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Matt Mullican, el artista que odia el dinero: “Es lo peor. Lo que llega rápido se va rápido”

El estadounidense, afincado entre Berlín y Nueva York, es uno de los artistas contemporáneos más prestigiosos de su generación. Ahora acaba de inaugurar tres exposiciones en la barcelonesa ProjecteSD y las madrileñas 1 Mira Madrid y Mai 36

Ianko López
Retrato de Matt Mullican. Cortesía de 1 Mira Madrid.
Retrato de Matt Mullican. Cortesía de 1 Mira Madrid.

El artista Matt Mullican (Santa Mónica, Estados Unidos, 1951) odia el dinero. “El dinero es lo peor”, enfatiza. “Ese es el problema de ser artista hoy en día, que todo va sobre el dinero”. Y recuerda la historia de un colega que en los años ochenta tuvo una caída tan fulminante como su ascenso. “Era un it boy que estaba vendiendo obras por 50.000 dólares, ya sabe, Leo Castelli y todo eso”, relata. “Y en solo un año colapsó, y terminó trabajando de lavaplatos en un restaurante antes de irse a Texas para hacerse profesor. Lo que llega rápido se va rápido. Mi carrera, en cambio, siempre ha sido estable”. Afincado entre Berlín y Nueva York, es uno de los artistas contemporáneos estadounidenses más prestigiosos de su generación, aunque, como él mismo apunta, en Europa se le conoce mucho más que en su país natal. “Siempre me sorprende cuando aquí me dicen lo importante que soy, porque en Estados Unidos no es así”, admite. “Pero es que el artista americano más importante es Andy Warhol. Me encanta su trabajo, pero no tiene nada que ver conmigo. A mí me interesa preguntarme dónde estaba antes de nacer, y lo que ocurrirá después de que me muera. Me gusta salir por ahí con filósofos. Emborracharse con filósofos es algo muy divertido. Y con arquitectos. En todo caso, mi cosmología no es americana”.

Obra de Matt Mullican: 'Untitled (City and Light Patterns)', 2014.
Cortesía de Mai36.
Obra de Matt Mullican: 'Untitled (City and Light Patterns)', 2014. Cortesía de Mai36.ROBERTO RUIZ

De esa cosmología –en la que al artista se representa en escenas místicas y espirituales– dan buena cuenta las tres exposiciones que ha inaugurado casi simultáneamente en sendas galerías españolas, la barcelonesa ProjecteSD y las madrileñas 1 Mira Madrid (donde tiene lugar esta entrevista, durante el montaje) y Mai 36 (cuya sede original está en Zúrich, y que el año pasado abrió una sala en Madrid). Una situación inhabitual que confirma que Mullican es un artista importante, que goza de un enorme prestigio en los circuitos más sofisticados del arte contemporáneo. La muestra de Mai 36 se centra en obras de grandes formatos, mientras que las de 1 Mira Madrid y ProjecteSD giran en torno a la figura del círculo, que tradicionalmente ha simbolizado conceptos abstractos como la perfección, la divinidad o la eternidad. “Es el signo de los signos”, resume Mullican. “Hasta hace poco no me di cuenta de lo importante que es el círculo en mi obra, y fue porque la gente me lo hizo notar. Supongo que tengo una inclinación natural”. En 1 Mira Madrid coloca los dibujos sobre paredes pintadas con colores intensos, un tipo de montaje muy arriesgado que antes solo había realizado unas pocas veces, pese a la importancia simbólica del color en su obra. “Los colores lo cambian todo, porque para mí el color tiene significado. El verde es lo material; el azul es el mundo exterior; el amarillo el mundo encuadrado en la cultura, como un teatro; el negro sobre blanco es el signo; y el rojo es lo subjetivo. En esos cinco mundos se resume mi trabajo desde los años ochenta″.

Obra de Matt Mullican: 'Untitled (Tintin World framed to Elements in Center)', 2018.
Cortesía de Mai36.
Obra de Matt Mullican: 'Untitled (Tintin World framed to Elements in Center)', 2018. Cortesía de Mai36. ROBERTO RUIZ

Signos, banderas y pancartas han sido una constante en su obra, pero él asegura que no es un artista político: “Mis banderas son políticas, pero yo no lo soy. Aunque me interesa la política, no diría que soy un artista político. Todo admite múltiples interpretaciones, porque lo que sí soy es un artista complejo. Una vez, en Berlín, hice una instalación con unas banderas enormes que eran rojas, negras y blancas, y señalaron que esos son los colores fascistas. Pero también son los colores del peligro, porque se ven desde lejos. Y las banderas también sirven para unir a la gente en torno a una identidad, un país, un barrio, una escuela. Sirven para conectar”. Como embajador de la cultura estadounidense en Europa, no es optimista sobre las consecuencias que pueda tener la reciente elección de Donald Trump como presidente de su país: “Da miedo. Pero es imposible saber qué ocurrirá. Yo llevo trabajando en Europa desde 1981, y en ese tiempo he pasado por todo, por la etapa Reagan, por los dos Bush, y por la primera legislatura de Trump. De nuevo, no pertenezco allí por completo. Además, mi madre era venezolana, así que soy medio latino”.

Vista de la exposición de Matt Mullican en la galería madrileña Mai36.
Vista de la exposición de Matt Mullican en la galería madrileña Mai36.ROBERTO RUIZ

Su historia familiar merece un apartado específico. La madre de Mullican era la artista venezolana Luchita Hurtado (1920-2020), que pasados los 90 años, tras una larga carrera que había pasado desapercibida, se convirtió en una estrella internacional gracias a su “redescubrimiento” por la poderosa galería Hauser & Wirth, en la línea de otras mujeres artistas de su generación, como Carmen Herrera o Etel Adnan. ¿Justicia poética o maniobras del mercado? Para Mullican, una cosa no impide la otra: “Ya sabemos que el mercado es insaciable, pero es verdad que ella lo merecía. Por otro lado, tuvo una vida estupenda, y fue muy feliz. Conocía a todo el mundo, a Duchamp, a De Kooning, Rothko, Isamu Noguchi. También, como ella sí era una artista política, decidió utilizar ese poder que obtuvo de pronto para apoyar las causas en las que creía, sobre todo las medioambientales”.

En cuanto a su padre, no era el que le asignaron al nacer. Durante sus primeros años de vida, Matt Mullican se llamó Matthew Paalen, y oficialmente era hijo del surrealista austriaco-mexicano Wolfgang Paalen, segundo esposo de su madre. Pero su padre biológico era otro artista, el estadounidense Lee Mullican, amigo de la pareja. Cuando Matt tenía ocho años, Wolfgang Paalen se suicidó en Taxco, México. Entonces su padre biológico lo adoptó y se casó con su madre, que aportaba además un hijo de su primer matrimonio con el periodista chileno Daniel de Solar (otro hijo había fallecido). Después llegaría un cuarto hermano, el cineasta John Mullican. La familia se afincó en la ciudad de Los Ángeles, aunque para Matt Mullican fue decisivo el año, entre 1959 y 1960, que pasaron en Roma, donde su padre había obtenido una beca: “Aquello cambió mi vida. Me di cuenta de que ya no era simplemente un chico del sur de California”.

Una selección de las obras de Mullican que giran en torno a la figura del círculo, que tradicionalmente ha simbolizado conceptos abstractos como la perfección, la divinidad o la eternidad.
Una selección de las obras de Mullican que giran en torno a la figura del círculo, que tradicionalmente ha simbolizado conceptos abstractos como la perfección, la divinidad o la eternidad.

— ¿Fue entonces cuando decidió quería ser artista?

— Primero dije que quería ser arqueólogo, influido por lo que veía en Roma. Pero después, de adolescente, cuando la gente me preguntaba qué quería ser de mayor, yo decía que artista comercial, lo que a mis padres les pareció una gran idea. Y creo que hoy estoy en medio de ambas cosas. Pero fue con unos 16 años cuando me planteé seriamente que quería ser artista.

Estudió en el California Institute of the Arts, conocido como CalArts, donde uno de sus profesores fue John Baldessari, pionero del arte conceptual. En aquel entorno altamente competitivo, experimentó la presión por generar nuevos conceptos. “Todos buscábamos the next thing, lo siguiente, después de que otro artista, Lawrence Weiner, hubiera dicho que la obra de arte no hay ni que producirla para que exista. ¿Cómo superar eso? Entonces pensé que lo que quería probar que las figuras de los cuadros y los dibujos tenían vida. Un dibujo de un cielo existe como objeto material, como papel y tinta. Pero a mí lo que me interesaba era lo que estaba representado en el papel. Quería olerlo. No oler la tinta, oler el cielo”.

Obra de Matt Mullican. Cortesía de ProjecteSD, Barcelona.
Obra de Matt Mullican. Cortesía de ProjecteSD, Barcelona.

Para eso recurrió a la hipnosis, que empezó a utilizar en performances públicas desde 1973. En ellas se sometía a un proceso de autosugestión en el que adoptaba otra identidad –That Person, “Esa Persona”– que entraba en las obras y describía al público lo que veía y sentía. Gracias a ese alter ego pudo tratar temas como el amor o la belleza, que antes se le resistían por su complejidad. “Mis hijos me llaman Rat Face (”Cara de rata”) cuando estoy bajo hipnosis. En cierto modo me convierto en un psicótico, al disociarme de la realidad. A veces es vergonzoso, y parte del público asiste como si estuviera en el Saturday Night Live, y otra parte lo pasa mal. Hasta tal punto me pongo en situaciones vergonzosas que podría llegar a sacarme el pene y meneármelo, o cosas así. Estoy desnudo. No solo por la ropa, sino psíquicamente desnudo. Eso es lo más interesante. Lo poderoso que es el subconsciente, y cómo a partir de él surgen las historias”. Su trabajo aboga por la naturaleza mental de las obras de arte, y explora el modo en que se desarrollan los flujos de pensamiento: “Como dijo el pintor Philip Guston, la pintura está en la mente. Y la mente no es simple. Fluye como una corriente que nunca para, con muchos pensamientos a la vez. ¿Sabe cuántos pensamientos tenemos al día? Lo busqué en internet, y son entre 60.000 y 70.000. Eso, una persona normal”.

Obra de Matt Mullican: 'Untitled (Subjective within Subjects)', 2018. Cortesía de ProjecteSD, Barcelona.
Obra de Matt Mullican: 'Untitled (Subjective within Subjects)', 2018. Cortesía de ProjecteSD, Barcelona. ROBERTO RUIZ

Sus dos hijos, los gemelos Cosmo y Lucy Mullican, también son artistas. “A ellos les va a costar más de lo que me costó a mí, porque mi padre no era un artista internacional, sobre todo exponía en Los Ángeles. Pero Lucy podrá con ello. Yo también sobreviví a tener padres artistas. No era fácil vivir con mi madre. Era una gran mujer, pero no una persona fácil”.

Quizá huyendo de la sombra de sus padres, él se trasladó a Nueva York en los años setenta, y empezó de nuevo en un entorno floreciente. “Desde principios de los ochenta empecé a viajar más a Europa, y me di cuenta de que me sentía más cercano a artistas europeos, como el alemán Thomas Schütte, que a Jeff Koons, que por otra parte es amigo mío”.

Jeff Koons, que se hizo rico como agente de bolsa antes de iniciar una carrera artística aún más lucrativa, tiene poco que ver con la concepción del mundo de Matt Mullican. “Yo también fui uno de los artistas de aquel Nueva York de los ochenta, con Koons o Cindy Sherman, que han hecho mucho dinero. Pero hay otros que no hacen tanto dinero, y eso no los convierte en peores o menos interesantes. Los coleccionistas me ponen incómodo, aunque mi mujer me dice que debería hablar con este o con aquel. Solo miran los precios de las subastas. Hasta un coleccionista de coches sabe más de los objetos que colecciona que uno de arte. Lo que deberían hacer es tratar de averiguar qué les gusta de verdad, y comprarlo. El dinero es un problema. Aunque, en realidad, mi problema con el dinero va más allá de que sea artista. Creo que tiene que ver con ser adulto. De niño no tenía que pensar en el dinero, porque esa no es una preocupación que tengan los niños. O quizá es que tuve mucha suerte. Eran otros tiempos, y yo vivía en el sur de California, ¿sabe?”.

Obra de Matt Mullican: 'Ohne Titel (... Did The Universe Have a Beginning?)', 1974. Cortesía de ProjecteSD, Barcelona.
Obra de Matt Mullican: 'Ohne Titel (... Did The Universe Have a Beginning?)', 1974. Cortesía de ProjecteSD, Barcelona. ROBERTO RUIZ

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Ianko López
Es gestor, redactor y crítico especializado en cultura y artes visuales, y también ha trabajado en el ámbito de la consultoría. Colabora habitualmente en diversos medios de comunicación escribiendo sobre arte, diseño, arquitectura y cultura.
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