aunque debajo de ese respeto había algo de sorna y desconfianza. El propio Hernández trataba de luchar contra ese estigma soterrado tratando de ser muy activo en sus tareas, publicando artículos, participando en foros… Como si tuviese que demostrar que, aun echando la siesta, no era un vago ni un maleante.

Hernández es un experto siestero y acaba de publicar el pequeño libro El don de la siesta. Notas sobre el cuerpo, la casa y el tiempo (Anagrama) donde reflexiona y defiende esta forma de dormir, después de comer, que le produce placer y curiosidad. Y que puede ser vista como una forma de resistencia. “Un acto de resistencia es todo aquel que contraviene una lógica hegemónica. Y esa lógica hegemónica en nuestros días es el ‘aprovechamiento’ constante de todos los minutos del día. Aprovechar el día para producir lo máximo posible, pero incluso, cada vez más, para ‘gozar’, eso sí, del modo en que el sistema nos impone”, explica el autor.

La siesta serviría así para ir contra esa lógica y recogernos a solas con nosotros mismos, volviendo a prestar atención a nuestros cuerpos y los ritmos naturales. Dormir no solo como necesidad para recargar las pilas, sino como un placer. Es difícil imaginar a alguien que se echa una siesta con pijama y las persianas bajadas como un rebelde con causa, pero, en cierto modo, lo es. “Lo que ocurre es que cada vez más el sistema está buscando los modos de ‘parchear’ ese fallo e integrar la siesta –como todo lo demás– en las lógicas de productividad y consumo”.

Bill Clinton echa una siesta en un avión de Iowa a Chicago durante la campaña presidencial de 1992.
Bill Clinton echa una siesta en un avión de Iowa a Chicago durante la campaña presidencial de 1992.Ralf-Finn Hestoft (Corbis via Getty Images)

En efecto, lejos de esta rebeldía del siestero romántico, algunas empresas han incluido la siesta en sus lógicas productivas, como es el caso de las fábricas de la empresa de alimentación El Pozo, en las oficinas de Google en Nueva York o en la sede de Huawei de Shenzen. Y se registran aumentos en la productividad de los empleados. Incluso se han visto establecimientos urbanos dedicados a proporcionar a los ciudadanos un lugar reposado para dormir la siesta con todas las comodidades en medio de la jungla del asfalto.

La siesta científica

Aunque España no ha sido tradicionalmente un país proclive a la ciencia, resulta que en esto de la siesta nuestras costumbres son las recomendadas por los científicos del sueño. “Dentro de nuestro cerebro hay un pequeño grupo de células que son nuestro reloj biológico, es el núcleo supraquismático del hipotálamo”, expone el doctor Eduard Estivill, director de la Clínica del sueño Estivill. “Está programado para que, durante 24 horas, tenga dos momentos de necesidad de sueño”. La necesidad principal de sueño es la del sueño nocturno. Pero, unas ocho horas después de despertarnos, llega el otro momento de necesidad, un sueño corto que, ojo, no tiene que ver con haber comido, sino con estos ritmos corporales. Ese sueño es la siesta. Siesteros del mundo: la ciencia os avala.

No dormir la siesta puede incluso llegar a acortar nuestra vida, según explica el neurocientífico Matthew Walker en su libro Por qué dormimos (Capitán Swing). Un equipo de investigadores de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard decidió cuantificar las consecuencias de dejar de dormir la siesta: las personas estudiadas durante un periodo de seis años que dejaban este sueño a mitad de la jornada elevaban su riesgo de muerte por enfermedad cardiovascular en un 37%. En el caso de los trabajadores, era de un 60%.

Aunque en los países llamados desarrollados prima el sueño monofásico (solo de noche, de unas siete horas), otras culturas donde ha llegado la electricidad siguen durmiendo sus buenas siestas. Por ejemplo, algunas tribus cazadoras-recolectoras, como los gabras en el norte de Kenia o los san en el desierto de Kalahari. Y, como hemos visto, la necesidad de siesta no es una cuestión cultural, sino biológica.

La modernidad ha desbaratado los hábitos de sueño que dicta la naturaleza. “Hubo un tiempo en que nos íbamos a la cama al anochecer y nos despertábamos con las gallinas”, escribe Walker. “Ahora muchos de nosotros seguimos despertándonos a la hora de las gallinas, pero el anochecer es simplemente la hora en que terminamos el trabajo en la oficina, quedándonos todavía por delante muchas horas de vigilia”. La ausencia de siesta contribuye también a la creciente falta de sueño. El mundo ya no se detiene después del almuerzo, los horarios de oficinas y establecimientos son continuos.

Los gatos adultos duermen hasta 16 horas diarias repartidas en diferentes siestas y sueños. En la imagen, un gato callejero de Venecia descansa en un alféizar.
Los gatos adultos duermen hasta 16 horas diarias repartidas en diferentes siestas y sueños. En la imagen, un gato callejero de Venecia descansa en un alféizar.Jean-Erick PASQUIER (Gamma-Rapho via Getty Images)

¿Por qué dormimos (o dormíamos) la siesta en España y no en otros países? “No es porque seamos unos gandules, es porque, culturalmente, en los países latinos hemos escuchado siempre las necesidades de nuestro cuerpo”, dice el doctor Estivill. “El uso de estimulantes como el café o el té ha sido un invento de los países anglosajones: solo hay que ver a que hora se toman tradicionalmente estas drogas”.

La siesta perfecta

Para dormir una buena siesta no hace falta una buena cama ni un buen pijama (aunque ambas cosas den mucho gusto): como se trata de un sueño corto y superficial, se puede dormir la siesta en un sofá, en un sillón, en un banco del parque (aunque esté tan mal visto) o tumbado en la hierba. ¿Quién no ha intentado echar un sueñecito reclinado sobre su mesa de trabajo? Resulta algo incómodo, pero a veces no hay otra opción.

En cualquier caso, “es importante que la siesta no sea un sustituto del sueño nocturno”, dice el doctor Estivill, “y que no se alargue demasiado: dormir es como ir bajando peldaños de una escalera y si se duerme más de 20 minutos, 30 como máximo, podemos entrar en fases de sueño profundo”. Luego se pagan las consecuencias: despertares pesados, pesadillas inquietantes, un regreso accidentado a la realidad. “Yo esto lo supero (y lo digo sin ninguna base científica) volviendo a desayunar (o merendar): café y tostadas. A la media hora ya volvemos a ser personas. Y el día ha vuelto a comenzar”, apunta Miguel Ángel Hernández.

La experiencia de la pandemia, que nos hace vivir más centrados en el hogar y más pendientes de nuestro cuerpo, ¿puede revalorizar la fama de la siesta en nuestra sociedad? “Por un lado, sí, es 'tiempo de siestas”, dice el escritor. “En este tiempo extraño nuestro hogar se ha hecho más presente, igual que nuestra biología –nos concebimos todos como más frágiles–. Pero, por otro, existe el peligro de que el teletrabajo introduzca definitivamente los ritmos de la oficina y la pulsión productiva en el ámbito doméstico, y eso desbarate del todo nuestra intimidad, convirtiendo el tiempo que teníamos para nosotros en tiempo para los otros”.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

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