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Carlos, el quiosquero de Aluche que murió en casa mientras su madre Rosa descansaba en otra habitación

Los bomberos hallan en el interior de una vivienda en Madrid a un hijo y a su madre dependiente fallecidos desde hace semanas después de que los vecinos dieran la voz de alarma por el olor

caso de Carlos M. G. y Rosa G. M.
Portal de la casa en la que vivían Carlos y su madre Rosa, hallados muertos en el interior de la vivienda.P. P.
Patricia Peiró

Hace dos semanas Amelia y la prima de su marido estaban tendiendo la ropa de los niños en el balcón de su casa de Aluche, en el distrito de Latina de Madrid, cuando comenzaron a notar un olor desagradable muy intenso. Como en esa zona de la casa hay una despensa, pensaron que se habría podrido algo de comida, así que vaciaron todo e hicieron limpieza. Pero nada cambió, de hecho, el hedor iba en aumento. Se lo comentaron a Jorge, el marido de Amelia. “Como yo he trabajado en el mar, tengo la costumbre de chuparme el dedo para saber de donde viene el viento y dije que el olor venía de izquierda a derecha”, cuenta haciendo el gesto en el salón de su casa. Es decir, del piso del vecino, un antiguo quiosquero que vivía junto a su madre anciana, Carlos M. G. y Rosa G. M. Se lo comentaron a su otro vecino de planta, Alfredo. Ese día, cuando por fin se abrió la puerta de esa casa, descubrieron el cadáver del antiguo quiosquero y el de su madre, fallecidos desde hacía semanas.

Carlos, que tenía 56 años cuando murió, había sido quiosquero toda su vida, hasta que hace siete u ocho años sufrió un percance en el trabajo que propició una jubilación anticipada. Su puesto se encontraba cerca del campo de La Mina, el estadio más antiguo de Madrid, a escasos minutos de su vivienda. Un día, ayudando a un proveedor a sacar unos palés de la furgoneta, se le vino uno de ellos encima y le dañó la rodilla. Desde su retirada laboral, se había dedicado a llevar una vida de lo más rutinaria. Vivía en su piso, en el número 56 de la calle Ocaña, donde cuidaba de su madre, de 87 años y que tenía serias dificultades de movilidad desde hacía varios años.

Su mayor afición eran los deportes. Le gustaba ver todo tipo de competiciones y, por eso, hacía unos meses se había permitido el pequeño lujo de comprarse una televisión nueva para disfrutar más. Como era un aparato moderno, le había pedido a Alfredo, su vecino de enfrente, que le ayudara a conectarla y configurarla. Últimamente, Carlos se había aficionado al campeonato de UFC, un deporte de combates de artes marciales, y seguía el progreso del español Ilia Topuria. Tampoco se perdía los partidos de fútbol, en especial los del Atlético de Madrid, su equipo. “Nos está metiendo bien el Madrid”, fue uno de los últimos comentarios que recuerda Alfredo, seguidor del equipo blanco.

Madre e hijo tenían un perro de raza bobtail, al que los vecinos dejaron de ver hace unos años. Suponen que murió. Hace tiempo sí era habitual ver a la mujer salir a pasear a veces con el can, pero las salidas de la anciana cada vez eran más excepcionales. “Carlos, ya no veo a tu madre salir a la calle”, le comentó hace un tiempo Alfredo. “Ya, ya, se lo digo, pero no le apetece, no tiene ganas”, le respondió él. El hombre contaba con ayuda puntual de una trabajadora para cuidar a su madre, como comenta Jorge, el vecino de al lado, que recuerda haberla visto paseando con ella.

El 4 de enero, los propietarios tuvieron su última reunión de la comunidad. Allí estuvo Carlos, que además era presidente de turno. Otros vecinos señalan haberlo visto en el ascensor o el portal después del día de Reyes. El propio Alfredo recuerda que sobre el día 8 de enero coincidió con él en el rellano. Carlos le comentó que había perdido las llaves o que se las había dejado en casa. Su vecino entonces cayó en que él se acababa de encontrar un juego en el supermercado y se lo había dejado a la cajera. Resultó ser el de Carlos. Lo último que supo su vecino de enfrente es que, en esos días, el hombre se había caído y tenía magulladuras en la cara.

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Este sábado temprano, sobre las nueve de la mañana, Jorge y Amelia llamaron al timbre de Alfredo para decirle que sospechaban que le había pasado algo a su compañero de rellano. Llamaron a los servicios de emergencias. Los primeros en llegar fueron los bomberos, después el Samur y, en cuestión de minutos, apareció la Policía Nacional. Entonces, los primeros accedieron a la vivienda a través del balcón. En la terraza de Carlos y Rosa había algunos cubos de plástico y un par de cajas de zapatos del número 42. Los bomberos corrieron la ventana, apartaron una cortina tipo visillo blanca y, al lado de los sofás, en el suelo y junto a una mesita, encontraron el cadáver de Carlos, en avanzado estado de descomposición. Su madre, también fallecida, se hallaba en su cama. La mesa al lado del cuerpo del hombre estaba hecha añicos.

La hipótesis principal es que el hombre tuvo un accidente doméstico y murió, y su madre, al quedar desatendida y no poder pedir ayuda, falleció de inanición. A falta de las pruebas definitivas, los cuerpos de la madre y el hijo llevaban ahí desde mediados de enero. La misma mañana del hallazgo, los servicios funerarios trasladaron los cadáveres al Instituto de Medicina Legal, donde permanecen a la espera de que alguien los reclame. La comunidad de vecinos trata de dar con un hermano de Carlos o su sobrino, pero, por el momento, no han tenido éxito.

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Sobre la firma

Patricia Peiró
Redactora de la sección de Madrid, con el foco en los sucesos y los tribunales. Colabora en La Ventana de la Cadena Ser en una sección sobre crónica negra. Realizó el podcast ‘Igor el ruso: la huida de un asesino’ con Podium Podcast.
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