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Dentro de un laboratorio de droga: las figuras más cotizadas son el ‘químico’ y sus ‘cocineros’

Los ‘señores del narco’ se rifan a estos delincuentes especializados en ocultar estupefacientes. Son capaces de impregnar la droga en cualquier cosa, desde aceite de conservas hasta ropa

Laboratorio Droga Cocaina
Un laboratorio de procesado de droga desmantelado por la policía en Castilla- La Mancha.
Patricia Peiró

Jairo H. C. tiene 69 años y una vida dedicada a la cocaína. Sus subordinados se referían a él como El Señor y estaba en el punto de mira de varios países europeos. Cayó en junio, en su último laboratorio en un chalé de Villanueva de la Cañada (Madrid). El Señor es un experimentado cocinero, un chef de la droga, como les denominan las organizaciones criminales y también las fuerzas de seguridad, una de esas figuras clave para procesar los estupefacientes que llegan al consumidor. En un escalafón superior están los llamados químicos, que no tienen necesariamente estudios pero sí saben elaborar la fórmula secreta para impregnar y extraer la droga de cualquier objeto o sustancia. Sin ellos, no hay negocio. “La pueden camuflar en cualquier cosa que se pueda imaginar. La hemos detectado en ropa, en café, en cemento, en pulpa de fruta...”, cuentan investigadores en la sede de la Brigada Central de Estupefacientes de la Policía Nacional.

“Cada vez se detectan más alijos con droga impregnada”, explica un policía. Los motivos están claros: con este método es más difícil encontrar la droga en los registros de los cargamentos y más fácil evitar los llamados vuelcos, robos de delincuentes comunes a los traficantes. Impregnar la droga en, literalmente, cualquier cosa es el método de seguridad más usado ahora mismo por las organizaciones de tráfico de estupefacientes, según fuentes policiales. Por este motivo, el papel de los químicos y los cocineros es más relevante que nunca. Son los que se manchan las manos con la droga. Mediante una fórmula química, camuflan la cocaína en el objeto elegido, y una vez llega a su destino, se lleva a cabo el proceso inverso: extraer la base, que luego se secará para obtener el polvo blanco que llega a los destinatarios finales. Ellos lo llaman “el sistema”. A veces, es tan sofisticado que es casi indescifrable. Las autoridades polacas interceptaron hace tres años unos bidones de aceites de conserva de pescado en los que saben a ciencia cierta que hay droga. Pero son incapaces de encontrar la fórmula que la desenmascare.

“El que diseña la fórmula no tiene por qué tener conocimientos teóricos, muchos no tienen estudios básicos, pero han aprendido a hacerlo a base de ver a otros”, detalla una inspectora de la brigada. “¿Cuantos candados quieres?”, es la primera pregunta que hace un químico. Se refiere al nivel de seguridad. El máximo es tres: eso quiere decir que la fórmula va a ser más compleja y difícil de detectar, pero también que en el proceso se pierde más cantidad de droga. Cuestión de prioridades. “Si pides el nivel 3, hay que hacer pruebas muy específicas de laboratorio para que las detectemos, pero te dejas en el camino la mitad de la cocaína”, explica un agente especialista en estupefacientes. Los químicos también cobran más o menos dependiendo de su notoriedad y del esfuerzo que vayan a tener que hacer. “A veces tienen tanto poder que en ocasiones van antes al lugar que la organización ha escogido para establecer el laboratorio. Si no les convence porque no está lo suficientemente alejado, se suspende la operación hasta encontrar otro”, cuenta un investigador.

Operación Butterfly
Pastillas de droga incautadas durante la operación 'Butterfly'.Matias Chiofalo (Europa Press)

La policía ha detenido incluso a profesores o licenciados a sueldo de las organizaciones criminales. En junio, la brigada de estupefacientes culminó la Operación Butterfly en la que desmanteló una red de distribución de drogas sintéticas por toda España. Intervinieron 150.000 pastillas de éxtasis, 135 kilogramos de speed y cuatro de cocaína rosa. El laboratorio en el que se procesaba la droga se encontraba en Alcalá de Henares y estaba dirigido por un hombre español de 32 años licenciado en Farmacia al que los investigadores apodaron el Breaking Bad —por la serie en la que un profesor de química se mete en el negocio de la fabricación de droga sintética—. Además, su madre, dueña de una tienda de esoterismo, le ayudaba en la distribución de anabolizantes que él mismo elaboraba y suministraba a través del negocio.

Este fenómeno también se ha observado en otros países. En octubre de 2020, México se sobresaltó al conocer que un ingeniero químico de la prestigiosa Universidad Nacional Autónoma, un tal Salvador C., estaba al frente de un laboratorio desmantelado en la llamada Operación Blue. En ese caso, el cometido del ingeniero era la fabricación de fentanilo, la sustancia que convierte a sus adictos en prácticamente zombies y que es un problema de salud pública en varias ciudades de Estados Unidos.

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Los cocineros o chefs suelen ocupar un eslabón más bajo y a veces llegan a los laboratorios con los ojos vendados para que no tengan ni idea de en qué ciudad se encuentran. Suele ser la primera vez que salen de su país y lo hacen para meterse en un chalet a las afueras de alguna gran ciudad o en algún pueblo aislado para procesar droga durante todo el tiempo que les dure el visado de turista. Una vez en el laboratorio, el químico les explica el proceso para extraer la droga, como si fueran sus pinches. Y manos a la obra. “Para ellos, venir a trabajar a Europa es como jugar en la Champions, así nos lo han transmitido las autoridades mexicanas”, relata un agente. En el análisis de los teléfonos de los chefs, los policías han comprobado que alguno se ha llevado una reprimenda por mandar fotos a sus familiares o amigos en el interior del laboratorio. No pueden salir ni a comer, para eso existe la figura de un intendente que cocina o les trae comida desde el exterior.

También se dan casos en los que el químico ha “vendido la moto”, comentan los policías, y no es tan experto como ha contado a los narcos que le han contratado. Por eso, en el país donde se procesa la droga, surgen problemas. “En una vigilancia, detectamos que había algún problema, que se detuvo el procesado. No entendíamos qué pasaba. Una vez que ya los detuvimos, descubrimos que se les había acabado el amoniaco y fueron a un supermercado a por más. Compraron uno perfumado, con una composición diferente del normal, así que no les funcionaba el sistema”, señalan una inspectora de la brigada.

Una prueba de que es un oficio en el que no falta trabajo es la detención, en marzo de 2021, de dos de estos químicos en la Costa del Sol. Estaban tan solicitados, que se habían instalado en la localidad malagueña de Mijas y trabajaban para diferentes organizaciones. Uno de sus laboratorios se ubicaba en un antiguo burdel de Estepona que aún conservaba la barra y las habitaciones. Se habían establecido en España con sus familias y gozaban de una vida cómoda, pero sin estridencias, mientras atendían diferentes encargos.

Los químicos también están al tanto de las noticias y por eso escogen cargamentos específicos en los que impregnar la sustancia tóxica. “Si leen que con la guerra de Ucrania hay escasez de alguna materia prima, envían un cargamento desde el otro lado del Atlántico con ese producto en concreto porque va a llamar menos la atención que en este momento se esté importando”, apunta una investigadora. Todo es poco para dar con la fórmula perfecta.

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Sobre la firma

Patricia Peiró
Redactora de la sección de Madrid, con el foco en los sucesos y los tribunales. Colabora en La Ventana de la Cadena Ser en una sección sobre crónica negra. Realizó el podcast ‘Igor el ruso: la huida de un asesino’ con Podium Podcast.

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