Ganar seguidores, conseguir un trabajo o lograr una cita en Tinder: la importancia de escribir con estilo en tiempos de inteligencia artificial
A diario se presentan situaciones que resulta fundamental abordar con un lenguaje apropiado. Algunas solo exigen el uso de una gramática y un vocabulario correctos, pero otras requieren de rasgos que conviertan nuestra escritura y voz en algo reconocible e intransferible


Hace poco menos de 2.000 años, Quintiliano era el intelectual más popular de Roma, toda una estrella entre las élites de la ciudad que se disputaban las escasas plazas de su prestigiosa escuela de retórica. Quintiliano fue un abogado y profesor muy bien relacionado con los emperadores de su tiempo. De hecho, recibía un generoso salario público a cambio de su trabajo y llegó a ser nombrado catedrático y luego cónsul (algo excepcional para alguien dedicado a la docencia y no a la política). Ya anciano, Quintiliano se retiró entre honores para escribir las Instituciones oratorias, el tratado sobre retórica (es decir, sobre el arte de persuadir mediante el lenguaje) más importante de la Historia, que, en sus 13 libros, incluye observaciones que suenan tan actuales como “ciertos vicios se equivocan con las virtudes: al maldiciente se le gradúa de libre” y consejos como el que anima a dudar también de las reglas que aparecen en la propia obra; unos preceptos que, según su autor, pueden adaptarse a las circunstancias y no deben tomarse “con tanta esclavitud como si traspasarlos fuera delito”.
Veinte siglos más tarde, seguimos dando vueltas a cuestiones similares. Aunque no seamos senadores de la antigua Roma, a diario se nos presentan decenas de situaciones que resulta fundamental abordar con un lenguaje y un estilo apropiados: lograr una cita con un match a través de una app, postularse a un trabajo con una buena carta de motivación, captar la disputada atención de un espectador de reels o contestar a un requerimiento de la Agencia Tributaria son algunas. Las hay que solo exigen el uso de una gramática y un vocabulario correctos, pero otras requieren de rasgos que conviertan nuestra escritura y nuestra voz en algo reconocible e intransferible. Por ejemplo, en la plataforma de citas OKCupid, usaron miles de datos para descubrir que quienes saludan de una manera original tienen mucho más éxito que quienes usan saludos convencionales; o que textos algo más cortos, pero divertidos (de unas 200 palabras, incluyendo alguna broma) son los que mejores tasa de respuesta obtienen en aquel entorno en el que más del 60% de mensajes quedan sin contestación.
Uno de los mitos más difundidos durante los últimos años es el de que se escribe peor que nunca. En otros ambientes, además, se dice que vivimos en una “cultura escópica”, es decir, basada en la mirada y las imágenes. Sin embargo, lo que han provocado las redes es que leamos y escribamos a todas horas: correos electrónicos, grupos de Whatsapp, publicaciones, mensajes en foros… Internet es, sobre todo, un canal que difunde palabras. Y, por cierto, también son las palabras (guionizadas y elegidas con cuidado) las que construyen el éxito de esos youtubers tan populares entre adolescentes cuyo formato consiste en hablar a cámara.
Así que la escritura (o la elaboración de discursos y relatos) es algo que hoy atañe a más personas que en ningún otro momento de la historia. ¿Y se está escribiendo peor? Solo si se piensa —a diferencia de todos los lingüistas— que la lengua es algo inalterable o un protocolo legislado por alguna autoridad. En su ensayo El sentido del estilo, el neurolingüista Steven Pinker escribe que un idioma no es algo eterno, sino “un recurso inmediato que recoge las aportaciones de millones de escritores y hablantes, que incesantemente lo retuercen y lo ajustan a sus necesidades”. Pinker, además, pone ejemplos de cómo los autores maduros han considerado que los nuevos usos estaban “degradando y estropeando la lengua y, con ello, arrastrando la civilización hacia el desastre” desde el principio de los tiempos, y es que, según parece, algunas tablillas de arcilla sumerias ya contenían quejas por el modo de escribir de los jóvenes.
Pero no es necesario acudir a casos remotos: si somos un poco optimistas, comprobaremos que, día tras día, los discursos y los textos que más llaman nuestra atención y de los que más disfrutamos son aquellos que transgreden algunas normas y tradiciones (como los poemas o los memes con frases de Mariano Rajoy, que no son populares por incorrectas, sino por insólitas). Sabiendo esto y que, entonces, el talento del escritor (o el gozo que obtendrá el lector o espectador) consiste en la sorpresa y en la intuición para saber cuándo es conveniente romper una regla, cabe preguntarse: ¿Es posible aprender a escribir? ¿Merece la pena hacerlo ahora que las inteligencias artificiales funcionan tan bien?
"¿Qué tal llevas el TFM?" pic.twitter.com/ov0kBCNnMQ
— Ángela Vicario (Femina Verbipotens) (@femverbipotens) May 20, 2021
Oscar Wilde sostenía que es imposible enseñar aquellas cosas que realmente vale la pena saber, y que escribir es una de ellas. La mayoría de escritores no piensan como el irlandés: “Sí que se puede aprender a escribir”, explica Álvaro Colomer, que acaba de publicar Aprende a escribir, un libro en el que decenas de autores contemporáneos conversan con él sobre sus respectivos métodos de trabajo. “Me gusta poner el ejemplo del gimnasio: puedes ir al gimnasio por tu cuenta, usar las máquinas… o puedes contar con un monitor. Quizá por libre acabes aprendiendo lo mismo, pero tardarás más tiempo. Escribir es lo mismo: todo el mundo puede llegar al mismo puerto, pero existen algunos atajos y técnicas que dominar”, explica el escritor.
El estilo de nuestros textos y conversaciones es un medio muy útil para alcanzar el éxito profesional o sentimental en las sociedades contemporáneas, pero su importancia es todavía mayor porque el lenguaje es también el instrumento o tecnología que media en nuestra relación con el mundo, incluso cuando no reparamos en él. A través del lenguaje nos atraviesan los sentimientos, los razonamientos, los recuerdos... Ese lazo indisoluble entre lenguaje, conciencia y pensamiento es el que lleva a la filósofa Susan Sontag a defender en Sobre el estilo que “en la mayoría de los casos, nuestra manera de expresarnos es nuestra manera de ser”, o lo que es lo mismo, que el estilo no es una máscara que oculta el verdadero rostro, sino que “la máscara es el rostro”.
En este sentido, Colomer señala que “aprender a escribir es aprender a gestionar la realidad de otro modo” y añade que eso supone ventajas y cambios en muchos aspectos: “Cuando escribes te sorprendes de ti mismo: ves que eres capaz de tener cierto tipo de pensamientos, que eres capaz de ver las grietas que hay entre las cosas y las palabras, te gustas y deseas pensar siempre así: deseas ser siempre el que eres cuando estás escribiendo. Escribiendo descubres que puedes ser más inteligente o que puedes ser mejor persona. Y, como deseas ser todo el día así, acabas mejorando un poco respecto a como eras antes de aprender a escribir”.

¿Significa eso que para triunfar hay que desarrollar un estilo muy complejo y recargado? Responde Berta García Faet, poeta y autora de El arte de encender las palabras: “Aquí nos embarramos en paradojas: algo (tanto un perfil en apps o redes o un libro o una canción) puede estar tan producido y tan llenísimo de voluntad estilística que lo que genera es rechazo. Puede resultar demasiado artificial o demasiado obsesionado con la autorrepresentación. Pero igual más rechazo todavía puede generar un perfil que decide obviar la paradoja y no tener estilo, ser vago, no poner nada interesante, airear pereza, desinterés, descuido o una especie de ‘soy tan especial que no necesito ni mostrarme especial”.
Lograr el equilibrio entre esos dos extremos no es fácil y es que, aunque se puede aprender a escribir, el estilo, de nuevo según García Faet, es algo que va cambiando,“en parte porque responde a una cierta voluntad, a una cierta labor consciente”; pero también es algo que escapa de lo que podemos controlar porque “para cada cual cristaliza un temperamento, una particularísima historia personal”.
La amenaza de las inteligencias artificiales
La ansiedad que los modelos de lenguaje generativos han causado entre profesionales de sectores como el derecho o el periodismo demuestra que las inteligencias artificiales son ya capaces de escribir tan correctamente como lo haría un humano. “En ciertos ámbitos siempre se ha demandado una uniformidad en el uso de la lengua, solo que antes cada uno hacía esto por su cuenta y ahora se usan unas mismas herramientas que producen los mismos resultados”, comenta Alicia Sánchez, lingüista computacional especializada en la programación de asistentes virtuales. No obstante, esta experta no cree que eso sea algo alarmante: “También hay toda una serie de planos donde esto no pasa. ¿No es enormemente variable el sociolecto de la gente joven en las redes sociales? ¿No rompe sistemáticamente con la estandarización? Un político nunca delegaría la escritura de un discurso importante, con el que quiera arrastrar a oleadas de votantes, a una IA”.
Sánchez explica que el estilo de cada modelo de lenguaje “depende enteramente del contexto y de la finalidad para la que estén creados”. “En modelos especializados en marketing, por ejemplo, a veces no se desea un estilo neutro sino, al contrario, un estilo adaptado al perfil de usuario, que puede ser desenfadado, coloquial o incluso humorístico. Lo más habitual es el uso de interfaces de conversación en contextos informativos de atención al usuario y ahí el registro suele ser serio y busca crear sensación de autoridad, empatía o respeto. Esto es lo más común porque es donde se ven resultados de ahorro de costes. Eso sí: para vender o retener a un cliente ninguna empresa quiere utilizar a una máquina, para esa función se prefiere a una persona”, desarrolla.

Si las tareas delicadas siguen encomendándose a personas es porque los procesos comunicativos siguen siendo mucho más complejos que los modelos informáticos. “En la comunicación humana tienen un papel clave el conocimiento del mundo y del contexto, las inferencias que hace cada hablante sobre su interlocutor y sobre las expectativas que tiene en las reacciones que genera en él, la semántica, la pragmática... Todo este razonamiento es para nosotros natural y, por ello, nos resulta fácil creernos la ilusión de que hay alguien detrás de una IA, pero para una máquina todo eso está en un horizonte lejanísimo a día de hoy”, asegura Sánchez. ¿Y en qué se traducen todas esas limitaciones de las máquinas? En que siguen sin poder desarrollar “una verdadera creatividad”. “Los modelos están construidos sobre datos de entramiento (es decir, textos) y no producen nada que no sea compatible con esos datos de donde han aprendido patrones”, concluye la lingüista, dejando claro que una máquina no puede romper las reglas con las que ha sido entrenada (como hacen continuamente los hablantes).
Internet está lleno de consejos para escribir una buena bio de Tinder. En resumen, todos ellos piden a los usuarios justo aquello que no podría hacer un algoritmo: ser originales, resultar sorprendentes, no repetir patrones (aunque claro, también deben resultar agradables e inteligibles). Son un ejemplo más de cómo el estilo tiene que ver con la tensión entre regla y transgresión. Berta García Faet considera que el estilo también consiste en “convertir lo azaroso, lo contingente o lo arbitrario en necesidad o destino. En el sentido de que, antes de meternos de lleno en el proceso creativo, nada está escrito, pero una vez dentro, lo escritor se siente como lo que debía ser escrito”. Así que, en el desarrollo del estilo, como en cualquier proceso creativo, sigue habiendo un punto de azar. Quizá por eso tampoco debemos obsesionarnos con él y es que, como recuerda, Faet: “Somos muchas cosas a la vez, y la lógica de las palabras no alcanza para todas esas cosas”.
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