La nueva realidad de la pasarela desfila en Madrid
Termómetros digitales, mascarillas y geles hidroalcohólicos, distancia de seguridad a prueba de cuchicheos, así ha arrancado la semana de la moda de Madrid más insólita
36,3. Esa es la temperatura que marca el termómetro digital que recibe a los invitados a la entrada de pabellón 14.1 de Ifema, donde se celebra hasta el próximo sábado la Mercedes Benz Fashion Week Madrid. Sin duda, una edición única, la más extraña que se recuerda hasta la fecha, enrarecida por las medidas de seguridad que impone la Covid y la sensación de incertidumbre que impregna Madrid y se filtra a través de las paredes del recinto ferial. Una prueba de fuego de hasta qué punto siguen funcionando las fórmulas presenciales en la llamada nueva normalidad.
Antes de llegar a la prueba térmica, justo sobre la puerta giratoria que da acceso al pabellón, unos aspersores rocían a los invitados; después les esperan los felpudos desinfectantes y una mascarilla de triple capa que la organización reparte gratuitamente. Durante todo el recorrido que lleva a las pasarelas, señales en el suelo recuerdan la necesidad de mantener la distancia de seguridad. También lo hace la megafonía, a través de locuciones que, pese al tono amable, resultan tan inquietantes como la realidad distópica que nos recuerdan. Hay gel hidroalcohólico a cada paso y las tradicionales entradas de papel han sido sustituidas por códigos QR para el móvil. El aire —como explica Nuria de Miguel, directora de la MBFW desde hace un año— se renueva entre tres y cuatro veces al día. Todo es aséptico y ordenado. Y por ello mismo tan distinto a la normalidad, a la antigua normalidad. Donde hace solo nueve meses hordas de jóvenes –y no tanto– se agolpaban para maquillarse, participar en el sorteo de una plancha de pelo o agotar los megas del teléfono a golpe de selfies; ahora aguardan en silencio y a media luz stands donde los azafatos pasean como se hace ante una puerta de embarque en la que acaban de anunciar un nuevo retraso. Es el Cibelespacio, el área que rodea las dos pasarelas que acogen los 16 desfiles de esta edición.
Dentro, la sensación es aún más inusitada: La organización ha reducido el aforo a un cuarto de su capacidad. En cada desfile solo hay sitio para 192 personas, separadas en las bancadas por 1,5 metros de distancia; pero el de Modesto Lomba reúne aún menos gente. Parece que fue hace décadas cuando los invitados se encajaban como piezas de Tetris y levantarse un segundo significa encontrar el hueco que se acababa de dejar reducido al ancho de un chiguagua, cuando el contacto físico con los compañeros de grada era tan íntimo que casi computaba como infidelidad.
Se acabó el cuchicheo, el comentario al oído sobre este o aquel diseño. A la distancia actual es más eficaz enviarse un whatsapp o utilizar un megáfono. Así, solos en mitad de un montón de gente, vieron el desfile de Lomba el ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes y Begoña Gómez, mujer del presidente del Gobierno. La presencia de los representantes políticos se deja notar más que nunca, en un sentido físico y figurado.
Al finalizar, los aplausos resuenan pobres y tímidos en un espacio con capacidad para 800 personas y en el que habrá unas 150, de las que gran parte tienen las manos ocupadas sujetando el móvil para grabar la colección de líneas geométricas y aires minimalistas que firma Lomba. Se abandona la pasarela con tranquilidad y orden monacal; ni rastro –afortunadamente– de los tapones que se formaban y que recordaban al primer día de rebajas de los grandes almacenes en los años de la fiebre del ladrillo.
En el backstage todo se mueve a cámara lenta comparado con la velocidad de vértigo a la que suelen trabajar los profesionales que hacen posible este espectáculo. El espacio dedicado a peluquería y maquillaje se ha duplicado, para que las modelos y los equipos puedan estar más separados. También hay un aforo máximo en los vestidores dependiendo de sus metros cuadrados. Todo el mundo lleva mascarilla e incluso gafas de protección.
Custo Dalmau, fundador de Custo Barcelona, ya ha vivido una experiencia semejante en la pasarela 080 Barcelona, celebrada la semana pasada. “Es una situación surrealista. Más que tensión, yo diría que hay cansancio, porque una cosa que antes hacías en una hora, ahora tardas tres en montarla. Todo es más tedioso, pero no hay miedo. Quien tiene aprensión, y es perfectamente entendible, directamente no participa en esto”, explica el creador que mostrará su colección el sábado.
Se respira diligencia y desinfección. Pero para un ojo acostumbrado ya a identificar el contacto físico como un peligro potencial frente al que ponerse en guardia, lo que ahora resulta extraño son los gestos de la vieja normalidad: los maquilladores (perfectamente protegidos) retocando a las modelos mientras esperan para entrar a la pasarela sin mascarilla; las vestidoras que ayudan a meter una blusa por dentro de un pantalón. En los minutos previos a que comience el show, ya no hay carreras, ni abrazos de buena suerte, pero todavía se forma un batiburrillo de fotógrafos, modelos, estilistas y peluqueros que corrigen constantemente la distancia a la que se encuentran unos de otros. La tensión y la electricidad del momento va por dentro. No queda otra.
Aún así, para muchos como para Modesto Lomba merece la pena. “Tenemos que seguir adelante. Esta colección es más reducida, es verdad: son 20 modelos [suele tener unos 40]. Pero un desfile ya no es:`Mira, tengo tantos pantalones y tantas faldas, en todos estos largos y colores'. Se trata de mostrar la identidad de la colección y la marca, más que de enseñar ropa”, explica Lomba, que es, además, presidente de la Asociación de Creadores de Moda de España.
La semana de la moda sigue. Continúan mostrándose las colecciones a través de desfiles físicos y ante público. Pero lejos de evocar la falsa sensación de que nada ha cambiado, esta pasarela hace aún más palpable lo distinta que es la realidad que vive la moda hoy.
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