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Dolly Parton, el hada madrina de Estados Unidos

La cantante, que ha donado un millón de dólares a una de las vacunas contra el coronavirus, nació en una humilde familia obrera de 12 hermanos y es reconocida a un lado y otro del espectro político

Suite 1986 Dolly Parton
Dolly Parton, en los premios de la Asociación de Música Country, en Nashville (EEUU), en 2002.Associated Press
María Antonia Sánchez-Vallejo

Cantante, compositora, actriz, productora, empresaria, icono de la cultura popular, escritora, filántropa y monógama confesa. Las múltiples facetas de Dolly Parton (Sevierville, Tennessee, 74 años) revientan cualquier intento de categoría. La reina de la música country, que revitalizó el género con canciones que se convirtieron en himnos populares como Jolene y I Will Always Love You —el tema que popularizarían años después Whitney Houston y el filme El guardaespaldas—, no podría haberse mantenido en el candelero de no ser tan auténtica, por mucho que su estilismo único, para algunos trasnochado (la melena cardada; esos vestidos semitransparentes de lentejuelas), pareciera confinarla a un baúl de naftalina. Nada más lejos de la realidad: lo que en otros solo sería moda, en ella es ADN. Incombustible como pocas —por encima de Cher, de Tina Turner o Jane Fonda, por citar a algunas coetáneas—, Dolly Parton es actualidad casi a diario, y la de hoy está ligada al combate del coronavirus como donante de un millón de dólares a una de las investigaciones en curso para hallar una vacuna.

Quién se lo iba a decir a aquella niña pobre, del cinturón blanco obrero de EE UU. Cuarta de 12 hermanos, se crio en una humilde granja donde la electricidad y el saneamiento eran un lujo, un pasado que nunca ha ocultado y que, al revés, ha transformado en fuente de anécdotas con las que sazona entrevistas o conciertos. Sus recuerdos alimentan también las letras de muchas de sus canciones, como Coat of Many Colors (Abrigo de muchos colores), que la retrata como una colegiala orgullosa de su abriguito hecho en casa a base de retales. De su familia paterna heredó la laboriosidad y de la materna, la inclinación a la bohemia, y ella les añadió determinación a raudales y un carácter bienhumorado que se ha convertido en marca de la casa.

Una biografía publicada recientemente, She Come by It Natural: Dolly Parton and the Women who Lived her Songs (algo así como Le sale natural: Dolly Parton y las mujeres que habitaron sus canciones), interpreta su trayectoria en términos protofeministas: como una feminista avant la lettre, una mujer hecha a sí misma que se atrevió a romper siete años de tutela por parte de su primer mentor, un conocido músico con el que compartió un show televisivo, para volar en solitario. Era el destino que sin duda le aguardaba desde que a los cinco años cayó en sus manos la vieja guitarra de uno de sus tíos, o desde que a los 10 debutara ante un micrófono. “Desde que soy capaz de pronunciar palabras, puedo también rimarlas”, ha dicho esta letrista y compositora de muchas de sus canciones.

Adolescente, se introdujo poco a poco en el circuito amateur del condado, cantando en fiestas populares o en iglesias hasta que, al día siguiente de acabar el instituto, se subió en un autobús en pos de un sueño sin saber que era un trayecto directo a la fama. A los 19 años firmó su primer contrato discográfico; a los 20 se casó con Carl Dean, su único amor, y en 1973 ya tenía 24 álbumes a la espalda.

Dolly Parton, entre Lily Tomlin (izquierda) y Jane Fonda, en un fotograma de la película 'Nine to Five', de 1980.
Dolly Parton, entre Lily Tomlin (izquierda) y Jane Fonda, en un fotograma de la película 'Nine to Five', de 1980.Cortes�a (EFE)

La citada biografía, que se suma a otros muchos títulos sobre la cantante y a su propia autobiografía, publicada en 1994, la retrata como un heraldo de la mujer trabajadora y un icono para todas sus congéneres por encima de distinciones políticas o convicciones. Este verano, en plena oleada iconoclasta que llevó a derribar estatuas de personajes esclavistas o ligados a la dominación racial en EEUU, los legisladores de Tennessee recibieron una petición inusual. “Reemplacemos las estatuas de hombres que buscaron romper este país por un monumento a la mujer que ha trabajado toda su vida para acercarnos más”, decía la iniciativa, suscrita por decenas de miles de personas. En el único episodio en que ha roto su escrupulosa equidistancia de la melé política, la estrella no dudó este verano en mojarse a favor del movimiento Black Lives Matter (Las vidas negras importan), impulsor de las mayores protestas contra la brutalidad y el racismo policiales en décadas. “Por supuesto que las vidas negras importan, ¿o vamos a creernos que nuestros culitos blancos son lo único que cuenta? ¡No!”, escribió en Twitter, con millones de réplicas.

Porque Dolly Parton es, además de un reflejo fidedigno de la cultura popular estadounidense, un símbolo de unión, de concordia, de consenso; transversal -aunque el palabro se le quede muy corto, además de artificioso-, por encima de trincheras ideológicas, reverenciada por rojos y azules, los colores con que se representa, respectivamente, a republicanos y demócratas. La senadora demócrata Elizabeth Warren utilizó una de sus canciones en sus mítines durante las primarias del partido, De nueve a cinco, sobre tres secretarias que se declaran en rebeldía ante los abusos de un jefe machista y grosero. Nine to five fue un título que la artista creó en 1980 especialmente para la película homónima, titulada en España Cómo eliminar a su jefe. Además de coprotagonizar la cinta junto con Jane Fonda y Lily Tomlin, Parton fue candidata al Oscar por la mejor canción original.

Empresaria con miles de empleados, benefactora, filántropa de larga data, Dolly Parton parece ubicua estos días extraños, entre festivos y congestionados. La veterana cantante no solo protagoniza esta nueva biografía, también un telefilme de Netflix sobre la Navidad, y acapara titulares en los medios serios por su contribución al desarrollo de una vacuna contra el coronavirus. La última proeza que le faltaba para ser deificada por sus seguidores.

Aunque su aportación se limitó a un millón de dólares (unos 844.000 euros) a la Universidad Vanderbilt, que desarrolla junto a la farmacéutica Moderna una de las tres vacunas más avanzadas contra el coronavirus, sus seguidores no reparan en el detalle de la cuantía, frente a los mil millones que inyectó en el proyecto el Gobierno federal: para ellos la auténtica benefactora, la única, es la reina Parton. De hecho, subrayan que su contribución fue determinante porque se produjo en la fase inicial de la investigación, esta primavera. Su compromiso humanitario es firme desde mediados de los ochenta, cuando impulsó el primero de sus proyectos, uno educativo para áreas deprimidas; siguieron campañas contra el VIH, por la construcción de hospitales oncológicos e incluso en la lucha contra los incendios forestales o la preservación de una especie de águila amenazada.

Durante la pandemia, también ha grabado vídeos sobre la importancia de lavarse las manos, así como cuentos infantiles, además de publicar una nueva canción dedicada a la necesidad de que el país afronte unido la crisis sanitaria. Ella misma lo explicaba recientemente a la revista Billboard: “Como dicen las Escrituras: ‘A quien mucho le es dado, mucho se le demandará’. Así encaro mi vida a diario, pensando en lo que Dios espera de mí. Eso me hace sentirme bien”. La unidad y el bienestar de los Estados Unidos de América le deben mucho a Dolly Parton.

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