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La delgada línea que separa la atracción de la repugnancia en la danza ‘butoh’

Caras grotescas y movimientos irreverentes en un espectáculo creado a partir de los cuentos ancestrales del escritor francés Pascal Quignard

Los artistas de 'Sordidísimas', un espectáculo de danza 'butoh', en la sala Exlímite en Usera.
Los artistas de 'Sordidísimas', un espectáculo de danza 'butoh', en la sala Exlímite en Usera.David Martín Rodero
Patricia Segura

Una reflexión sobre la delgada línea que separa la atracción de la repugnancia se abre en una propuesta artística poco convencional basada en la danza butoh. El enigma sobre el movimiento y la sensibilidad del cuerpo se destapa a través de la disciplina del teatro físico. Caras grotescas y movimientos irreverentes se desarrollan en la obra Sordidísimas, una creación a partir de los cuentos ancestrales del escritor francés Pascal Quignard representada en la sala Exlímite, en el distrito madrileño de Usera. Su directora, Nataliya Andru, la define como “un estado de devoción hacia la liberación de la mente y el cuerpo”.

Los orígenes del butoh se remontan al Japón de la posguerra, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Los bailarines Tatsumi Hijikata (1928-1986) y Kazuo Ohno (1906-2010) crearon una nueva manera de entender el arte del cuerpo en movimiento, conocida como la danza del subconsciente. Juntos estrenaron un espectáculo rompedor al que titularon Kinjiki (colores prohibidos, en japonés) en el Festival de Danza de Tokio en 1959. En aquella época, la obra disruptiva fue considerada grotesca y ofensiva.

“Nunca va a ser un arte de masas, porque es una interrogación que busca respuestas en técnicas que no son convencionales”, explica la profesora de 29 años, que se dedica a la enseñanza de esta disciplina coreográfica. La ucrania se trasladó a Málaga con su familia hace 15 años y ya hace 10 que decidió instalarse en Madrid, donde cursó el grado de Artes Visuales y Danza de la Universidad Rey Juan Carlos. En 2018 viajó al Himalaya para profundizar en este tipo de danza, que desde los años sesenta se ha movido en espacios alternativos de la cultura nipona. “¡Hay que dejarse mover!”, les indica a sus alumnos en sus clases de teatro físico.

El punto de partida para la creación del espectáculo es la vulnerabilidad y la redención. “Hay que relajar la mente cotidiana que juzga para llegar a un estado en el que permites que sucedan cosas que no te esperas”, explica la profesora. El equipo estuvo ensayando de febrero a junio del año pasado en una obra inspirada en los cuentos cortos del libro Sordidisimos. El último reino V (2017) de Quignard. Cada uno de los bailarines ha elegido un relato que le permite transmitir un sentimiento a través de la danza japonesa, alejada de lo formal y lo estético y centrada en el trabajo imaginario del cuerpo. Otra de las obras que utilizaron para la elaboración de este misterioso universo fue El origen de la danza, del mismo autor.

Un ejemplo de la búsqueda de emociones en estos relatos es la historia de un pueblo acechado por una enfermedad en el que solo sobreviven una madre y su hijo, que encuentra una babosa que le proporciona fuerza para cazar otros animales y poder comer. “De este cuento nos hemos quedado con la atmósfera de la asfixia que lleva a la destrucción”, explica la directora.

Junto a ella, aparecen cuatro de los alumnos a los que enseña en el centro de creación artística Espacio en Blanco en el barrio de Lavapiés. Todos estudiaron el mismo curso en la universidad. Aunque lo hicieron en diferentes promociones, los jóvenes han creado una red que investiga este estilo de danza a través de la experimentación. El resultado ha sido un espectáculo con una escenografía construida con focos de colores, música estrepitosa y maquillaje y disfraces estrafalarios.

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La obra de danza 'Sordidísimas' en la sala Exlímite en el barrio madrileño de Usera.
La obra de danza 'Sordidísimas' en la sala Exlímite en el barrio madrileño de Usera.David Martín Rodero

Entre los artistas que forman parte del equipo, se encuentra Paula Mira, de 24 años, que desarrolló su curiosidad por esta técnica durante el segundo año de carrera. “Es una muy buena herramienta para volver a conectar con las sensibilidades del cuerpo”, explica la joven que admite la rareza de la función. “Verlo por primera vez es impactante y extraño”, confiesa la madrileña que acabó hace tres años su formación en la universidad.

La joven se fue de intercambio a Colombia junto a su compañera en escena, Elena de Lario. Sobre el escenario, la madrileña, de 26 años, se siente en un viaje físico con el apoyo de un compás. De Lario asegura que esta disciplina tiene un efecto sensitivo y racional en su día día. La joven vive con sus padres y estudia un máster de diseño de espacios y experiencias culturales: “Yo me he convertido en una persona muy anclada a la tierra, mucho más trabajadora y consciente, pero también profundamente soñadora”. La artista relaciona esa transformación personal con el trabajo con el cuerpo, que hace que se descubran puntos de uno mismo que se desconocen.

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